... mirando una fotografia

mayo 5, 2015

Aunque en los foros de fotografía suele abundar la adulación, seguro que en más de una ocasión os ha sorprendido ver cómo una foto que os parece una castaña recibe elogios de algunos foreros que no son precisamente unos novatos. Y es que ni todos tenemos los mismos gustos ni miramos o valoramos de igual manera las imágenes.

Existen algunas tendencias normativas o generalizadas a la hora de percibir las fotos, como las relativas a la percepción de las formas que la Psicología de la Gestalt puso de manifiesto, o la relación entre el color y las emociones. Estos principios, más o menos universales, determinan muchas de las leyes sobre la composición o el uso del color que suelen recoger algunos manuales sobre fotografía  o arte (por ejemplo, véase la Teoría General de la Imagen de Justo Villafañe), y que determinan que muchas imágenes resulten más atractivas y equilibradas que otras. Estos principios suelen estar determinados en parte por la historia de la evolución de nuestra especie. Serviría como ejemplo nuestra preferencia por imágenes con horizontes amplios y puestas de sol, que nos recuerdan esos espacios abiertos que daban  a nuestros antepasados la seguridad de que ningún depredador estaba agazapado dispuesto a devorarlos. También las condiciones socioculturales influyen sobre nuestra lectura de las imágenes, como la tendencia a analizarlas partiendo del ángulo superior izquierdo que es precisamente por donde comenzamos a escribir y leer textos. 

Pero, más allá de esas leyes generales, existen importantes diferencias individuales en cómo cada uno de nosotros lee e interpreta las imágenes fotográficas. Y aunque algunas de estas diferencias tienen que ver con nuestra mayor o menor formación en fotografía o artes plásticas, otras hunden sus raíces en lo más profundo de nuestra personalidad. No es casual que los psicólogos hayamos usado las imágenes (por ejemplo, el test de las manchas de tinta de Rorschach, o el TAT) para tratar de analizar la personalidad y los conflictos internos de las personas.

Así, las características de la personalidad y los estilos cognitivos de los fotógrafos hacen que mientras que unos prestan atención a la imagen de forma global otros se fijan en pequeños detalles que a los primeros pueden pasarle desapercibidos. Podría decirse que los primeros tienen una mayor capacidad para pensar de forma abstracta, analizar las relaciones entre los elementos que conforman la imagen y encontrarle significado, mientras que los segundos presentan más vigilancia o atención al detalle trivial, lo que puede indicar en grados extremos un pensamiento obsesivo.

Algo parecido podría decirse con respecto a las preferencias por el color versus la forma, pues si algunos sujetos perciben en primer lugar las tonalidades de una foto otros se fijan más en la estructura formal. Así, estableciendo un cierto paralelismo con la intepretación de las respuestas al test de Rorschach, podría aventurarse que quienes prefieren el color pueden mostrar una mayor emotividad, frente a quienes optan por el blanco y negro o por las imágenes con muchos elementos geométricos, que manifiestan un enfoque más racional e incluso cierta inhibición emocional.

La textura también tiene sus connotaciones psicológicas y hay quienes afirman que la preferencia por las texturas y por las sensaciones táctiles que suscitan se relacionan con una búsqueda de afecto y ternura que puede obedecer a ciertas carencias afectivas relativas a las experiencias infantiles con las figuras parentales, o a la historia emocional en las  relaciones de pareja. Es decir, que esta tendencia a acentuar las texturas en las fotos propias o a buscarlas en las ajenas reflejaría nuestra propia vida sentimental.

¿Y la simetría? Pues la preferencia por la simetría, como la que crean los reflejos en agua cristal u otras superficies, bien podría indicar un sentimiento introspectivo, una tendencia a reflexionar y analizar los pensamientos y sentimientos propios.

Evidentemente hay que aclarar que no somos totalmente conscientes de estas preferencias, y que cuando contemplamos una imagen o una escena que decidimos fotografiar se suscitan automáticamente en nosotros unas emociones que hacen que puedan resultarnos más o menos atractivas. Esta emociones son el resultado tanto de factores innatos como de experiencias previas que determinan nuestra forma de mirar. En la medida en que vayamos siendo más conscientes de estas preferencias, es posible que seamos cada vez más capaces de transmitir nuestras emociones a los demás.
 

descansando en paz...

mayo 5, 2015










 

donde se cocina el alma

mayo 5, 2015



Abajo los fogones terrenales, con sus viandas para el cuerpo. Arriba,  el reino de los cielos, con su alimento para el espíritu. Me apunto a la carrillada, no vaya a ser que lo de arriba sea tan sólo un reflejo, una vana ilusión.



 

la fotografía y el lenguaje corporal

mayo 5, 2015
Sabemos que nuestras palabras no siempre revelan lo que pensamos o sentimos, y que nuestros gestos y expresiones corporales a veces contradicen lo que decimos, por lo que con frecuencia son  indicadores muy fiables para que otras personas conozcan lo que hay en el interior de nuestra cabeza. Incluso cuando no somos totalmente conscientes de esos sentimientos, ellos se abren camino al exterior a través de nuestras expresiones faciales o del movimiento de nuestras manos.

Aunque una fotografía no puede captar la voz sí va a recoger ese lenguaje corporal, que puede resultar muy elocuente y revelarnos mucho acerca del personaje retratado. Y si conocemos sus claves podremos utilizarlo para reforzar una idea o mensaje, ya que nuestro cerebro está programado para captar de forma inconsciente esos mensajes subliminales. Por ejemplo, algunos estudios indican que cuando una persona piensa acerca del futuro tiende a adelantar ligeramente el cuerpo, mientras que lo inclina hacia atrás cuando piensa en el pasado. Así, si retratamos a una persona innovadora y emprendedora, como un científico o como el fallecido Steve Jobs, podríamos acentuar ese rasgo pidiendo que acerque el tronco y el rostro a la cámara. En cambio, si queremos transmitir sensación de nostalgia en la persona retratada, una postura más atrasada, acompañada de una mirada algo perdida, irá mejor.

Rostro y manos desempeñan un papel estelar en la comunicación no verbal, así  se manifiestan las siete emociones básicas en la expresión facial (tristeza, sorpresa, ira, desprecio, disgusto, miedo y felicidad). No obstante, nuestros estados mentales se suelen expresar a través de todo el cuerpo, y es la combinación de la mímica facial con la postura o el movimiento de todos nuestros miembros la que puede contribuir a transmitir una emoción al observador.

Por ejemplo, para resaltar la atención o concentración el sujeto debe aparecer muy quieto, con la mirada fija, el ceño algo fruncido y con la cabeza dirigida e inclinada hacia el foco de atención.

El aburrimiento se puede acentuar con un bostezo, el aspecto cansado, una expresión facial neutra, mirando el reloj, dibujando algún garabato o jugueteando con los dedos de los pies.

La actitud defensiva y de protección se indica mediante la protección de las partes vulnerables del cuerpo, bajando el mentón, cruzando los brazos, cerrando y cruzando las piernas. No mirando a los ojos (la cámara) y tratando de achicar el cuerpo. Se puede usar un objeto como barrera de protección, o brazos y manos para defenderse de la amenaza.

El engaño o mentira se indica presentando un cuerpo tenso, la sonrisa forzada, y las manos en los bolsillos, que parece distraído. Morder el interior de su boca, y mirar hacia un lado de la cámara también pueden ser indicios de una actitud mentirosa.

La dominación y el poder se acentúan si situamos al sujeto de pie y con las piernas abiertas y las manos en las caderas, y hacemos un ligero contrapicado situando la cámara a la altura de su cintura. La cara puede expresar desaprobación, frunciendo el ceño con sorna y mirando directamente a la cámara. Algún objeto que indique poder puede reforzar la idea.

En cambio, la sumisión se muestra mediante una postura estática, con la barbilla y mirada bajas y una sonrisa en la boca pero no en los ojos. También podemos pedir al sujeto que se toque la cara, tire de su cabello ofrezca las manos con las palmas hacia arriba e inicie un movimiento de la cabeza para mirar hacia otro lado. Puede encorvarse, agacharse y acurrucarse para hacerse pequeño.

La agresividad puede resaltarse con el fruncimiento del ceño, mostrando los dientes, mirando con la cara enrojecida, el cuerpo rígido, los puños apretados, y los gestos amenazantes.

La excitación sexual se manifiesta con las pupilas dilatadas y una mirada fija, mientras que los pies y manos apuntan la cámara o hacia otra persona. También puede jugar con las manos en algún objeto de simbolismo sexual. Acariciarse el cuerpo o el cabello, mostrar alguna parte del cuerpo mientras se aprietan o lamen los labios también suele funcionar.