La felicidad cotidiana está compuesta por pequeñas y grandes cosas. Soy feliz por estar con la gente que amo, mi pareja, amigos, familiares, y mi mascota. Además, uno está bien consigo mismo cuando hace lo que siente, lo que le define, ya sean aficiones, trabajos, costumbres, gestos… Es difícil tener que renunciar a aquello que me hace feliz y que, de algún modo, sigue presente cada día de mi vida. Es posible que, en un momento dado, dejarás atrás todo lo que te definía por una persona. Atrás se quedó tu familia, tus amigos, tu trabajo…

Toda renuncia valdrá la pena si lo que conseguimos nos ofrece aquello que esperamos, pero si bien es cierto que nada en esta vida es seguro, y que casi siempre es necesario arriesgarse, las personas necesitamos gestos, palabras, actitudes y actos que nos demuestren que todo lo hecho, vale la pena… Que valió la pena saltar al vacío para ser feliz. Las personas muchas veces nos concienciamos en la idea de que “la vida es lucha”, de que a veces es necesario saber renunciar para encontrar cosas mejores, y por lo tanto, crecer.

Ahora bien, no hay por qué dejar atrás todo aquello que te hace feliz, sólo por hacer felices a otros. No es lógico: desde el momento en que dejas de hacer lo que te define y te hace feliz, dejas de ser tú mismo¿Qué le vas a ofrecer a la otra persona si ya no eres tú?. Quien además llega a permitir que te desprendas de aquello que te arranca sonrisas, placeres y bienestares, no te merece. Tú y Yo no somos sólo lo que se ve, no somos un físico, una presencia y una voz que rompe el silencio. Tú y yo somos nuestros paseos de las tardes, nuestras lecturas antes de dormir, y nuestras escapadas imprevistas para estar solo/a. La vida, en ocasiones, nos obliga a hacer más de una renuncia. Y lo hacemos porque hay aspectos que nos compensan, porque en esa balanza equilibrada sigue estando parte de aquello que te hace feliz. No obstante, no siempre ocurre de esta forma. La balanza no siempre se mantiene en su punto de sutil equilibrio donde todos ganan y nadie pierde. Es común, que en las relaciones de pareja, alguno de los dos embargue su felicidad por el bien del otro.

Podemos renunciar a lo bueno para lograr lo grandioso, cerrar una ventana sabiendo que hay otra puerta; pero nunca demos todo a cambio de nada, y aún menos renunciar a todo aquello que nos hace feliz como quien salta al vacío de un abismo. No se trata de ser egoístas, tampoco de priorizar nuestras necesidades por encima de los demás. La vida, lo creamos o no, requiere acuerdos con uno mismo y con el resto de personas. Y ambos son igual de importantes.En consecuencia es necesario mantener una dignidad lo bastante fuerte para sentirnos bien con nosotros mismos, para poder mirarnos al espejo y reconocernos cada día, y decir: “este/a soy yo y soy feliz”.

A su vez, a la hora de convivir, todos necesitamos de esa reciprocidad tan necesaria donde cada esfuerzo valga la pena, donde cada renuncia se vea compensada por otros aspectos. Donde la felicidad sea compartida y no limitada, absorbida por una de las partes. Las personas muchas veces nos concienciamos en la idea de que “la vida es lucha”, de que a veces es necesario saber renunciar para encontrar cosas mejores, y por lo tanto, crecer. Ahora bien, no hay por qué dejar atrás todo aquello que te hace feliz, sólo por hacer felices a otros. No es lógico: desde el momento en que dejas de hacer lo que te define y te hace feliz, dejas de ser tú mismo… ¿Qué le vas a ofrecer a la otra persona si ya no eres tú?. Quien además llega a permitir que te desprendas de aquello que te arranca sonrisas, placeres y bienestares, no te merece. Tú no eres sólo lo que se ve, no eres un físico, una presencia y una voz que rompe el silencio. Tú eres tus paseos de las tardes, eres tus lecturas antes de dormir, y tus escapadas imprevistas para estar solo/a. Eres tu trabajo, tus ideales, tus películas en versión original y una siesta por la tarde… ¿Qué te queda si te quitan todo ello?

No es más feliz el que menos tiene, sino el que “más afectos, serenidad, equilibrio y amor” tiene en su interior. No estoy hablando pues de ganancias físicas, sino de riqueza emocional, ésa que deberíamos cultivar cada día de nuestra vida. No debemos renunciar a lo que nos hace feliz, y aún menos a esos corazones sabios y artesanos que saben ofrecerte felicidad a través de los pequeños detalles, en la cotidianidad del día a día, haga sol, nieve o vengan momentos adversos. Ser feliz, en realidad, no cuesta nada, sin embargo, parece ser uno de los retos más complejos de la humanidad. En ocasiones, sin saber muy bien cómo, las personas somos hábiles especialistas en hacernos la vida imposible. Bastaría en realidad con tener en cuenta estos sencillos aspectos: Aprende a dar y recibir, el día a día es un intercambio continuado donde a través del respeto mutuo, y el entendimiento, ninguno debería tener que renunciar a nada.

Entiendo que será imposible hacer felices a los demás si en primer lugar, yo o tú mismo/a, no eres feliz. Jamás cometas el error de darlo todo por alguien a cambio de nada, porque entonces nos quedaremos vacíos, seremos solo una sombra de nosotros mismos. Y si perdemos nuestra identidad, lo perdemos todo.

Escuchémonos cada día, entendamos nuestras necesidades, al igual que entendemos la de los demás. Nadie es egoísta por cuidar de sí mismo, por procurarse ser feliz, por crecer, por ser más sabio, más hábil, por quererse un poco más. Porque el amor, es la única fuerza que crece cuando se comparte,  y eso es algo a lo que nunca deberemos renunciar…

Feliz Viernes.