Una máxima es “el respeto al derecho ajeno es la paz”
La muerte de un ser humano, un animal o una planta, siempre es triste porque se pierde un archivo andante de la memoria de su tiempo; porque con la ausencia del ladrido de un perro o el trinar de un sinsonte nos perdemos la posibilidad de sentir lo hermoso de los sonidos que amamos; porque al convertirse en polvo un árbol, habrá menos oxígeno y menos belleza en este planeta al que sin remedio muchos van destruyendo cada día como si fuera propiedad personal. Cuando la muerte llega sin esperarla, sin enfermedades, sin la edad apropiada, cuando aun se es útil, más bien muy útil porque podemos y queremos dar, más que lo que la necesidad y la urgencia ameritan, entonces, la ausencia se convierte en algo desgarrador, irreparable.
Es injusto, pero no hay duda que también, desde mi punto de vista, lo veo como un capricho de las cosas inexplicables que suceden cada día y que no seremos capaces de interpretar en su justa medida, por ser sólo simples aspirantes a convertirnos en abono de las plantas en el momento que nos llegue la hora de dar el adiós definitivo.