Hay días en que el corazón se nos entume y necesitamos tanto un abrazo no egoísta, ese que no te pide o reclama nada, uno que sólo te entrega en silencio la calidez que quitará el hielo de él. Ese calor que te hará creer que por un instante, por un leve instante, te están dando todo, sin pedir nada a cambio.

Hoy, veía una película de esas tontas, de esas que te hacen bien porque no tienes que pensar, ni percibir una verdad profunda o analizar la soberbia actuación de unos actores o la sobresaliente dirección o fotografía de la misma. De esas simples, de esas películas que te mantienen con una leve sonrisa que sólo la notas si alguien que te mira te lo dice, Y sonríes sin darte cuento simplemente por lo grato y por esa simplicidad con la que te va llevando de la mano de una escena a otra, sin pedir más atención que el mínimo necesario para no aburrirte. Fue entonces,  en una escena  trivial sin grandes logros más que su espontaneidad, sí ahí  apareció una frase que me hizo darme cuenta de que era exactamente eso lo que muchas veces he tratado de pedir o decir, pero no encontraba las palabras.  Por lo tanto ahora ya puedo pedir sabiendo con certeza lo que es. Quiero un abrazo no egoísta, uno que no pida nada más que el tibio calor que derrite tu alma.

A medida que vamos envejeciendo, no importa cuantos años más sean, de alguna manera se van asentando las metas, ideas y lo esperado. Se va haciendo tangible lo que hemos perseguido y todo va tomando un orden inamovible, así ha pasado conmigo, así espero que siga pasando. Lo que ahora me importa es que todo está en una línea recta, las puertas se abren y llega lo que debe.

La imagen que preside este escrito partió conmigo cuando comencé esta pagina web y estuvo mucho tiempo siendo mi rostro, varias personas me dijeron que por qué la había elegido si era tan “fea”. Y yo sin embargo, desde que la vi me enamoré de ella, de su mirada. Lo externo; no pesa, no toca, ni dice nada… pero la mirada habla en todas las lenguas. Lo realmente importante, eso que nos hace afirmarnos en el día a día, en lo valedero de las cosas, se ve en aquello que está detrás de lo tangible, aquello que se ha logrado acumular a través de la vida, de los dolores y las alegrías, de lo efímero tanto como lo real. He aprendido (ya que a mis años algo se aprende) que para aquel buscador de la verdad, la mejor puerta para abrir es una mirada. 

Quisiera que las palabras fueran livianas, para que no cortaran con su filo el firmamento, quisiera que las formas fueran etéreas para sostener la luz entre mis manos, quisiera ser en los abismos de su tacto, en el latido, en todo lo que presiento. Quisiera amarrarme a los segundos de ese tiempo que no existe, en la necesidad que crea el universo, quisiera, quisiera…, dejar de ser humana para no tener límites.

La semana pasada se me abalanzó la vida, se vino todo junto y de golpe, se deslizaron por mis manos infinidad de cosas, algunas difíciles de llevar o de enfrentar, otras sin embargo, que endulzaron mi piel hasta convertirla en canela.  Ahora me pregunto…, cual sendero es el que seguirán mis pasos, el que me empuja por el camino de la cordura?, el que me lleva por el camino de la consciencia?, cualquiera sea, será sin lugar a dudas  todo un aprendizaje lleno de aventuras.

Después de un día de trabajo de regreso a casa en el tren nada especial sucedía, pero de pronto pasó algo extraño. Iba escuchando a Danez Prigent, me hace bien oírlo, me nivela, me eleva, me gusta. Iba en eso, absorto con la música cuando de pronto al fondo algo grande y brillante atrapa mi mirada, era la luna, estaba impactante brillante y grande, creo que si hubiera extendido un poco mi mano la hubiera acariciado, eso me provoco una rara sensación de amplitud, de paz, no sé, salirme del momento, de mi momento, después del primer hechizo y no sé por qué razón, vinieron a mi mente otras personas, personas que no conozco, niños, mujeres…, gente, fue tan fuerte el remezón que tuve que bajar el vidrio para que entrará el aire. Pensé en mi felicidad y pensé, como nunca antes en la desgracia de esos tantos, de esa gente que no conocía y me gritaban al oído. Jóvenes engañadas y luego llevadas a otros países para ser prostituías y comercializadas como esclavos, niños abandonados, drogadictos que no encuentran la salida, tantos, tanto dolor y yo sintiéndome tan feliz. Lo curioso y al contrario de otras veces no me provocó, sólo por unos instantes fui parte de ellos, los sentí, los viví y tomé consciencia de esos dolores, por una extraña razón pensar en ellos me hizo equilibrarme, luego pensé que  tal vez, sólo tal vez si una parte de toda esa sensación de paz que sentía, de toda esa fuerza que bailaba dentro de mí llegaba a alguno de ellos cambiaría en algo su momento, no lo sé con exactitud pero sí sé que el pensar en algo más que en mi propia existencia,  mis propias alegrías o dolores me dio algo de paz para seguir caminando por la vida mientras sueño que soy feliz.

No creo que haya mejor herramienta para transmutar los sentimientos que la música, al menos a mí, me sirve tanto. Pensé en que tal vez  necesito unos minutos de relajo, creo que me vendrían bien, poder asumir con la mente abierta y el espíritu limpio los nuevos eventos, esperarlos con las manos llenas de impulso, de ganas, de  energía y comprensión. Recibirlos con la certeza que son necesarios, con la convicción de que es mejor para mí, para nosotros como humanidad, estamos todos tan unidos…, somos tan UNO que a veces me cuesta separarme de esa totalidad y mirar mis manos y escuchar mis silencios.

Me han pasado sucesos cotidianos que me han dejado reflexionando, ahondándome de una manera extraña, reflexiones que me causan dolor y ese dolor me duele tanto. Es esta indiferencia de la gente ante sucesos rutinarios, pero dolorosamente importantes, que están ahí, rozándoles la pisada ¡y nadie los ve! o a nadie parece importarle. Hablamos y hablamos de todo y de nada,  seguimos a lideres fatuos, idolatramos a personajes que no pesan más que un chelín, convertimos en lideres a seres que no dejan huella. Nos ilusionamos con promesas de políticos, nos dejamos arrastrar por sus rostros risueños y ojos brillantes, y no sabemos mirar. Dónde mirar.

Los mall están repletos de gente comprando, los restaurantes con sus mesas completas, los autos brillantes paseándose por las calles, las miradas, lo que se habla y discute… lo que se observa. Lo que se idolatra. La pobreza y desesperanza de las clases trabajadoras, laten, laten en los poros de mi piel y no me basto para realizar un cambio, me pregunto ¡¿qué hago?!, qué más puedo hacer de lo poco que hago. ¿Qué puedo hacer para amamantar a todos esos sufrientes, qué puedo hacer si no me alcanzan las manos? De pronto quisiera saber cómo dejar de absorber el dolor del mundo y cerrar los ojos, pasarme al otro lado de la línea, donde los dolores no te tocan y logras ser feliz con la ilusión de lo material.

Si supiera que he de morir hoy… Me gustaría tener los sentidos despejados y así “ver” toda la profundidad en los ojos de los que amo, poder oler la tierra cuando esta despertando en la mañana, pisar el pasto cuando se prepara para dormir. Me gustaría tener el valor para  sentir que la vida es más que poner los pies en la tierra y caminar por los días. Tener la sensibilidad para no llorar por lo que no puedo arreglar y reír por lo que pude cambiar. No tener de que arrepentirme, sí, creo que eso es vital. Haber dicho todo lo que debí decir. Haber gastado todos los besos que guardaba en mi alma. Haber amado con toda la locura que es posible.

Si muriera hoy, me gustaría irme sonriendo, y que los míos, estén en paz con ellos mismos. No cansarme de dar gracias a mi Dios, por todos los seres humanos que han tocado mi vida, por los que la tocan ahora. Por tener a alguien a mi lado, que sea capaz de inventarme una navidad para sacar destellos de mis ojos, lágrimas de mi alegría, sonrisas de mi paz. Si muriera hoy, creo que podría partir en paz.