“Son tantas las palabras que se pierden... 
Salen de la boca, se atemorizan, y vagan sin rumbo hasta que son barridas a la cuneta como hojas secas. Los días de lluvia puede oírse su coro que se aleja veloz: No te vayas te lo suplico Nunca he querido anadie más que a ti Y Perdoname...

Hubo un tiempo en que era normal ensartar las palabras en un hilo para guiarlas y evitar que se extraviaran por el camino hacia su destino. Los tímidos solían llevar el carrete en el bolsillo, pero la gente pensaba que también lo necesitaban los audaces que hablaban a gritos, porque muchas veces los que están habituados a ser oídos por muchos no saben hacerse oír por uno solo. La distancia física entre dos personas que estuvieran usando el hilo no tenía por qué ser larga; a veces, cuanto más corta la distancia más necesario era el hilo