En estos momentos dolorosos que estoy pasando, he aprendido a que existen dos maneras de usar la plena conciencia. La primera es traer nuevamente la experiencia del sufrimiento; y la segunda es mirar profundamente y entrar en contacto con las cosas positivas. Es de esta manera que nunca puedes encontrar la felicidad fuera de tu sufrimiento, pues debes descubrir tu felicidad en el preciso momento en que estás irritado, enojado y sufriendo. 

Es muy importante no huir, sino mantenerse en contacto con el sufrimiento, parándose. Y por doloroso que éste sea, mirad profundamente e intentad estar en contacto con las condiciones positivas. Así que la felicidad puede estar ahí, de manera inmediata, y emerger del mismo sufrimiento.

Todo en la vida pasa. Vivir es pasar. La Pascua es pasar, es paso. Sin pretender fijar nada, sin establecer nada, dejar que todo se diluya, que todo se vaya disolviendo en un eterno pasar, en un eterno fluir. La vida es constante inclinación hacia el Señor amigo de la vida. 

El invierno, al pasar, da lugar a la primavera, que desemboca en el verano y éste nos conduce al otoño. Así la vida sigue su camino sin descanso, sin desfallecer, sin pararse. Jamás se detiene, jamás se paraliza la vida, jamás se puede fijar, la fijación es la muerte. Y así son las estaciones de la vida, de calma, de quietud. Y, a la vez, de cambio, de constante evolución. 

Así son los pasos de las horas de la vida, de las horas de nuestros relojes y de las horas cósmicas. Unas de agitación y de sobresalto, otras de sosiego y de quietud. Las horas de silencio preparan el camino y el alumbramiento de la palabra. El silencio es como la cuna de las más inefable e indecible Palabra. También las horas de enfermedad dan paso a las horas de renovada salud. La inactividad alumbra otra hora, otra tarea, otra actividad inesperada. Sí, vivir es pasar. La vida es paso. Paso a una nueva Vida.

Patricio Varsariah.