La muerte es una parte natural de la vida que todos deberemos afrontar tarde o temprano. Según mi entendimiento, son dos las actitudes que podemos adoptar ante ella mientras vivimos: o bien elegimos no pensar en ella, o bien podemos hacer frente a la perspectiva de nuestra propia muerte y, reflexionando con claridad sobre ella, tratar de reducir al mínimo el sufrimiento que puede producir. Sin embargo, con ninguna de estas dos actitudes podemos llegar realmente a vencerla.

Contemplo la muerte como un proceso normal, una realidad que acepto ha de ocurrir en tanto permanezca en esta existencia terrenal. Sabiendo que no puedo eludirla, no veo que tenga sentido preocuparme por ella. Tiendo a figurarme la muerte como un cambio de ropa cuando la que llevo está vieja y gastada, no como un final definitivo. Pero la muerte es imprevisible: ignoramos cuándo o cómo ocurrirá. Así pues, resulta sensato tomar ciertas precauciones antes de que se produzca realmente.

Es evidente que a la mayoría de nosotros nos gustaría tener una muerte apacible, pero también está claro que no podemos esperar una buena muerte si nuestra vida ha estado llena de violencia, si nuestra mente ha estado agitada principalmente por emociones como la ira, el apego o el miedo. Por lo tanto, si deseamos morir bien, hemos de aprender a vivir bien; manteniendo la esperanza de una muerte apacible, debemos cultivar la paz en nuestra mente y en nuestra manera de vivir.

No menos importante que prepararnos para nuestra propia muerte es ayudar a otros a morir bien. Cuando nacemos, todos nos hallamos desvalidos e impotentes, y sin el cuidado y el afecto que recibimos entonces no habríamos sobrevivido. Puesto que los moribundos son igualmente incapaces de valerse por sí mismos, deberíamos aliviar su malestar y su angustia y asistirlos en la medida de lo posible para que mueran con serenidad.

La Muerte y el Morir constituyen un punto de encuentro entre la tradición científica moderna y religiosa. Creo que en el plano de la comprensión y el beneficio práctico ambas pueden ayudarse muchísimo mutuamente.

A pesar de sus éxitos tecnológicos, la sociedad occidental carece de una verdadera comprensión de la muerte y de lo que ocurre durante la muerte y después de ella. A la gente de hoy se le enseña a negar la muerte, y se les enseña que no significa otra cosa que aniquilación y pérdida. Eso quiere decir que la mayor parte del mundo vive o bien negando la muerte o bien aterrorizado por ella. El mero hecho de hablar sobre la muerte se considera morboso, y muchas personas creen que el solo hecho de mencionarla es correr el riesgo de atraérsela.

Otros contemplan la muerte con un buen humor ingenuo e irreflexivo, pensando que, por alguna causa desconocida, la muerte les irá bien y que no hay por qué preocuparse. La gente suele cometer el error de tomarse la muerte con frivolidad y pensar "Bueno, morirse es algo que le pasa a todo el mundo; no es nada grave, es un hecho natural. Todo irá bien". Esa una teoría muy bonita hasta que llega el momento de la muerte. De estas dos actitudes hacia la muerte, una la considera algo de lo que hay que escabullirse y la otra algo que se resolverá por sí solo. ¡Qué lejos están las dos de comprender la verdadera importancia de la muerte!

Las grandes tradiciones espirituales del mundo, incluyendo por descontado el cristianismo, siempre han dicho claramente que la muerte no es el final. Todas transmiten la visión de alguna clase de vida venidera, que infunde un sentido sagrado a esta vida que estamos llevando ahora. Pero, a pesar de sus enseñanzas, la sociedad moderna es en gran medida un desierto espiritual en el que la mayor parte de la gente imagina que esta vida es lo único que existe. Carentes de toda fe auténtica en una vida posterior, son mayoría las personas que llevan una vida en último término desprovista de sentido.

Los desastrosos efectos de la negación de la muerte van mucho más allá del individuo y que afectan a todo el planeta. Debido a su creencia en que ésta es la única vida, la gente moderna no ha desarrollado una visión a largo plazo; en consecuencia, no hay nada que les impida devastar el planeta para sus propios fines inmediatos y vivir de una manera egoísta que podría resultar fatal para el futuro. La moderna sociedad industrial es una religión fanática. Estamos demoliendo, envenenando, destruyendo todos los sistemas vitales del planeta. Estamos firmando letras que nuestros hijos no podrán pagar... Nos comportamos como si fuéramos la última generación que va a vivir en el planeta. Sin un cambio radical de corazón, de mente, de visión, la Tierra acabará como Venus, ¿calcinada y muerta?

El miedo a la muerte y el desconocimiento de la vida futura alimentan esta destrucción del medio ambiente que amenaza las vidas de todos. Por eso, ¿no es aún más preocupante que no se le enseñe a la gente qué es la muerte ni cómo morir? ¿O que no se les dé ninguna esperanza en lo que hay después de la muerte ni, por tanto, en lo que realmente hay detrás de la vida?

¿Podría resultar más irónico que los jóvenes sean tan cuidadosamente instruidos en todos los temas excepto en aquel que encierra la clave del sentido total de la vida, y acaso de nuestra misma supervivencia?

¿Cree usted que hay una vida después de ésta? No pregunto si lo aceptan en cuanto proposición filosófica, sino más bien si lo sienten en lo profundo del corazón. Si alguien cree en una vida después de ésta, toda su actitud ante la vida será distinta y tendrá un claro sentido de la moralidad y la responsabilidad personal. Sospecho que existe el peligro de que la gente que carece de una intensa creencia en una vida venidera acabe creando una sociedad centrada únicamente en los resultados a corto plazo, sin pararse a reflexionar en las consecuencias de sus actos. ¿Podría ser éste el motivo principal de que hayamos creado un mundo tan brutal como el que ahora ocupamos, un mundo en el que hay tan poca compasión?

A veces creo que los países más ricos y poderosos del mundo desarrollado son como el reino de los dioses. Se dice que los dioses viven en un lujo fabuloso, deleitándose en todos los placeres imaginables, sin conceder el menor pensamiento a la dimensión espiritual de la vida. Todo parece ir bien hasta que se acerca la muerte y aparecen inesperados signos de decadencia; entonces los cónyuges y amantes de los dioses ya no osan acercárseles, sino que les arrojan flores desde cierta distancia y rezan a la ligera para que vuelvan a renacer como dioses. Ni todos sus recuerdos de gozo y felicidad pueden protegerlos ahora del sufrimiento que afrontan; sólo sirven para volverlo más cruel. Así que a los dioses moribundos se les deja morir solos en su desdicha.

El destino de los dioses me recuerda la forma en que se trata hoy a los ancianos, los enfermos y los moribundos. Nuestra sociedad está obsesionada por la juventud, el sexo y el poder. ¿No es aterrador que desechemos a los ancianos cuando termina su vida productiva y dejan de ser útiles? ¿No es inquietante que los llevemos a asilos donde mueren solos y abandonados? ¿No es hora ya de volver a examinar cómo tratamos en ocasiones a quienes padecen enfermedades terminales como el cáncer y el sida? He conocido a varias personas que han muerto de sida y he visto con cuánta frecuencia hasta sus propios amigos las trataban como a proscritas, y cómo el estigma que va unido a la enfermedad las reducía a la desesperación y les hacía sentir que su vida era repugnante y que a los ojos del mundo ya había llegado a su fin.

Afortunadamente, empieza a haber un cambio de actitud. Necesitamos descubrirle un sentido auténtico a la muerte y a la vida. Sin ello, ¿cómo podemos ofrecerles verdadero consuelo, ya que sólo con el conocimiento espiritual podemos afrontar realmente la muerte y comprenderla, la vida no termina con la muerte, y que efectivamente hay una «vida después de la vida».

Tanto la desesperación como la euforia ante la muerte son formas de evasión. La muerte no es deprimente ni emocionante; es sencillamente un hecho de la vida. Es muy triste que la mayoría sólo empecemos a apreciar la vida cuando estamos a punto de morir. Muchas veces pienso que quienes creen que disponen de mucho tiempo sólo se preparan en el momento de la muerte. Entonces los desgarra el arrepentimiento. Pero, ¿no es ya demasiado tarde?

¿Qué observación sobre el mundo moderno podría ser más escalofriante que la de que casi todos mueren sin estar preparados para la muerte, tal como han vivido sin estar preparados para la vida?
Patricio Varsariah.