Pegamento para corazones rotos
Publicado por Patricio Varsariah el jueves, diciembre 17, 2015

Hoy quiero escribir sobre una emoción que me gustan y que estoy seguro que también a vosotros os gusta y son las caricias que aunque no resuelven nada son un modo de decirle a la adversidad que no van a poder conmigo… Adoro esas caricias que recomponen mis partes rotas, esos que alejan la soledad y que me llenan de alegría. Porque hay caricias que se crean de una conexión especial, de una sintonía que detiene el tiempo… No faltará nunca quien no aprecie una caricia o quien diga que no sirven para nada, pero para todas las personas es totalmente necesario en un momento u otro de su vida. Hay muchos tipos de caricias, tantos como personas, situaciones y relaciones, pero cada uno de ellos nos transmiten un mensaje. Se dice que cada vez que acariciamos a alguien con gusto, ganamos un día de vida.
Una caricia es un arma de poder, un gesto esencial que encierra todo un mundo de emociones, de equilibrio interno y bienestar psicológico. Esta necesidad por ser reconocidos, y por tanto, acariciados, es algo que nos va a caracterizar toda la vida. Una caricia construye vida, la reafirma, la edifica y teje un manto invisible que nos une a esa persona que se aloja en nuestro corazón. Ninguna tecnología puede sustituir algo así, ninguna máquina tiene el calor de un abrazo, ni la ternura de una caricia. Suele decirse también que el modo en que una persona ha recibido sus caricias a lo largo de su infancia, determinará también la forma en que las espere de los demás. Si no las ha recibido nunca es muy posible que no sepa cómo ofrecerlas, pero su necesidad por recibirlas será sin duda muy intensa a pesar de no reconocerlo. Es algo complejo, porque las carencias en la infancia determinan muchos de nuestros aspectos en nuestra madurez.
Y aunque puedan existir muchas diferencias interindividuales, la necesidad de roce, de cercanía de afecto es algo universal no sólo en el ser humano; también en los animales. De hecho podemos verlo en nuestras mascotas. Para que una caricia tenga impacto, relevancia y trascendencia, debe ser incondicional. Yo paso mi mano por tu rostro porque es lo que siente mi corazón, porque te reconozco como parte de mi y lo hago sin egoísmos. Sin condiciones. Una caricia es antes que nada un estímulo sensorial. Se crea una sensación, pero para que sea auténtica e incondicional, es roce debe despertar sentimientos y emociones positivas. Si la caricia es sincera e incondicional, establecemos una adecuada reciprocidad. Las dos personas se reconocen como parte del otra y reciben esas caricias como un tipo de lenguaje que las une, que las edifica.
En la caricia que te ofrezco también está una parte de mi. Las personas no acariciamos solo para ofrecer placer, para calmar, para atender y gratificar. Acariciamos para transmitir una parte de nosotros mismos y construir un vínculo. Las caricias una vez dadas son lo que son, después la otra persona deberá juzgarla como algo auténtico o algo falso. Porque no olvidemos también que hay caricias que hacen daño, caricias piadosas o irónicas que pueden destruir el vínculo. Una caricia dice mucho de nosotros, de ahí que debamos ofrecerla con calma, con ternura, trasmitiendo esos mensajes cómplices que no necesitan de palabras.
Escribo muy a menudo del concepto del apego. Y si bien es cierto que a menudo, y desde otras perspectivas se concibe el apego como “dependencia” o aferrarse demasiado a algo o alguien, desde el punto de vista humanista y afectivo, las personas necesitamos de un apego saludable para crear el vínculo. Una caricia es el gesto mediante el cual, reconocemos, envolvemos e integramos en nuestro ser, a una o más personas. Son parte de nuestro corazón y necesitamos de ese contacto piel con piel para reafirmar emociones. Una caricia es una palabra grabada en la piel que todos necesitamos recibir, porque no hay mejor pegamento para corazones rotos que un cargamento entero de caricias.