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Publicado por Patricio Varsariah el miércoles, junio 15, 2011

DURANTE miles de años se ha considerado al corazón como el lugar donde reside el alma de las personas: "Por encima de todo guarda tu corazón, porque de él mana la vida" (Salomón). La realidad nos dice que se trata simplemente de una bomba impelente-expelente que moviliza nuestra sangre a través del sistema circulatorio para hacer llegar oxígeno y nutrientes al resto de nuestras células y protegerlas a través del sistema inmune. Es, al fin y a la postre, sólo una bomba, maravillosa, eso sí, pero con fecha de caducidad hasta completar su ciclo de latidos.
El ser humano tiene un rasgo, como muchas otras formas de vida, que constituye una característica fundamental, y ésta es la reproducción sexual. Esta forma de transmitir nuestros genes se ha mostrado claramente superior en casi todos los organismos pluricelulares y es la que ha permitido la adaptabilidad de la vida a las más variadas circunstancias que se han ido sucediendo en nuestro planeta y que está en la base de la evolución. Pero la reproducción sexual tiene, como todas las cosas, una contrapartida y esta es la muerte de los individuos de una generación para dar paso a la siguiente.
La muerte, por tanto, es consustancial a la vida y la única circunstancia que nos hace iguales a todos los hombres, independientemente de su sexo, raza, creencias o religión. Como bien dice la Biblia, "Pulvus eris et in pulverem reverteris". La muerte es, por tanto, un proceso tan natural como el nacimiento y de la misma forma que el primer signo claro de que una nueva vida se está gestando en el vientre de una mujer es el latido cardiaco en una ecografía, lo último que con frecuencia nos ocurre, cuando nuestra vida acaba, es el agotamiento de nuestro corazón. De la misma forma que en nuestro organismo, nuestras células sufren un proceso de muerte celular programada, denominado apoptosis, para renovarse, nuestra existencia suele acabar con el fallo de nuestro corazón. "Como el agua gasta lentamente la piedra, así el tiempo gasta los corazones"
Se repite mucho, recientemente, que la diabetes es una enfermedad cardiovascular con el dudoso argumento de que la mayoría de las personas con diabetes fallecen por un problema cardiovascular. Siguiendo ese mismo razonamiento, podríamos decir que la vida es una enfermedad cardiovascular, pues también la mayor parte de nosotros sucumbimos por un problema cardiovascular. Cuando una persona fallece con 85 años por un infarto de miocardio, en realidad lo único que ocurriría es que estaría completando su expectativa vital, recordando nuevamente que la muerte es algo tan natural y previsible como la propia vida.
De acuerdo con este argumento y si considerásemos una muerte real como el proceso por el que se acelera nuestra desaparición, en una edad precoz y además provocando una drástica disminución de nuestra calidad de vida y con enormes costes económicos, la diabetes mal controlada sería, probablemente, la primera causa de muerte y no cuarta o la quinta como frecuentemente se recoge en las estadísticas; posiblemente unida al cáncer y los accidentes de tráfico, condicionados todos ellos, y en una gran parte, por unos estilos de vida que no siempre nos ayudan a alcanzar la felicidad.
Por todo ello, posiblemente podríamos aseverar que la diabetes no es una enfermedad cardiovascular, sino metabólica cuya principal repercusión en cuanto a la vida es la cardiaca, pero no sólo ésta, sino también otras como, por ejemplo, la renal; muchas personas con una diabetes mal controlada sucumben por enfermedad renal y nadie afirma hoy en día, como decía Galeno, que la diabetes es una enfermedad renal.
Estamos en una sociedad cardiocéntrica y todo el mundo sabe que un problema cardiaco es algo importante pero, posiblemente, no sean igual de conscientes de los problemas que puede ocasionar una diabetes tardíamente diagnosticada o deficientemente controlada.
Debemos poner a la diabetes en el corazón de los medios de comunicación, en el corazón de la sociedad y poner nuestro corazón, como metáfora de nuestro esfuerzo e ilusión, en este empeño de no permitir que nuestra diabetes acorte nuestra vida ni limite su calidad.
Tenemos numerosas tablas que asignan la previsión de nuestro riesgo cardiovascular a 10 años, pero debemos pasar de la fase de categorizar a las personas y asignación de riesgos a la fase de asignación de recursos a la diabetes, como la enfermedad más importante y controlable de nuestro tiempo.
Sabemos lo que tenemos que hacer, hagámoslo ya.
Es un mensaje de todo corazón.