Se que lo he tenido un poco olvidado a mi pagina web, los días pasan muy rápido y he estado ocupado con un montón de pendientes y cosas en casa. He estado ordenando, revisando cosas que no necesito. Mi cabeza sigue llena de ideas y cosas que me han funcionado, que he probado, proyectos nuevos que he hecho y que me encantaría compartir en este mi rincón,  pero por algún motivo no han llegado a mi computador :-(. Cada vez que trato de escribir y retomar algo sucede y se pasa un día mas.

Hoy quiero escribir y compartir una reflexión: sobre como nos mostramos y como nos protegemos ante los otros y ante nosotros mismos por temor y al “deber ser”. Vestirnos hoy no solo nos protege del frío, sino también de nuestras imperfecciones, nuestras heridas o penas profundas. Nos vestimos muchas veces con máscaras y disfraces para lucir bellas o bellos,  cuando no lo estamos, o alegres cuando en verdad estamos tristes. Nos vestimos para lucir bien y sentirnos bien. Que lindo espectáculo observamos cuando nos percibimos bien y nos ven bien: cuando estamos felices: luces del cielo, en arcoíris, bajan hasta nosotros y nos visten desde el Alma. Irradiamos esa alegría! Está de moda andar vestida: se nos dice cómo vestirnos para seducir, cómo vestirnos para sentirnos seguros y contentos. Lucimos nuestra tenida innovada de confianza y con ello un gran poder interno.

Desvestirnos es peligroso porque nos expone y vivimos en una sociedad que sólo acepta la perfección. Por esta razón nos sentimos “desvestidos” cuando estamos ansiosos, frágiles o asustados. Tenemos disfraces para toda ocasión, dependiendo de la circunstancia. Nuevamente utilizamos camuflaje y desfilamos en la pasarela de la vida. Nos desgastamos haciendo roles que no queremos, viviendo la vida para otros. El resultado es el fracaso de muchas relaciones que pudieron ser exitosas y una constante sensación de soledad.

Dice: Este mal parte en la infancia, cuando para ser queridos o para ser aceptados o para poder competir con nuestros hermanos o para no decepcionar a nuestros padres se instala el temor al desnudo. Estos niños siempre bien vestidos, a veces para ser funcionales a la familia se visten de rebeldes, de enfermos, de frágiles, de lo que sea con tal de mantener el sistema. Otras veces es al revés, deben vestirse de personas grandes, competentes, nunca dar problemas, cuidar siempre en vez de pedir cuidado, disfrazarse de fuertes y de seguros, de capaces y maduros. Después basta con tener un buen guardarropa y la vida promete andar más o menos bien.

Detrás de la obediencia infantil está la ilusión de un encuentro que nos permita mostrar esas otras partes escondidas, de un rincón de desnudez. Y la vida suele regalar a todos ese rincón. Un rincón donde la pasión, la ternura, la risa, la locura y también el sentido de realidad puedan darse juntos y sin explicaciones. Un espacio de libertad, de verdad. Un lugar donde ganar puede ser perder, perderse”.

Esos rincones son escasos. Cada día vemos cómo las restricciones a la libertad se hacen cada vez mayores y cómo la soledad y la tensión que resultan de andar siempre vestidos enferman el alma y el cuerpo de muchos.

¿Podremos crear y crearnos ese espacio? ¿Para nosotros, para nuestros hijos, para nuestros amores? Hay que recuperar la desnudez perdida!