Ya no sé dónde estás, si te conozco o aún no. Ni siquiera sé si sabré reconocerte cuando te vuelva a ver en esta existencia, o si aún habiéndote hallado no he sabido que eras tú. Para saberlo ha llegado este tiempo de calma donde aprenderé a no necesitar y sí a entregar. Donde la paciencia es una flor que cuidar en un jardín de serenidad y paz.

Sé que eres una buena persona y delicada. Por eso te amo. Bueno, por eso y por muchas cosas más. Pero lo más importante es que no te amo porque te necesite, ni te necesito porque te amo, sino algo que va más allá. No eres ni fuiste ni serás la justificación de mi inseguridad, no se trata de que seas mi refugio cuando hay mal tiempo, sino que amo refugiarme contigo. No llenarás mis vacíos, sino que me ayudarás a llenarlos.

He aprendido que lo que anhelamos el uno del otro no es rellenar nuestros huecos y ausencias, sino complementarnos y apoyarnos en el caminar. Debemos ser los dos seres enteros, no dependientes, dos naranjas enteras, nada a medias. Sólo así, sin depender, podemos amarnos sin miedo, sin temor a no ser nada el uno sin el otro. Quizás todo lo que nos está pasando, a mí en mi mundo y a ti en el tuyo es para aprender esto, para grabarlo bien en nuestros corazones.

Aprender a amar sin miedos, del modo más sincero y puro que pueden amar nuestros espíritus. Trascendiendo lo material, más allá del espacio y del tiempo, y de esta existencia misma. No ser dos viajeros temerosos que se unen casualmente para paliar sus miedos sino dos almas que vuelan juntas porque tienen un mismo destino. Sin ti sigo siendo el mismo. Tú sin mí sigues siendo Tú. Juntos, somos más aún. Paciencia.