Schopenhauer y el oscuro secreto de la estupidez humana.
Publicado por Patricio Varsariah el miércoles, octubre 8, 2025

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https://youtu.be/f-whQG8yfFg?si=spqX0vPqkIbYg6R9
Te comparto un resumen.
“Cuanto más limitado es el espíritu, más inquebrantable es su convicción”, escribió Schopenhauer, como si adivinara el socialismo del siglo XXI.
El poder es la forma más vistosa de esa estupidez. Cuando alguien obtiene poder —político, económico o simbólico— su ego se expande y su lucidez se contrae. Cree dominar al mundo cuando, en realidad, la voluntad lo domina a él. El poder vuelve ciego porque elimina la necesidad de dudar. Y no hay nada más peligroso que un tonto que se cree infalible.
Hay pocas cosas más inquietantes que la estupidez. No la falta de inteligencia, sino esa mezcla de ceguera, orgullo y autoengaño con la que los seres humanos seguimos tropezando en los mismos errores, convencidos de tener razón. Arthur Schopenhauer, ese gran pesimista de la filosofía, vio en esta condición no un accidente, sino la esencia misma de lo que somos.
Para él, el ser humano no está guiado por la razón, sino por una fuerza mucho más antigua y poderosa: la voluntad de vivir. Esa voluntad no piensa ni comprende; solo quiere. Quiere poseer, dominar, perpetuarse, destacarse sobre los demás. Y la razón, en lugar de gobernar, actúa como un sirviente fiel que justifica cada deseo con argumentos que suenan lógicos, pero son puras racionalizaciones.
La estupidez, en este sentido, no nace de la falta de entendimiento, sino de la sumisión de la inteligencia a la voluntad. No actuamos como pensamos; pensamos para justificar lo que ya hemos hecho. Por eso, incluso las mentes más brillantes pueden ser estúpidas: su lucidez no las libra de la ceguera interior que impone el deseo.
El ego es el rostro cotidiano de esa voluntad. Nos creemos libres, dueños de nuestras decisiones, pero somos, según Schopenhauer, marionetas de un impulso que nos trasciende. El ego nos convence de que tenemos razón, de que nuestras ideas son mejores, de que los demás no entienden. En realidad, el ego nos protege de la verdad más dolorosa: que no sabemos quiénes somos ni por qué hacemos lo que hacemos.
En el fondo, la estupidez humana es una forma de defensa. No queremos ver nuestra pequeñez, nuestra dependencia de impulsos que no controlamos. Así, preferimos el autoengaño: inventamos principios, moralidades, religiones o ideologías que nos hagan sentir coherentes, superiores, buenos.
Pero Schopenhauer advierte que la moral común no nos vuelve sabios, solo nos hace hipócritas. Actuamos “bien” por miedo al castigo, por reputación o conveniencia, raramente por compasión auténtica. La mayoría de las veces, somos moralmente estúpidos: convencidos de nuestra bondad mientras actuamos desde el egoísmo más elemental.
Pero lo más inquietante de todo es que la estupidez no siempre se ve desde fuera. Schopenhauer nos obliga a sospechar de nosotros mismos: ¿y si el estúpido soy yo? ¿Y si mis certezas, mis juicios, mis creencias, son solo la voz de la voluntad disfrazada de razón?
La verdadera sabiduría, en su pensamiento, no consiste en escapar de la estupidez, sino en reconocerla como parte inevitable de la condición humana. El sabio no es el que se cree lúcido, sino el que sabe que su lucidez es limitada.
Por eso, Schopenhauer no invita a la desesperanza, sino a una forma de humildad metafísica: mirar la vida con ironía, compasión y distancia.
Aceptar que somos seres impulsados por fuerzas que apenas comprendemos, que el ego nos engaña y que la voluntad nos mueve como el viento mueve al mar. Solo entonces, al reconocer nuestra propia ceguera, la estupidez pierde su poder más oscuro: el de pasar inadvertida.
Al reflexionar sobre lo que se lee, se desarrolla la empatía, la creatividad y el pensamiento crítico. Es un diálogo silencioso con uno mismo.
Patricio Varsariah.