Hoy siguiendo una rutina de despertarme a la madrugada me he puesto a pensar y a escribir sobre lo imposible que es saber cuándo tomaremos el último aliento, cuando será mi último escrito, cuándo será la última vez que suelte una carcajada o que mis lágrimas broten por mis ojos, sea como sea, que no me pille desprevenido. 

Que nos aterra morir, sí, pero más nos aterra hacerlo sin haber disfrutado, sin haber amado o haber peleado por ser mejores. Y todo esto debemos recordárnoslo día tras día, pero sobre todo en aquellos que nos hacen arder y que oscurecen nuestros sueños. Porque entonces será necesario recordarnos que sencillamente vivir es genial, que está lleno de pros y que la vida no tiene contras. 

Pero hay algo que me horroriza, pienso y reflexiono es la idea de “morir solo” y  de que alguien descubra mi cuerpo. Aunque sé que no estaré presente, me obsesiono con experimentar esta ansiedad, de que mi frágil humanidad quede al descubierto una última vez épica. No sé cómo puedo obsesionarme con algo que es fundamentalmente el final de toda mi obsesión. Eso es lo bueno de la muerte, ¿verdad? Has terminado por la fuerza (y finalmente) con todo eso.

Están los hechos biológicos de la muerte, ya sea que se haya ensuciado o que su cuerpo haya comenzado a descomponerse. También está la idea de que las personas pasen por tu vida para arreglar tus asuntos, los detalles íntimos que mantuviste cerca (el saldo de tus cuentas bancarias, el contenido de tu cajón junto a la cama) sean tocados por manos que no son tuyas. 

No hay control que puedas ejercer, no hay narrativa que puedas contar sobre las cosas que la gente encuentra. Hay una cualidad integral en la vulnerabilidad a la que te enfrentas en la muerte que me cuesta aceptar, más que la idea de no estar vivo más.

Desearía que cuando yo muriera todos los demás en el mundo también murieran para que yo no me perdiera de nada y para que nadie hablara de mí en la forma clínica en que se habla de alguien que no está presente.

Siempre que veo clips de cirugía en algún programa de televisión, me sorprende la forma impersonal en que los cirujanos cumplen su deber. Hay un montón de carne frente a ellos, no una persona. Una ola de náuseas me invade y no puedo escapar de esa sensación de malestar, no por la sangre sino por el abismo entre la persona en la mesa cuya vida se ha reorientado temporalmente en torno a esta cirugía y el personal en el quirófano que están aburridos, sus manos e instrumentos rudos y decididos donde nuestro impulso es ser tan, tan suave. 

Lo que para una persona es uno de los momentos más humanos y vulnerables de su vida es para la otra persona un lugar común, algo que hacer antes de tomar un descanso para almorzar.

Morir solo es lo peor, creo, porque la gente habla de eso. Todos le tienen miedo, por lo que buscan detalles: ¿cuánto tiempo pasó antes de que alguien tropezara con el cuerpo? ¿Qué catalizador impulsó este descubrimiento? La curiosidad mórbida se siente como una cura, como si conocer estos detalles íntimos nos ayudará a evitar el mismo destino.

Y, sin embargo, creo que morir solo es algo demasiado común para perder el tiempo temiendo. Puedes pasar toda tu vida tratando de no morir solo y aun así morir solo. Morir es inesperado, a veces no llegas a la muerte preparado con amigos y familiares a cuestas. O tal vez, a pesar de tus mejores esfuerzos, te han sobrevivido. O tal vez, está viajando a algún lugar y no pueden llegar a tiempo. Hay excepciones a los mejores planes. 

Mi obsesión por morir solo se siente como una obsesión por evitar lo inevitable. Incluso si hiciera todas las cosas que haces para no morir solo, como tener hijos y estar cerca de mi familia y mantener muchas amistades, incluso si el universo me sonríe y todo va según lo planeado, ¿no sentiré? solo en ese momento final de la muerte? 

Todos conocemos la experiencia de sentirse más solo cuando estás con otras personas porque no te sientes comprendido. He hecho esa confesión muchas veces, y ¿qué puede entender una persona viva sobre una moribunda?

Esta es una marcha solitaria e inevitable y es difícil pensar que no se me pida nada por adelantado. Estamos a la altura de esa ocasión inesperada porque debemos hacerlo, porque es parte de nuestro ADN hacerlo. Nuestra aceptación es rápida y forzada. ¿Y entonces?

Y luego, el momento en que más me enfrento a mi mera mortalidad es también el momento en que me excusan de ello.
Y luego, bienvenido silencio.
Y luego, quizás descansar.

Saludos.
Patricio Varsariah.