No se calma una tormenta huyendo de ella. Se calma aprendiendo a permanecer en silencio en medio del trueno. La mayoría de las personas no le temen al silencio… le temen a lo que podrían escuchar dentro de él.

Vivimos en un mundo que premia el movimiento constante: los teléfonos vibran, la mente corre, y cuando todo se aquieta, entramos en pánico. ¿Por qué? Porque hemos olvidado cómo estar con nosotros mismos.

Últimamente he pensado en lo que significa aceptar la tormenta interior. No para controlarla, ni para ponerle nombre, sino simplemente para dejarla pasar. Cuando el ruido se disipa, la verdad suele resonar con más fuerza.

Recuerdo una noche, hace algunos años, durante un apagón. Sin wifi, sin música, sin notificaciones… solo la tenue luz de una linterna y el sonido de la lluvia contra la ventana. Al principio me incomodó. Mis pensamientos gritaban que estaba perdiendo el tiempo, que debía estar haciendo algo. Permanecer quieto y solo me parecía insoportable.

Pero con el paso de los minutos, la lluvia se convirtió en un ritmo, y algo dentro de mí empezó a calmarse. Sentí una paz que no venía de hacer, sino de simplemente ser. Mi mente se relajó, y mi cuerpo, aunque inmóvil, se sintió ligero. Entonces lo entendí: el silencio no era el enemigo, era el espejo que había estado evitando.

Cuando dejamos de huir, empezamos a ver lo que llevamos dentro: la ira, el miedo, el dolor, los sueños no expresados. Todo lo que escondemos tras el ruido.

Durante mucho tiempo pensé que la paz era sentirse bien todo el tiempo. Hoy sé que la paz no es ausencia de conflicto, sino la decisión de no luchar contra lo que está presente.

Acompañar la tormenta no es un signo de debilidad. Es un acto de confianza. Confiar en que las nubes pasarán, sin intentar controlar el cielo. Creemos que la claridad llega cuando todo se calma —cuando el trabajo se estabiliza, cuando el corazón sana, cuando el ruido se apaga—, pero la verdad es que muchas veces la claridad nace en medio del caos. Como un charco que refleja el cielo solo cuando la lluvia se ha calmado.

Así que, en lugar de huir de la incomodidad, siéntate con ella. Escucha lo que intenta decirte. Tal vez descubras que la tormenta no venía a destruirte, sino a purificarte.

Quédate quieto, pero no paralizado. La paz se encuentra en las pequeñas pausas. El mundo no dejará de girar cuando tú lo hagas… pero tu perspectiva sí.

Cuando aprendes a aceptar tu tormenta interior, descubres algo esencial: nunca fuiste el trueno ni el relámpago. Siempre fuiste el cielo que los sostenía.

Esta noche, si todo se siente pesado o ruidoso, silencia el ruido. Siéntate. Respira. Deja que la tormenta pase. Y verás lo mucho más liviano que se siente el mundo cuando dejas de huir de ti mismo.

Gracias por leer-

Patricio Varsariah.