Hay días en que tomo consciencia y se me olvida lo frágil de mi fragilidad, mi débil fuerza y renace ese ímpetu que ha guiado mi vida por senderos a los cuales pocas almas han transitado, y me veo y veo el hombre que no es más que la totalidad de todo mi YO, ahí, inerte e impertérrito, irrompible e inmutable, grande e intocable, ese ser que no necesita nada porque se basta a sí mismo. Hay días en que me veo y lo veo, hay días así y gracias a esos días puedo caminar todavía aquel camino  que no tiene comienzo ni final.