Hay tanto que no puedo decir con palabras, aún cuando creía tener el don de saber esgrimirlas y colocar cada una como piezas de un puzzle. Y es que hay cosas que no se asimilan con la cabeza y sólo el corazón sabe comprenderlas y aposentarlas en su regazo. Tanto tiempo creyendo que el Yo que era centro de todo residía en mi cabeza y ahora me han hecho comprender que mi mente no es más que la pantalla del ordenador que asimila la información. La visualiza, la muestra, pero hay muchas cosas que es incapaz de exponer como caracteres o gráficos. Eso sólo es capaz de procesarlo el corazón de la máquina y guardarlo en una memoria donde almacena todo lo que vieron mis ojos cada vez que se abrieron en una nueva vida y lo que contemplaban cuando se despedía de otras tantas.

La ausencia de razón, es decir, la locura, es el concepto con el que la mente reacciona como autodefensa ante lo que no puede asimilar. Y hay tanto que se le escapa. Y es tan fácil desistir. La única manera abandonarse al corazón, casi sin pensar, y en esa locura irracional a la que tanto teme nuestra mente... aparece la realidad, el sentido estar vivos. Todo lo que aparentemente tiene valor se lo hemos adjudicado nosotros, como para aferrarnos a algo tangible y palpable. Los que sueñan, los locos, luego son los únicos que hacen realidad sus mundos. Pero el regalo es tan extraño y grande que sólo ellos pueden verlos mientras el resto permanece en la realidad en que ha decidido quedarse, la que únicamente se ve capaz de aceptar.

Te miro a los ojos, y sabiendo que son mis ojos me contemplo mirando por esa ventana, sabiendo que esa ventana son mis pupilas y que el mundo que contemplo es lo que he decidido ver. El tiempo no pasa porque el girar del planeta no consume tiempo. Los que consumimos el tiempo somos los humanos con nuestros anhelos torpes, con nuestros deseos y nuestras ansias. Lo moldeamos según creemos ser felices o no, según seamos más o menos pacientes, estemos más o menos conformes.

No has hecho más que mostrarme mi propio corazón, señalarme la ventana correcta para mirar el mundo. Y yo, tan estúpido, no era capaz de entenderlo si no lo hacías metafóricamente haciendo aparecer una ventana física. Ahora el mundo que contemplo a través de ella no es físico, porque sólo el corazón puede verlo. Lo esencial no se escondía sino que era yo el que tenía una venda en los ojos, la venda de la mente, el filtro que me impedía “entender”.

Dibujaré ventanas para que los demás contemplen mi mundo y quizás decidan buscar dentro de ellos otra ventana que les muestre lo que anhelan con tanta fuerza, sean o no conscientes.

Patricio Varsariah