Me escribo esta carta. Quiero leerme, cuestionarme, aprenderme. Para evitar iniciar la frase, doy vueltas a la pluma y la tinta dejara constancia de lo que mi mano guiada por hadas o demonios pondrá en palabras. Debería tener miedo, sin embargo ya nada me espanta, todo ocurre como debe ser cuando el destino lo impone, todo pasa a mi lado, y no me asombro.

Cuando uno llega a los años que tengo, muchos amigos ya se fueron, mi padre hace mucho. La gente que uno conoce y admira, actores, artistas, escritores, van desapareciendo y la soledad se agranda y se enseñorea. Pero todos, todos los que ame están dentro de mí en mis palabras o en mis silencios: es la vida.

Podría consolarme, decirme esto y aquello, las mañanas de sol, las pequeñas cosas que nos gustan, mi amigo el cafecito mañanero, podría enamorarme, esa tonta costumbre que siempre tuve, y al final me hace feliz y al final me hace llorar.

No soy una escritor, no lo seré ya, pero escribo, nadie tiene que decirme lo que ya se, a veces me gusto, a veces pienso que cometo y cometí muchos errores, pero eso según dicen es humano. Describir la nada o el todo que aun es mi vida, no es fácil, no me sobrestimo ¿Porque estoy tan ceremonioso, porque no canto y miro el amanecer desde mi ventana?

Hoy estoy en casa contemplando el despertar de la naturaleza desde mi ventana. Es una de esas mañanas para imaginar esperanzas azules, no hay una nube en el cielo ni pájaros vagabundos surcando la silenciosa inmensidad. El único sonido que perturba la paz es el de mi corazón trabajando a marcha forzada para que tú continúes moviendo los hilos que me llevan a través del tiempo, como mariposa que aletea sus páginas de colores en lo que debo suponer son los capítulos de mi vida.

Estoy convencido de que todos vivimos momentos como estos. Nos encontramos solos, ajenos a todo lo que nos rodea y eternizando el instante comenzamos a dialogar con la vida desprendidos de la realidad. Navegar en ese plano al que pocas veces nos remontamos, nos asusta un poco. Pensamos que algo de demencia se alberga en la oscuridad de nuestra materia gris o que quizás estemos perdiendo el sentido común que nos ata a las cosas terrenales. ¿Cómo es posible que nos atrevamos a entablar un diálogo con la vida? Pese a lo lúdico de la circunstancia, lo intentamos.

Pienso en el recorrido por la vida para luego marcharse sin dejar una huella en el tiempo ni una piedra en el camino. 

La vida, la mía a quien le escribo, está aquí.