A veces escucho decir por ahí que los más importante de una pareja es “la comunicación”. Al oír pavadas*como dicen los Argentinos- y como esa, tan características de los libros de autoayuda, los programas de radio nocturnos y las conversaciones de grupos de lectura integrados por señoras mayores, como no soy una persona con inclinaciones violentas, no puedo liarme a bofetadas como acaso sería menester para poner un poco de orden en tanta cabeza hueca y mal amueblada y, por otra parte, como soy un ateo, tampoco puedo tirar de resignación cristiana para sobrellevar el mal trago, así que no me queda más remedio que utilizar esta mi pagina web, para esbozar una explicación que a estas alturas no debería ser necesaria pero que, visto lo visto, parece que sí lo es.

Comenzaré con un ejemplo: Un amigo de apellido Escobar, tres meses después de conocer a una dama alemana Anita en una sala de fiestas en Platja d'Aro se casó con ella en la Iglesia de San Michael de Colonia (Alemania) el día 10 de diciembre de 1970 sin hablar ninguno de los dos ni una palabra del idioma de su cónyuge. Dadas las circunstancias huelga decir que no parece probable que por aquella época se comunicaran demasiado –al menos verbalmente- y, sin embargo, están juntos durante más de cuarenta años, que, en los tiempos que corren, es una extensión de tiempo que casi mete miedo.

¿Qué quiero decir? Quiero decir que la base del amor no es la comunicación, ni la confianza, ni la sinceridad ni la paciencia. Todas esas son virtudes inespecíficas que lo mismo se pueden predicar de una pareja de la policía, de un cura párroco con sus feligreses o de un imputado por malversación de caudales públicos con su abogado. El amor (duele casi físicamente tener que explicarlo) tiene que ver con algo intangible que está mucho más allá de todos esos lugares comunes, algo que o se siente o no se siente y punto. El que lo ha sentido sabe a qué me refiero. Y el que no, con toda sinceridad, quizás debería ir rediseñando su destartalado orden de prioridades.

Para que la cosa prospere –si es que ha de prosperar, porque la perdurabilidad tampoco es un atributo necesario de las relaciones amorosas, que pueden ser efímeras y no por ello menos memorables- hace falta (cierta) dosis de compañerismo, comunicación, flexibilidad, educación, tolerancia, suerte, cariño, respeto, empatía y dos o trescientas minucias más. Pero todo eso, siendo parte de la relación amorosa, no es la esencia de la relación amorosa, sino algo que la acompaña y la complementa como las patatas y los pimientos al pollo asado de algún domingo.

Vivimos en una sociedad que aspira a ser racional y razonable (aunque estamos muy lejos de conseguirlo en todos los órdenes de la vida, como demuestran, por ejemplo, las alarmantes estadísticas de mujeres asesinadas por sus parejas). Pero el amor, por su propia naturaleza, queda fuera de los límites del raciocinio, transgrede los principios de la física y se rige por sus propias y  misteriosas leyes, esas que hacen que no nos enamoremos de Juan, chico ideal, guapo, amable y educado y que en cambio nos volvamos locas y locos por esos cantantes y artistas, del que no se puede esperar nada bueno ni cuando duerme bajo los efectos de una de sus habituales intoxicaciones etílicas. 

Aceptar que esa dimensión irracional forma parte de nuestra vida atenta contra nuestra ilusión de control y por eso nos gusta pensar que nuestra relación de pareja se basa en lugares comunes, en dóciles magnitudes observables y verificables como la comunicación o la confianza. Pero no es así. No ha sido nunca así. Y mientras el amor exista, no será así jamás. Por eso el amor será siempre una aventura de la que a veces se sale por la puerta grande en medio de una gran ovación y otras con un revolcón y una cornada de dos trayectorias que pasa rozando la arteria femoral y que no acaba con nosotros de puro milagro. 

PD. Ahora entienden mejor a que se refiera la canción de Chayanne, verdad? Acaso creían que versaba sobre la tauromaquia? Si es que tengo que explicarlo todo...  https://youtu.be/GuZzuQvv7uc