noviembre 6, 2025

No se calma una tormenta huyendo de ella. Se calma aprendiendo a permanecer en silencio en medio del trueno. La mayoría de las personas no le temen al silencio… le temen a lo que podrían escuchar dentro de él.
Vivimos en un mundo que premia el movimiento constante: los teléfonos vibran, la mente corre, y cuando todo se aquieta, entramos en pánico. ¿Por qué? Porque hemos olvidado cómo estar con nosotros mismos.
Últimamente he pensado en lo que significa aceptar la tormenta interior. No para controlarla, ni para ponerle nombre, sino simplemente para dejarla pasar. Cuando el ruido se disipa, la verdad suele resonar con más fuerza.
Recuerdo una noche, hace algunos años, durante un apagón. Sin wifi, sin música, sin notificaciones… solo la tenue luz de una linterna y el sonido de la lluvia contra la ventana. Al principio me incomodó. Mis pensamientos gritaban que estaba perdiendo el tiempo, que debía estar haciendo algo. Permanecer quieto y solo me parecía insoportable.
Pero con el paso de los minutos, la lluvia se convirtió en un ritmo, y algo dentro de mí empezó a calmarse. Sentí una paz que no venía de hacer, sino de simplemente ser. Mi mente se relajó, y mi cuerpo, aunque inmóvil, se sintió ligero. Entonces lo entendí: el silencio no era el enemigo, era el espejo que había estado evitando.
Cuando dejamos de huir, empezamos a ver lo que llevamos dentro: la ira, el miedo, el dolor, los sueños no expresados. Todo lo que escondemos tras el ruido.
Durante mucho tiempo pensé que la paz era sentirse bien todo el tiempo. Hoy sé que la paz no es ausencia de conflicto, sino la decisión de no luchar contra lo que está presente.
Acompañar la tormenta no es un signo de debilidad. Es un acto de confianza. Confiar en que las nubes pasarán, sin intentar controlar el cielo. Creemos que la claridad llega cuando todo se calma —cuando el trabajo se estabiliza, cuando el corazón sana, cuando el ruido se apaga—, pero la verdad es que muchas veces la claridad nace en medio del caos. Como un charco que refleja el cielo solo cuando la lluvia se ha calmado.
Así que, en lugar de huir de la incomodidad, siéntate con ella. Escucha lo que intenta decirte. Tal vez descubras que la tormenta no venía a destruirte, sino a purificarte.
Quédate quieto, pero no paralizado. La paz se encuentra en las pequeñas pausas. El mundo no dejará de girar cuando tú lo hagas… pero tu perspectiva sí.
Cuando aprendes a aceptar tu tormenta interior, descubres algo esencial: nunca fuiste el trueno ni el relámpago. Siempre fuiste el cielo que los sostenía.
Esta noche, si todo se siente pesado o ruidoso, silencia el ruido. Siéntate. Respira. Deja que la tormenta pase. Y verás lo mucho más liviano que se siente el mundo cuando dejas de huir de ti mismo.
Publicado por Patricio Varsariah.
noviembre 5, 2025

En la etapa madura de tu vida, Te das cuenta de que nada externo puede salvarte ni destruirte ya. Ni el trabajo, ni la relación, ni la aprobación que antes buscabas. Te encuentras con tu yo consciente en su totalidad, la versión transformada por la experiencia. Sin embargo, la madurez tiene un efecto secundario curioso. Empiezas a comprender por qué la gente actúa como actúa.
La ira, el miedo, la inseguridad. Todo cobra sentido cuando uno también lo ha vivido. La sabiduría que llega con la madurez te ahorra años de sufrimiento innecesario. Sigues queriendo y amando a las personas cercanas, pero sin aferrarte a ellas. Las dejas ser. Y no confundas ese nivel de comprensión con una aceptación pasiva de la vida. Es una claridad incomparable.
Una realidad sin igual. Una lección de vida.
La sabiduría no se adquiere, se gana. A través de la experiencia, la repetición y el reconocimiento de patrones, se pueden trascender realidades que no se pueden controlar. Y también algunas repeticiones humillantes de nuestros errores.
Aprender lecciones es un poco como alcanzar la madurez. No te vuelves repentinamente más feliz, rico o poderoso, pero comprendes mejor el mundo que te rodea y encuentras la paz interior.
La madurez es una perspectiva más amplia. Es la misma vida. Pero la realidad se percibe de forma diferente.
La madurez no significa dejar de luchar, sino cambiar aquello por lo que luchas. El paso del tiempo y la experiencia enseñan mucho más que el mero conocimiento. Sin sabiduría, cada problema se siente personal. El trabajo que no funcionó. Los contactos sociales que te dejaron de hablar. El plan que fracasó. Pero con la edad, te centras en la lección. Ya no te aferras a los dramas de la vida. Aprendes que el control es, en su mayor parte, una ilusión.
Lo que sí puedes controlar es tu propia respuesta, tu energía, tu enfoque. Eso es todo. No puedes obligar a nadie a hacer lo que se espera de ellos. Y si no lo hacen, dejas de luchar contra la realidad que escapa a tu control. Empiezas a elegir tus batallas de otra manera. Ya no discutes con la gente solo para demostrar algo. Ya no buscas la resolución de problemas en los términos de otros.
Dejas de intentar arreglar lo que no necesita arreglarse.
No exijas que las cosas sucedan como deseas, sino desea que sucedan como suceden, y te irá bien, te lo menciono por experiencia propia. Tu nueva realidad implica que el universo ya no se siente tan hostil. Ves los problemas, pero eres lo suficientemente sabio como para no dejar que controlen tu vida. Eso es lo que realmente hace la sabiduría o la madurez: modera tus reacciones ante lo que está fuera de tu control. Te ayuda a construir una mejor relación contigo mismo.
Todo lo que nos irrita de los demás puede llevarnos a comprendernos mejor a nosotros mismos. Comprenderse mejor a uno mismo significa recuperar el control.
La madurez te enseña cuándo hablar y cuándo callar, cuándo alejarte, cuándo preocuparte y cuándo dejar que las cosas se desmoronen. Sigues sintiendo, pero no te ahogas en las emociones. Te enseña a dejar de librar batallas que solo existen en tu cabeza, a dejar de tratar la vida como un examen que debes aprobar con la máxima nota. Empiezas a observar, a procesar y a seguir adelante desde la calma y la paz. Las mismas experiencias que antes te destrozaban ahora apenas perturban tu paz interior.
Y la otra buena noticia es que la madurez no te hace superior a nadie, sino que te alinea mejor con la vida. Fluyes mejor. Ves diez pasos adelante por respeto a ti mismo. La sabiduría es el arte de ver las cosas con claridad sin necesidad de que sean diferentes.
Tu paz interior no proviene de resolver los problemas de la vida, sino de comprender que la mayoría de ellos nunca te correspondieron resolver.
“Madurez” En gran medida depende de tu exposición a la vida, a sus experiencias y a las lecciones que aprendas de ellas.
La madurez mental y emocional es un tipo de crecimiento que te humilla y te sana a la vez. La vida es una larga lección de humildad. Muchas lecciones de la vida solo cobran sentido con la edad. No se puede enseñar la paz a alguien obsesionado con demostrar su valía. Solo se puede vivir lo suficiente para aprender que la calma no es la ausencia de problemas, sino el dominio sobre ellos. Y cuando finalmente lo logras, no buscas la paz. Eres la paz.
Y valoras las cuatro virtudes cardinales: sabiduría, justicia, valentía y templanza (o moderación). Has vivido suficiente drama y conoces los precios que ya no estás dispuesto a pagar. La paz que has alcanzado es sagrada. La proteges como si tu vida dependiera de ello. Encuentras la alegría en la sencillez, el respeto propio y la indiferencia hacia lo que hay entre la virtud y el vicio.
No recibimos la sabiduría; debemos descubrirla por nosotros mismos tras un viaje que nadie puede hacer por nosotros ni ahorrarnos. No necesitas que todos te entiendan. En esta etapa, sabes qué experiencias merecen tu tiempo. Y cuando logras hacerlo sin perder la cabeza, has trascendido algo más grande que la edad. Has aprendido a vivir.
Al final, la madurez no es un destino, sino un modo de caminar por la vida. No se trata de tener todas las respuestas, sino de aceptar las preguntas con serenidad. Y cuando dejas de aferrarte a los dramas, descubres que la vida siempre estuvo de tu lado, esperándote en silencio, con los brazos abiertos de la comprensión.
Publicado por Patricio Varsariah.
noviembre 4, 2025

En un mundo que todo lo comparte, elegir el silencio es un acto de rebeldía. Este artículo explora cómo hemos cambiado nuestra forma de vivir en la era digital y nos invita a volver a lo esencial: sentir, vivir y ser, sin necesidad de mostrarnos.
La vida más auténtica se vive en silencio, con profundidad y honestidad, incluso cuando nadie nos observa. A veces, la paz no se encuentra en compartir, sino en sentir.
Pero vivimos en una era donde la validación se mide en píxeles y la aprobación en “me gusta”. Entre filtros y hashtags, hemos perdido el contacto con la realidad.
Las redes sociales no solo cambiaron nuestra forma de vivir, sino también nuestra idea de cómo debería ser la vida.
Estas son algunas razones personales que me llevan a reflexionar sobre ello:
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1. Compararte con influencers
La comparación roba la alegría, pero las redes la han convertido en un hábito. Comparamos nuestras luchas reales con los momentos editados de otros. Recuerda: lo que ves no es la verdad, es una selección de imágenes. No te estás quedando atrás; simplemente estás viviendo una vida auténtica, sin filtros. No midas tu valor con el filtro de otra persona.
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2. Renunciar al trabajo para ser libre
Internet vende la libertad como un billete de ida, pero la verdadera libertad consiste en hacer lo que da sentido a tu alma. Irte no siempre significa liberación; a veces, quedarse es el acto más valiente. La libertad no es ausencia de trabajo, sino presencia de propósito.
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3. Viajar constantemente
El mundo glorifica el movimiento, pero la paz a menudo se encuentra en la quietud. Viaja para descubrir, no para presumir. No escapes de la vida; compréndela.
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4. El amor medido en regalos y viajes Hemos convertido el amor en una estética, un desfile de gestos y escapadas de lujo. Pero el amor verdadero no necesita pruebas, necesita presencia. El amor no se muestra: se siente.
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5. Vender cada detalle de la vida en línea Hemos olvidado cómo vivir sin documentarlo. No todo lo valioso necesita visibilidad; algunos momentos son demasiado sagrados para publicarse. Hay experiencias que se viven, no se muestran.
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6. Vivir con lujo significa éxito Confundimos comodidad con logro y lujo con felicidad. La paz interior, no el precio, define el éxito. Las almas más ricas viven las vidas más simples.
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7. Las fotos por encima de la experiencia
La ironía moderna: salimos a ver el mundo y lo miramos a través de una pantalla. A veces, la mejor foto es la que nunca tomas, porque estabas demasiado ocupado sintiéndola.
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8. De café en café por la foto perfecta
Antes, los cafés eran lugares de conversación; hoy son escenarios. No necesitas el rincón perfecto para un momento perfecto. La mejor historia empieza con una taza sin filtro y una charla sincera.
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9. Ajetreo y falsa productividad
Glorificamos el agotamiento, confundiendo el movimiento con el progreso. Pero el descanso también es avance. El crecimiento lento sigue siendo crecimiento.
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10. La cantidad de “me gusta” como medida de éxito
Permitimos que los números definan nuestras emociones. La felicidad no viene de una notificación. La verdadera alegría no se mide: se siente.
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11. Consumo excesivo
Nos ahogamos en “más”: más cosas, más tendencias, más demostraciones. El minimalismo no trata de tener menos, sino de necesitar menos. La plenitud vive en la sencillez.
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12. Cultura de las relaciones casuales
Confundimos conexión con química y placer con amor. Tocar cuerpos es fácil; tocar almas requiere valentía. El amor no se desliza: se construye.
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13. El lujo fingido
Posamos con marcas prestadas y vacaciones alquiladas solo para pertenecer. Pero la autenticidad siempre vale más que la apariencia. Lo real no pasa de moda.
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14. Estándares de belleza irreales
Los filtros han distorsionado lo natural. La belleza no está en la perfección, sino en la honestidad. Ser auténtico es el nuevo bello.
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15. La presión del éxito a los 25
Nos presiona un reloj invisible que nos dice que llegamos tarde. Pero el crecimiento no es una carrera. Floreces a tu propio ritmo.
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16. Productividad frenética
Vivimos obsesionados con optimizarlo todo. Pero no somos máquinas; somos humanos. A veces, no hacer nada también es un acto de sentido.
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17. Culpaciones de género
En vez de sanar juntos, competimos por ver quién sufrió más. El amor, el respeto y la empatía no son modas: son cimientos. La sanación empieza cuando termina la culpa.
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18. Glorificar el agotamiento
Hemos convertido el sufrimiento en medalla de honor. Pero no se puede dar desde un alma vacía.El verdadero éxito se siente ligero, no pesado.
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Reflexión final:
No todo lo común es normal. No todo lo viral es valioso. No todo lo que se ve es verdad. A veces, lo más auténtico está en lo invisible, en lo que no necesita mostrarse para existir.
Escrito con calma, para recordarnos que lo esencial no necesita mostrarse.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 31, 2025

Olvida por un momento lo que has oído sobre el karma. No le des tantas vueltas a la mística. En esencia, solo significa acción. Un ciclo de causa y efecto donde todo lo que haces, dices o piensas genera consecuencias. Es la ley de causa y efecto, la que ya conoces, pero con una profundidad más íntima: mis acciones tienen consecuencias, ahora y en el futuro.
Como dice el proverbio: “Eres libre de elegir, pero no eres libre de las consecuencias de tu elección.”
El karma no es destino. Es retroalimentación. Y lo que realmente importa es cómo la manejas. No es lo que te sucede. Es lo que sucede a través de ti. O, mejor dicho, cómo reaccionas ante lo que te sucede. Tu reacción interna, tus batallas emocionales, tus respuestas a la vida... Eso es karma. No las experiencias en sí, sino tu forma de responder a ellas.
No puedes controlar cómo te tratan los demás, pero sí puedes elegir cómo responder. Ese es tu único poder real. Ahí nace el karma: en tu reacción, no en el evento. Tu jefe te endosa una tarea de última hora. El evento, en sí mismo, es neutral.Tu reacción lo transforma. Puedes hacerlo con resentimiento, sintiéndote víctima. El karma que creas es estrés, enojo e impotencia. O puedes reconocer la molestia, respirar y verlo como un reto. El karma entonces se convierte en orgullo, eficiencia y calma.
Mismo evento, dos karmas distintos. Ahí es donde muchos se equivocan: se enfocan solo en la acción externa, y olvidan que la verdadera transformación ocurre dentro.
No es lo que te sucede, sino cómo reaccionas a ello lo que importa. La batalla que libras en tu mente determina la paz o la guerra en tu vida. El universo refleja tu estado interior. Si te mantienes cínico, verás pruebas de que la vida es una broma. Si te mantienes abierto, empezarás a notar pequeños milagros cada día.
Claro, reaccionar bien ante la vida no es fácil. Es mucho más sencillo culpar, quejarse o caer en una espiral negativa. Cuando las cosas van mal, la mente se rebela: “¿Por qué a mí? Esto no es justo.” Tal vez no lo sea. Pero, ¿qué tiene que ver la justicia con el crecimiento? Al karma no le importa tu comodidad; le importa tu conciencia. Cuando dejas de luchar contra la experiencia y comienzas a aprender de ella, la realidad cambia. No afuera, sino dentro de ti.
He tenido mi buena dosis de desafíos. Momentos en los que la vida parecía una broma pesada. Pero cada vez elegí no perder la cabeza. Cada vez decidí mantener la calma. No desapareció el problema, pero sí cambió mi relación con él. El karma me estaba preparando. El karma es la afirmación constante de la libertad humana. Nuestros pensamientos, palabras y actos son los hilos de la red que tejemos a nuestro alrededor.
Una mirada práctica. Cuando alguien te trata mal, ese es su karma.Tu respuesta, la tuya.Puedes reaccionar con violencia y perpetuar el ciclo, o puedes salirte de él. No se “gana” con la venganza ni con la autocompasión. Se gana eligiendo una respuesta más consciente cuando la situación exige reacción. Tu reacción siempre es tu karma. No es misticismo. Es humanidad. Me veo reflejado en cómo respondo, sobre todo cuando las cosas se complican.
“¿Qué energía quiero alimentar ahora mismo?”
Esa es la pregunta que me hago cuando todo se tuerce. Porque nada sale siempre como se planea. Y es justo ahí cuando el karma se vuelve real. Es fácil ser espiritual cuando la vida va bien. La verdadera prueba llega cuando estás a punto de perder la cabeza. Cada arrebato, cada rencor, cada intento de represalia se vuelve contra ti. Tu yo del futuro, siempre te ruega que te calmes. Pero a veces estás demasiado enfadado para escucharlo.
“¿Pero estaba estresado?” No lo uses como excusa. Te arrepentirás antes del atardecer, quizá cinco minutos después. El karma no siempre tarda décadas; a veces es instantáneo. Es esa punzada en el estómago cuando sabes que actuaste desde el ego, no desde la verdad. El karma no se trata solo de moralidad. También es energía.
Cuando permaneces enfadado, la gente a tu alrededor lo refleja. Encuentras más motivos para seguir molesto. Pero cuando dejas de alimentar el drama, todo cambia. Puedes enfurecerte un momento, sí. Pero luego eliges. Esa elección —ese instante consciente— es karma en tiempo real. Reaccionar bien no es fingir calma. Es distinguir entre lo que merece tu energía y lo que merece tu silencio. Y casi siempre, el silencio gana.
No tienes que demostrar tu enojo. Deja que tu calma despierte la curiosidad de los demás. Cuando dejas de discutir con la vida, la vida deja de discutir contigo. No es solo sabiduría espiritual. Es física. Toda acción tiene una reacción. Pero cuando aprendes a responder, en lugar de reaccionar, cambias la ecuación.
El karma no tiene que ver con la justicia. Tiene que ver con la consciencia. Así que, la próxima vez que alguien ponga a prueba tus límites o la vida te presente un obstáculo emocional, recuerda: Cómo reaccionas es cómo vives.
Gracias por leer.
Patricio Varsariah.
Al reflexionar sobre lo que se lee, se desarrolla la empatía, la creatividad y el pensamiento crítico. Es un diálogo silencioso con uno mismo.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 28, 2025

La vida eterna siempre ha sido uno de los sueños más profundos de la humanidad. Desde la creación de dioses inmortales y la creencia en el más allá, con conceptos como el alma o la resurrección, hasta mitos de elixires y piedras que prometen derrotar la decadencia, como la Piedra Filosofal o la Fuente de la Juventud, e incluso en nuestra búsqueda moderna de la inmortalidad digital mediante la transferencia de la mente.
Imaginemos que, un día, nuestros científicos descubren el secreto de la inmortalidad. Un medicamento capaz de mantener nuestros cuerpos sanos y fuertes para afrontar la eternidad. Se acaban las preocupaciones por el dolor, las arrugas y el deterioro. Podríamos vivir nuestra mejor versión, con todo el tiempo del mundo. Viajar sin cesar, dominar artes e idiomas, estudiar todo aquello que nos fascina. Suena maravilloso, ¿verdad? No del todo.
El primer problema, sorprendentemente ignorado en la mayor parte de la literatura, es práctico: la catástrofe ambiental que implicaría. El estilo de vida actual ya agota los recursos de la Tierra. Si las personas dejan de morir, pero continúan reproduciéndose, destruiremos el planeta y con él nuestro propio futuro. Misión cumplida: morimos sin arrugas.
El segundo problema es filosófico. Una vida infinita podría acabar en un profundo aburrimiento y en la pérdida de sentido. Aunque existan infinitas novedades, la repetición termina por apagar cualquier placer. Nada sorprendería a una criatura inmortal. Además, la idea de una eternidad dedicada a tomar café, leer clásicos, hacer deporte y viajar parece engañosa. La vida no está hecha solo de placer. También está moldeada por el dolor: soledad, injusticia, pobreza, violencia, enfermedades, catástrofes. Nada de eso desaparecería con la inmortalidad. ¿De verdad querríamos vivir todo eso para siempre?
Si llegas a los 80 años con lucidez y un cuerpo funcional, significa que has pasado décadas aprendiendo, fallando, creciendo, acercándote al ser humano que siempre quisiste ser. Y luego mueres. Eso es todo. Tal vez todo sea olvidado. Quizás por eso nos aferramos a la trascendencia, para creer que nada fue en vano. Pensamos que alguien recordará nuestras ideas un tiempo más, que nuestra existencia dejará alguna huella.
Quizás sea cierto que no vivimos lo suficiente. Quizás cincuenta o cien años más serían un regalo justo. La vida puede parecer breve para un mundo tan fascinante. Sin embargo, es precisamente la muerte lo que nos da urgencia, enfoque y profundidad. La muerte es la razón primordial de vivir.
Personalmente pienso que nosotros los humanos nos componemos de cuerpo y alma. El alma es la parte racional y espiritual de la persona, mientras que el cuerpo sirve como vehículo de la sensación. La muerte es la separación entre ambos: el cuerpo se descompone y el alma continúa hacia la eternidad. Aunque no todos crean en ella, yo sí creo en el alma y en su inmortalidad. Aprender a morir es aprender a vivir.
La serenidad de quien cree en el alma no solo proviene de la esperanza en la inmortalidad. También nace de la satisfacción de una vida bien vivida. Cuando uno cultiva justicia, libertad, prudencia, virtud y verdad, cuando se entrega a la reflexión en lugar de perderse en lo superficial, llega el momento final sin miedo. Quien ha vivido plenamente está dispuesto a morir.
La muerte es un proceso natural que todos compartimos. No importa cuán ricos o pobres seamos, todos perecemos. Nacemos desiguales, morimos iguales. La sociedad actual, obsesionada con optimizar el cuerpo y prolongar su funcionamiento, niega esa verdad. Escondemos la muerte en hospitales, la silenciamos en cementerios. Fingimos ser dueños de la naturaleza mientras la entropía avanza en silencio dentro de nosotros.
Al negar la muerte, perdemos el peso de nuestras decisiones y la responsabilidad sobre nuestro tiempo. Posponemos lo esencial y nos distraemos con deseos artificiales. Para vivir plenamente, necesitamos aceptar que todo, incluso lo más inesperado y enigmático, forma parte de nuestra existencia. Esa es la única valentía necesaria: la valentía ante lo desconocido.
La cobardía humana ha causado un daño inmenso. Hemos apartado de nuestra vida todo lo que no comprendemos: la muerte, lo espiritual, lo invisible. Nuestros sentidos para percibirlo se han atrofiado. Solo quien está dispuesto a todo y no descarta nada, experimenta la relación con el otro como algo vivo y, finalmente, vive su propia existencia en plenitud.
Aceptar la muerte no es resignarse. Es reconocer que no vinimos a conquistar la eternidad, sino a honrar el tiempo que se nos ha dado. La inmortalidad no nos salvaría, solo revelaría nuestra incapacidad para vivir. Quien no sabe morir tampoco sabe vivir. La verdadera grandeza humana no está en prolongar la existencia, sino en darle sentido mientras todavía late.
La muerte nos recuerda que cada instante puede ser el primero y también el último. Ese es el verdadero milagro. No consiste en durar para siempre, sino en arder mientras somos.
Gracias por leer. Al reflexionar sobre lo que se lee, se desarrolla la empatía, la creatividad y el pensamiento crítico. Es un diálogo silencioso con con uno mismo.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 24, 2025

La vida no es menos dolorosa cuando das un paso atrás. Simplemente se vuelve menos seria. La vida es dolorosa y ridícula a la vez. Cuando estás en medio de ella, se siente trágica; pero si te detienes un minuto, de repente es tan absurda que da risa. Estando atrapado en el primer plano, todo se siente fatal.
Por eso me desapego del drama para ganar perspectiva. La distancia te recuerda que el dolor no es toda la realidad. Cuanto más vivo, más creo que la supervivencia se trata, principalmente, de encuadrar.
No puedes evitar el dolor, pero puedes replantearlo. No puedes detener los primeros planos, pero sí puedes elegir con qué intensidad los tomas.
Cuando todo se sienta insoportable, aléjate. Imagínate dentro de unos años. Aplica la regla 10/10/10: distribuye tus preocupaciones y ansiedades en tres periodos de tiempo. ¿Cómo me sentiré respecto a esto dentro de 10 minutos, 10 meses y 10 años?
En la mayoría de los casos, ni siquiera importará en cinco días. Ese enfoque te obliga a pensar más a fondo y con más inteligencia, en lugar de quedarte atrapado en la miseria. El primer plano es una trampa: tu cerebro insiste en que lo que estás viviendo ahora es tu experiencia definitoria. Pero el plano general cambia todo: negarte a tomarte demasiado en serio tu propio sufrimiento.
La vida siempre puede parecer una tragedia de cerca. Pero dale perspectiva, añade tiempo y, de repente, se convierte en una comedia. No te tomes todo tan en serio.
Todos lo intentamos, tropezamos y nos levantamos de nuevo: un grupo de humanos que se toman la vida demasiado a pecho y pierden la cordura en el proceso. La última vez que pensaste que tu mundo se acababa, sentiste que todo se derrumbaba a tu alrededor… y sobreviviste. Incluso podrías estar agradecido de que haya ocurrido. Esa es la perspectiva improbable en acción: empiezas a ver la vida menos como un apocalipsis.
Si no te ríes de muchos de sus factores estresantes, te ahogarás. La vida es demasiado impredecible como para invertir toda tu alma en las cosas que no importan. Puedes planificar y prepararte todo lo que quieras, pero no te obsesiones con los resultados por las razones equivocadas.
Tu derecho está en la acción, no en los frutos de la acción; que el resultado no sea tu motivo, ni tu apego la inacción. No te tomes las cosas —internas o externas— tan a pecho.
Cuanto más viejo me hago, más me doy cuenta de que casi nada gira en torno a mí. Todos intentan descifrar las cosas. No te quedes atascado en los detalles y te pierdas la vida.
La mentalidad de “apuesta arriesgada” es una forma de vivir. Tomar distancia te mantiene cuerdo. Deja de darle a la vida el drama que quiere. La vida parece trágica de cerca porque nos hemos sumergido demasiado en el drama. Dale tiempo. Añade distancia. Ajusta tu perspectiva. Y, de repente, te desconectas de todo.
El dolor no es permanente; es perspectiva. Cuanto más cerca estés del problema, más grande parece. Da un paso atrás para ver con claridad. Olvidamos que la comedia y la tragedia son dos caras de la misma moneda.
La diferencia está en la distancia. En el tiempo. En el contexto.
Una experiencia que una vez te destrozó puede convertirse en la razón por la que encontraste un nuevo camino que te entusiasma. Cada cicatriz puede transformarse en un recuerdo hilarante.
No me tomo la tragedia como algo personal, ni adoro la comedia de la vida. Simplemente sigo adelante, experiencia tras experiencia, confiando en que algún día las cosas tendrán sentido. O no. No importa. Lo importante son las historias que me cuento sobre lo que vivo.
El secreto de la vida es recordar que no estás atrapado en tus peores escenarios. Retrocede. Ríete de lo absurdo. Sigue adelante.
El objetivo no es evitar la tragedia, sino sobrevivirla. Sobrevivir lo suficiente para encontrar gracioso lo absurdo. No se encuentra el sentido de la vida en las realidades fijas, sino en la desesperación y la risa; en la cercanía y la distancia; en sentirse abrumado y aprender a soltar.
La vida es trágica, cómica y hermosa a la vez. Y divertidísima… si le das suficiente distancia.
Espero que mis palabras te hayan envuelto como un cálido abrazo.
Gracias de verdad por leer hasta ahora.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 23, 2025

Quizá conozcas esa sensación de regresar a un lugar que alguna vez te supo de memoria. Donde las tardes se envolvían en tus pensamientos tranquilos y las mañanas olían a hierba mojada, con el sol posándose suave sobre las hojas.
El aire aún me recuerda.
Es el tipo de sitio que se siente como un abrazo que nunca se olvida, donde el silencio es amable y la soledad casi sagrada.Te sientas, y parece que el tiempo exhala.
Allí una vez lloré sin vergüenza, susurré mis sueños al cielo y me pregunté con honestidad:—¿Cómo estás, realmente? — No la pregunta ligera del día a día, sino la que hunde sus raíces en la tierra del corazón, esperando una respuesta que solo el alma podría dar.Ese lugar nunca me juzgó. Solo escuchaba.El viento llevaba mis confesiones en el susurro de las hojas.El viejo columpio del parque infantil, cerca de casa, chirriaba como si también recordara cada lágrima.Los pájaros seguían cantando los mismos arrullos, y el horizonte aún se sonrojaba al filo del amanecer.
La vida me llevó lejos: nuevas calles, nuevos cielos.Nuevo país, nuevo continente.Guardé mis recuerdos en cajas invisibles, pero una parte de mí quedó allí, escondida entre los pétalos de los tulipanes, de mis rosas amarillas y de las flores.
Cuando regresas —meses o años después— el lugar no te recibe con sorpresa, sino con reconocimiento.Como un viejo amigo que sonríe antes del saludo.Te sientas, y el mundo empieza a desandar sus pasos.Los momentos vuelven, suaves como una película antigua: te ves tras un desamor, te ves riendo sin razón, te ves mirando al cielo, buscando respuestas que aún no sabías nombrar.
Cada paso se siente como caminar entre ecos. La brisa trae fragmentos de quien fuiste, y el silencio se convierte en un puente entre el entonces y el ahora.Y descubres algo silenciosamente hermoso: no solo extrañabas el lugar. Extrañabas la versión de ti que encontró paz allí. Porque volver no es regresar: es reencontrarte contigo mismo, en la luz suave de lo que amaste y de lo que aún estás aprendiendo a ser.
Cuando volví a visitar mi casa, sentí que tocaba un capítulo que seguía respirando entre las paredes. En ella aprendí a conocerme, a entender mis altibajos, a disfrutar de mi propia compañía. Entre tulipanes, rosas amarillas, flores y vegetación, hallé mi santuario de calma.
Este escrito es para ese lugar —el que me acogió con ternura en cada una de mis versiones.
Gracias por leer. ¡Espero que hayas tenido un gran día!
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 22, 2025

Déjame preguntarte algo… ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo solo para ti?
No para tu familia, ni para tus amigos, ni para parecer productivo, sino puramente para ti. Si te cuesta recordarlo, no estás solo. Incluso a mí me pasó lo mismo.
Pensaba que amarse a uno mismo significaba comprar cosas caras o publicar selfis bonitas con frases como "tiempo para mí". Sinceramente, me reía de la idea. ¿Quién tiene tiempo para amarse a sí mismo cuando hay estrés laboral, presión de social y gente a la que complacer?
Pero entonces la realidad me golpeó con fuerza. Estaba agotado, emocionalmente agotado y secretamente resentido.
Una noche, de repente, lo entendí… tal vez el problema no era que los demás no me valoraran, sino que yo no me valoraba a mí mismo. Esa simple revelación lo cambió todo.
Durante años, me llevé la insignia de "la persona confiable". La persona que siempre contestaba el teléfono. La que se quedaba despierto hasta tarde ayudando a los demás con sus problemas, incluso cuando mi propia vida se desmoronaba. Y, sinceramente, una parte de mí disfrutaba que me necesitaran; sentía que era una prueba de que importaba. Pero poco a poco, empezó a doler.
La gente esperaba que apareciera, pero rara vez me preguntaban cómo estaba. Me sentía invisible.
Una noche, estaba revisando mis escritos cuando me tope con una cita: "Enseñas a la gente cómo tratarte según cómo te tratas a ti mismo". Me detuve en seco. Porque en ese momento, me di cuenta de algo duro pero cierto... Había estado enseñando a la gente que mis necesidades no importaban.
Así que decidí cambiar esa lección. Y ese día me dije: "¡Ya basta! A partir de hoy, voy a priorizarme a mí mismo y no a los demás". Empecé con la práctica del amor propio.
¿Qué hice?
Permíteme compartir contigo las 8 lecciones que aprendí tarde en la vida sobre el amor propio
1. Los límites son respeto propio. - Durante mucho tiempo, pensé que decir "no" me hacía grosero. Pero cada "sí" que me obligaba a decir por culpa solo me amargaba. El día que rechacé un plan porque realmente necesitaba descansar, me di cuenta de que quienes se preocupan lo entenderán. ¿Y quienes no? Quizás nunca fueron amigos de verdad.
2. Descansar no es pereza. - Solía odiar descansar. Incluso acostado, mi mente susurraba: "Estás perdiendo el tiempo". ¿Lo has sentido tú también alguna vez? Pero entonces me pregunté... ¿acaso los teléfonos no necesitan carga? ¿Los autos no necesitan combustible? Si todo lo demás requiere recuperación, ¿por qué no los humanos? Descansar no es una debilidad, es mantenimiento. Así que hasta ahora descanso cuando mi cuerpo me lo indica.
3. Háblate con amabilidad. - Las palabras en tu cabeza moldean tu realidad. Mi voz interior solía ser cruel... "No eres suficiente. Llegaste demasiado tarde en la vida. Nunca lo lograrás". Ahora, intento hablarme a mí mismo como lo haría con mi mejor amigo. Amable, paciente, indulgente. Al principio se siente incómodo, pero poco a poco, la amabilidad reemplaza la crítica.
4. Celebra los pequeños triunfos. - Durante años, descarté las pequeñas victorias.
¿Terminar un libro? No es gran cosa. ¿Limpiar mi habitación? No cuenta. ¿Completar una escrito? Ya pasó. Pero la vida se compone principalmente de estos pequeños pasos. Aplaudirlos crea impulso. Cada pequeña celebración me susurraba: "¿Ves? Estás avanzando, bien hecho, Patricio.
5. Deja de comparar caminos. - La comparación es veneno. Cada vez que pasaba por las redes sociales me sentía atrasado. Pero la vida no es una carrera. Todos tenemos diferencias, lo que nos hace únicos a nuestra manera. Cuando dejé de comparar finalmente me sentí libre.
6. Perdónate por los errores del pasado. - El amor propio también significa enfrentar los fantasmas del pasado: los arrepentimientos, la culpa, el "Debería haberlo sabido". Sé que quizás tú también te lo hayas dicho. Durante años, cargué con ese peso. Pero un día, me dije: Te perdono. Estabas haciendo lo mejor que podías con lo que sabías en esa etapa de la vida. Esa simple frase desbloqueó un nuevo nivel de paz que no sabía que merecía.
7. El tiempo a solas cura, no es soledad. - Solía comparar la soledad con no ser deseado. Pero la verdad es que la soledad es sagrada. Leer, escribir o simplemente sentarme en silencio me dio una sensación de conexión conmigo mismo que ninguna multitud podría jamás.
8. Tu valor no se basa en la productividad. - La sociedad suele elogiar estar ocupado, y yo también empecé a creerlo. En los días en que no lograba nada, sentía que no era lo suficientemente bueno. Pero el amor propio me enseñó que mi valor no se trata de cuánto hago, sino de quién soy. Y de lo que siento y sé de mí mismo.
Finalmente, mi mensaje para ti:
El amor propio no se trata de velas elegantes, baños de burbujas ni chocolates (aunque esos también son deliciosos). Se trata de decisiones cotidianas: Decir "no" cuando protege tu paz. Descansar sin culpa. Hablarte a ti mismo como a alguien a quien amas.Celebrar el progreso, no la perfección.
El día que empecé a valorarme, el mundo empezó a seguirme poco a poco.
Espero que mis palabras te hayan envuelto como un cálido abrazo.
Gracias de verdad por leer hasta ahora.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 21, 2025

Parte de crecer y envejecer es hacer las paces con lo que no llegaste a ser. Nuestro sufrimiento suele nacer del apego a cómo podrían haber sido las cosas, a cómo deberían haber sido.
“Podría haber sido.” Una frase dolorosa, cargada de connotaciones. La escuchamos de quienes creen haber desperdiciado su vida, haberse vendido demasiado barato y ahora sienten que ya no tienen tiempo ni oportunidad de cambiar. O al menos, creen que no la tienen. Y también nos la decimos a nosotros mismos.
Entiendo bien ese sentimiento. No soy ajeno a la reflexión sobre el pasado o el futuro. Estar plenamente en el presente es, quizá, uno de los lugares más difíciles. Habiendo renunciado a un sueño que había albergado y perseguido durante gran parte de mi vida, me he visto obligado a enfrentar esta herida tan humana.
Casi todos los días pienso en la persona que podría haber sido, y duele aún más cuando imagino el futuro. En cinco, diez, veinte años… ¿qué podría haber sido? Es absurdo, ¿verdad?
No podemos cambiar el pasado. El futuro es una incógnita que apenas podemos controlar, si es que podemos hacerlo. Sin embargo, la mente —en su infinita capacidad para crear algo de la nada— teje vidas enteras de posibilidades que nunca existieron, y luego las trata como certezas que habrían ocurrido.
Al rumiar sobre lo que fue o lo que podría ser, nos privamos del presente: un intercambio unilateral que solo genera fantasías estériles.
Sabemos, lógicamente, que reflexionar sobre lo que podría haber sido no sirve de nada. Pero emocionalmente, tiene un peso inmenso. Aprender a soltar es un proceso; aprender a seguir adelante, un proceso aún más largo. Y aun cuando lo logramos, siempre queda una cicatriz. Cargamos con su fantasma el resto de nuestra vida.
Sin embargo, es imposible no ser una persona que “podría haber sido”. No importa lo que elijamos, siempre será a costa de todo lo demás que dejamos de elegir.
La vida nos ofrece muchos caminos, y la mayoría se excluyen mutuamente. Solo tenemos una oportunidad. Si fuéramos inmortales, no importaría dejar algo para después. Pero no lo somos. Por muy plena que sea una vida, siempre habrá cosas que debamos dejar atrás. Para vivir una, hay que renunciar a muchas otras. Y, sin embargo, intentar vivirlas todas es condenarse a no vivir ninguna.
En un sueño, me vi sentado en la horquilla de una higuera, muriéndome de hambre, solo porque no podía decidirme por cuál de los higos elegiría. Los quería a todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder los demás, y mientras estaba allí, sin poder decidirme, los higos comenzaron a arrugarse y a ennegrecerse, cayendo uno a uno a mis pies. Vivir con miedo a lo que podría haber sido es paralizante. En algún momento, hay que elegir. Hay que dejar que los demás higos se arruguen y se desvanezcan. Ese es el sacrificio inevitable del ser.
Así que, en lugar de huir del dolor de lo que no fue, haz las paces con él. Concéntrate en convertirte en algo, en descubrir quién eres realmente. Es un proceso imperfecto, errático, nunca garantizado. Pero a veces hay que dejar ir grandes cosas para encontrar lo que verdaderamente somos.
Al final, no importa lo que pudiste haber sido. Importa lo que eres. No según la medida de otros, ni bajo los volubles estándares de la sociedad, sino bajo los tuyos propios.
¿Estás en paz contigo mismo?¿Eres capaz de darte permiso para estarlo?¿Puedes perdonarte, con amabilidad, por no ser todo lo que una vez soñaste ser?
Solo estamos aquí por un instante. La vida no espera a que empecemos a vivir: sigue, y seguirá. Nosotros también debemos seguir. Haz las paces con los fantasmas de todo lo que no fue. Y, sobre todo, haz las paces contigo mismo. Acepta la vida tal como es: imperfecta, impredecible, raramente como la imaginamos… pero vida, al fin y al cabo. Una vida hermosa y preciosa.
Gracias por tomarte el tiempo de leer. Espero que tu día haya sido excelente.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 20, 2025

Les dijeron que el pueblo debe esperar, que el cambio vendrá “algún día”. Pero ese día nunca llega si el pueblo no lo provoca. Los políticos hablan de patria, pero el pueblo la vive, la sufre y la defiende cada amanecer: como el campesino que siembra sin descanso, la madre que resiste con el alma, el joven que sueña con un país que aún no existe.
Les enseñaron a callar, a obedecer, a agachar la cabeza ante la injusticia. A creer que la paz se firma, cuando la paz se construye con dignidad.
¿Pero qué pasa si el molde que les dieron es un círculo y tú eres una estrella?¿Te limas las puntas o rompes el molde para liberar al resto?
El pueblo colombiano ha sido muchas veces herido, pero jamás ha sido vencido. Ha visto la violencia vestirse de gobierno, de empresa, de uniforme y de silencio… pero sigue caminando. Porque este pueblo tiene memoria, y un pueblo con memoria no se rinde: se levanta.
Caminan donde camina la mayoría, porque les enseñaron que la mayoría tiene la razón. Pero no siempre la tiene. Las mayorías también se equivocan, especialmente cuando se forman por miedo o por costumbre. Esa masa que llamamos “mayoría” es muchas veces una multitud de individuos que siguen a quien gritó más fuerte, no a quien pensó más claro.
Así que ten cuidado con lo que eliges seguir, porque otros te verán como parte de su mayoría y no solo como tú. Y muchos detrás de ti podrían seguir el mismo camino, pensando que debe ser el correcto, simplemente porque alguien fue primero.
Les dijeron que la mayoría tiene la razón. Pero la mayoría también se cansa, se acostumbra, se adormece. Y cuando el pueblo se duerme, el poder festeja.
Por eso, ahora más que nunca, despertar no es peligroso: es necesario.
La mentira no se convierte en verdad solo porque la repita la televisión, ni la corrupción deja de oler solo porque la vistan de progreso. Colombia no se transforma con discursos; se transforma con conciencia, con valentía y con unión.
Cada marcha sin violencia, cada voz, cada canción que nace del dolor o de la esperanza, es una declaración de vida.
El pueblo no pide permiso para existir: existe porque lucha, porque ama, porque sueña. Así que camina con dignidad, colombiana y colombiano. Camina con los tuyos, con la frente en alto, con la memoria viva.Porque tus pasos no son solo tuyos: son los pasos de los que quedaron en el camino,de los que aún creen, de los que siguen sembrando futuro entre las ruinas del miedo.
El pueblo no espera milagros. El pueblo los crea. Y cuando el pueblo de Colombia decide levantarse, ningún poder en la tierra puede detenerlo.
Gracias por leer.
Reflexionar sobre lo que se lee es desarrollar empatía, creatividad y pensamiento crítico. Leer es un diálogo silencioso con uno mismo, y todo diálogo verdadero es, en el fondo, un acto de libertad.
Patricio Varsariah.
www.patriciovarsariah.com
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 20, 2025

Cuando no puedes controlar lo que sucede, desafíate a controlar cómo respondes. Ahí reside tu verdadero poder.
A menudo nos invitan a soltar: a dejar que la vida fluya, a permitir las despedidas silenciosas y los cambios lentos, a aceptar que algunas cosas escapan no solo a nuestro control, sino también a nuestra comprensión.
Y, sin embargo, también nos enseñan a resistir: a seguir avanzando como un río que busca su cauce, a levantarnos incluso cuando las montañas parecen inamovibles,
a no rendirnos, aun cuando el camino se torne incierto.
Quizás la vida sea, en realidad, una danza entre ambos movimientos.
Aceptar lo que se va, lo que se transforma, lo que nunca nos perteneció del todo. Y resistir cuando la esperanza parece desvanecerse, cuando toca reconstruir con las piezas que aún tenemos, cuando vale la pena proteger lo que amamos.
Tal vez vivir consista precisamente en eso: en reconocer cuándo soltar y cuándo sostener, cuándo fluir y cuándo luchar. Porque en ese equilibrio sutil entre la aceptación y la resistencia, la vida revela su más profunda sabiduría.
Gracias por leer.
Si mis palabras te ofrecieron un respiro, un consuelo o un instante de claridad, guárdalas contigo. Que te acompañen cuando el camino se vuelva incierto y te recuerden que siempre puedes volver a empezar.
Patricio Varsariah.
www.patriciovarsariah.com
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 19, 2025

Hubo una época en la que creía que el amor podía arreglarlo todo. Pensaba que, si amaba lo suficiente, si aguantaba las tormentas, si perdonaba rápido, si me mostraba sin miedo, entonces el amor nos haría el uno para el otro. Pero no funciona así.
El amor no cura. El amor revela. Te muestra quién eres, dónde estás roto y cuánto de ti estás dispuesto a perder por mantener a alguien completo.
La conocí en medio de mi propio caos que parece calmo por fuera, pero te mantiene despierto a las dos de la mañana con pensamientos que no se apagan. Ella tenía esa manera de hacer que todo pesara menos. Una risa que sonaba a perdón. Ojos que parecían un hogar al que uno siempre quiere volver.
Hablábamos durante horas: de sueños, de miedos, de las personas en las que queríamos convertirnos. Por un tiempo, sentí que crecíamos juntos, como dos almas extraviadas que finalmente encontraron a alguien que entendía el idioma de su soledad.
Pero aprendí que el amor no siempre significa quedarse. A veces es un espejo que te muestra lo que aún no has sanado, antes de poder amar de verdad a alguien incluso a ti mismo.
Bajo la superficie comenzaron a formarse grietas. Los silencios se alargaban. Los planes divergían. Ella quería certezas, raíces, un mapa. Yo buscaba alas, movimiento, espacio para crear. Ambos teníamos razón. Ambos nos equivocamos. Y el amor, en su nobleza, nos hizo aferrarnos más de lo debido.
Confundimos compatibilidad con conexión, creyendo que, si seguíamos intentándolo, podríamos construir un puente entre nuestros mundos. Pero los puentes hechos de renuncias terminan por derrumbarse.
La noche en que todo cambió no hubo pelea. Ni siquiera tristeza, al principio. Me miró y dijo: —Te quiero, pero creo que ya no sacamos lo mejor el uno del otro. Quise prometer que cambiaría, que sería más, haría más, necesitaría menos. Pero no pude. Porque también lo sentía. El amor seguía allí: fuerte, honesto, profundo... pero la paz no. Y cuando el amor empieza a costarte la paz, deja de ser amor. Se convierte en supervivencia.
Nos enseñaron el mito de que “si nos amamos lo suficiente”, todo se arregla. Pero el amor verdadero no borra lo que está desalineado. No corrige valores opuestos ni sana heridas que aún supuran.
A veces conoces a la persona adecuada en el momento equivocado. A veces amas profundamente a alguien que aún no está listo para crecer contigo. Y a veces descubres que el amor no basta si ambos deben encogerse para que funcione.
Semanas después de la ruptura, le escribí una carta que nunca envié:
Gracias por enseñarme que amar no siempre significa aferrarse. A veces significa dejar ir, incluso cuando el corazón grita lo contrario. Fuiste el capítulo que me hizo más amable —conmigo mismo y con los demás. Y deseo que el mundo te dé paz, aunque no haya sido yo quien pudiera hacerlo.
Creo que fue entonces cuando empecé a sanar. Cuando entendí que los finales no siempre necesitan villanos. A veces solo son dos personas que han superado la versión del otro de la que se enamoraron.
Pasaron meses antes de dejar de revisar su perfil, de repetir viejas conversaciones, de preguntarme si también me extrañaba. Hasta que, en algún punto del camino, comprendí algo más profundo: El amor no siempre está destinado a durar. A veces está destinado a prepararte. Ella me preparó para un amor más tierno —uno que no exige, ni apresura, ni roba la paz. Me enseñó que debía amarme con la misma intensidad con la que solía amar a los demás. Porque sin paz interior, ningún amor ajeno llena el vacío.
No todas las historias de amor están hechas para durar toda una vida. Algunas están hechas para enseñarte lecciones que duran toda la vida. Ella fue mi lección. Y yo, la suya.
Me enseñó que el silencio puede hablar más fuerte que las palabras, que los límites no son muros, y que a veces dejar ir es la forma más pura de honrar lo que una vez fue. Y espero haberle enseñado que ser amado profundamente —aunque termine— sigue siendo un regalo.
Nadie te dice que aún puedes extrañar a alguien después de seguir adelante. Que aún puedes amar después de elegir la paz. Sanar no es olvidar. Es recordar sin resentimiento.
A veces, todavía pienso en ella: en las risas, los paseos, los momentos que parecían infinitos. Pero ahora esos recuerdos me hacen sonreír en lugar de doler. Ahí es cuando sabes que has crecido: cuando el amor que una vez te rompió se convierte en la razón por la que aprendiste a reconstruirte.
Puedes amar profundamente a alguien y, aun así, no ser el uno para el otro.
Y eso no es un fracaso. Es la verdad. El amor no se mide por cuánto dura, sino por cuánto te ayuda a crecer.
Quizás algún día conozcas a alguien que se ajuste a tu paz, a tu ritmo, a tu propósito.
Pero incluso si no, recuerda esto: el amor que perdiste moldeó el amor que algún día darás. Y eso vale algo.
Una vez escribí en mi diario: “A veces la persona que te rompió no era cruel, simplemente estaba incompleta.” Y yo también lo estaba.
Lo más difícil será alejarte de alguien a quien aún amas. Pero lo más hermoso será aprender a amarlo desde la distancia: sin amargura, sin arrepentimiento, solo con gratitud por lo que fue.
Porque amar no siempre significa aferrarse. A veces significa soltar, con gracia, en silencio y en paz por que puedes amar profundamente a alguien y aun así no ser el uno para el otro.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 19, 2025

Mucha gente cree que el respeto se gana con grandes gestos, discursos, confianza y logros. Pero en realidad, son los detalles discretos los que deciden cómo te tratan. Está en la forma en que no corriges a alguien cuando te habla mal. Está en la forma en que sigues estando presente para quienes nunca lo están. Está en la forma en que te ríes de la falta de respeto porque "no quieres causar drama".
Así es como enseñas a la gente lo que es aceptable. Les enseñas tus límites con lo que dejas pasar. Les enseñas tu valor con lo que toleras. El lenguaje tácito de la autoestima
Toda relación que tienes, ya sea romántica, profesional o personal, se basa en un lenguaje que no usa palabras. La gente aprende a tratarte no por lo que dices, sino por lo que permites. Cuando sigues dando segundas oportunidades, aprenden que no te importa que te hieran. Cuando dices "está bien", incluso cuando no es así, aprenden que tus sentimientos pasan a segundo plano. Cuando guardas silencio en momentos que requieren la verdad, aprenden que tu silencio es permiso. Y poco a poco, sin darte cuenta, empiezas a disminuir tu propio valor en la sala.
Pero la verdad es que no eres impotente. Puedes cambiar la lección que estás enseñando. En el momento en que dejas de tolerar lo que te agota, empiezas a reescribir el guion. Los límites no son muros, son espejos. Cuando aprendí a poner límites, pensé que significaba aislar a la gente. Imaginaba muros, distancia, silencio. Pero los verdaderos límites no se tratan de excluir a la gente; se tratan de mantenerte intacto.
Los límites dicen: "Me valoro lo suficiente como para proteger mi paz". “Te respeto, pero me respeto más a mí mismo”. No se trata de castigo. Se trata de claridad. Cuando empiezas a comunicar tus límites con calma, dejas de ser reactivo y empiezas a tener los pies en la tierra. Muestras a los demás cómo tratarte, no con ira, sino con constancia. Porque los límites no necesitan volumen, necesitan convicción. Cada “sí” que debería haber sido un “no”
Piensa en cuántas veces has dicho “sí” cuando todo tu cuerpo gritaba “no”. Aceptaste quedarte hasta tarde en el trabajo para no parecer perezoso. Aceptaste encontrarte con alguien que constantemente te falta el respeto. Dijiste que sí a ayudar a alguien de nuevo, aunque nunca te ayudó. Cada “sí” que das sin alineamiento socava tu paz.
Las personas no siempre te explotan intencionalmente; se adaptan a la versión de ti que siempre se acomoda. Así que siguen pidiendo. Y tú sigues dando. Hasta que un día, despiertas emocionalmente arruinada. El respeto por uno mismo empieza por aprender el poder de un "no" con elegancia. Porque cada "no" que das da paso a un "sí" que realmente se siente bien.
Cada vez que guardas silencio, le enseñas a alguien cuánto de ti estás dispuesto a perder. Tu silencio sigue siendo comunicación. A menudo olvidamos que el silencio también es comunicación. Cuando no hablas, sigues enviando un mensaje. El silencio dice:
"Está bien si me cancelas a última hora".
"Está bien si alzas la voz".
"Está bien si sigues recibiendo, y yo seguiré dando".
Pero el silencio también puede decir:
"No discutiré, pero me iré".
"No necesito explicar por qué mi paz importa".
"Ya no negocio con la falta de respeto".
No siempre se trata de confrontación. A veces, lo más poderoso que puedes hacer es dejar de participar en conversaciones que te cuesten el respeto por ti mismo.
Las personas reflejan la energía que aceptas. El mundo responde a tu energía más que a tus palabras. Si constantemente das demasiado, atraerás a quienes te reciben. Si constantemente te encoges, atraerás a quienes te prefieren pequeña. Si constantemente demuestras tu valía, atraerás a quienes necesitan ser convencidos.
Pero cuando empiezas a actuar desde una tranquila sensación de autoestima en lugar de la supervivencia emocional, todo cambia. Ya no ruegas atención; atraes respeto.
Ya no buscas validación; impones presencia. Ya no explicas tus límites; se entienden a través de tu comportamiento.
Las personas que realmente te valoran no se ofenderán por tus límites; se sentirán atraídas por ellos. No se trata de cambiar a las personas, se trata de cambiar tu estándar. No puedes controlar cómo te tratan las personas. Pero sí puedes controlar si las dejas quedarse una vez que te muestran quiénes son. Esa es la dura verdad que la mayoría evitamos: No se trata de arreglar a las personas. Se trata de reconocer patrones.
Cuando alguien te muestra su carácter con una pequeña falta de respeto, créele la primera vez. Cuando alguien te hace sentir que tienes que ganarte su afecto, entiende que eso no es amor, es control.
Elevar tus estándares no es arrogancia, es madurez emocional. No estás pidiendo demasiado. Simplemente le estás pidiendo a la gente equivocada. El Autorrespeto es una Práctica Diaria Aprender a enseñar a los demás cómo tratarte no es una lección de una sola vez; es una práctica diaria.
Cada vez que hablas con honestidad en lugar de complacer a los demás, lo refuerzas. Cada vez que te alejas de la inconsistencia, la refuerzas. Cada vez que eliges la paz en lugar de la validación, la refuerzas. Dejas de intentar ser la versión "fácil de amar" de ti mismo y empiezas a ser la "auténtica y con los pies en la tierra".
No siempre es fácil. Perderás a gente. Al principio te sentirás culpable. Pero lo que queda es real. Porque quienes te aman por tus límites son quienes te aman de verdad.
A veces basta una frase para recordarnos que no estamos solos. Vuelve a ella cuando necesites fuerza, calma o un respiro.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 14, 2025

Cada día somos testigos de cómo el socialismo, allí donde se aplica, tiende a empeorar la situación previa de los países. Aun así, no deja de haber quienes lo apoyan con fervor. ¿Por qué sucede esto? Porque se les ha vendido una ilusión: una promesa de justicia y prosperidad que, en la práctica, no se cumple. Es una apuesta emocional más que racional.
La comparación con la ludopatía no es casual. El jugador patológico no es adicto al dinero ni al juego en sí, sino a la sensación de expectativa, al momento previo al posible premio. No busca ganar, sino creer que puede ganar. Esa emoción se convierte en su droga, aun cuando la realidad lo desmienta una y otra vez. (Recordemos que la ludopatía es una enfermedad caracterizada por la incapacidad de controlar el impulso de apostar).
De igual modo, muchos defensores del socialismo no persiguen un bienestar concreto, sino la emoción de creer que están luchando por un mundo mejor. La esperanza de la victoria, más que la victoria misma, se vuelve el motor de su activismo. Y como en toda adicción, cuanto más se deteriora la realidad, más fuerte se vuelve la necesidad de mantener viva la ilusión.
No hablamos aquí de los pensadores o reformistas de izquierda genuinos, sino de un fenómeno distinto: una militancia emocional que opera más como un reflejo psicológico que como una ideología razonada. Sus expresiones —la agresividad, el insulto, la descalificación sistemática del adversario— no responden a una búsqueda de diálogo, sino a una defensa irracional de una creencia.
Cuando un grupo necesita recurrir constantemente al enfrentamiento, la amenaza o la censura, es evidente que no puede sostener sus ideas por la vía de la razón.
El problema de fondo no es meramente político, sino psicológico y cultural. La disonancia entre lo que se predica y lo que se practica, la contradicción permanente entre discurso y acción, revela una adicción colectiva al relato del socialismo, más que una adhesión razonada a sus principios.
Frente a esto, la mejor estrategia no es la confrontación, sino la comprensión. Entender las raíces de esta dependencia ideológica es el primer paso para superarla. No se trata de ridiculizar ni de demonizar, sino de reconocer el mecanismo de autoengaño que alimenta la persistencia del mito socialista.
Prevenir es siempre más eficaz que curar. Por ello, es fundamental que las nuevas generaciones comprendan lo que implica realmente el socialismo: su historial, sus consecuencias y las falsas promesas que lo acompañan. Solo así podrán evitar caer en su red emocional y destructiva.
El socialismo no se desvanece por sí solo en una sociedad; necesita un tratamiento consciente y sostenido. No basta con discutirlo como un tema político, porque su raíz es más profunda: es una cuestión de mentalidad. Quien intente debatir con un fanático desde el terreno de la lógica se frustrará rápidamente, porque no hay debate posible cuando una creencia se vuelve un acto de fe.
Por eso, más que discutir, debemos reforzar los valores de la libertad, la responsabilidad individual y el pensamiento crítico. Son estos los verdaderos antídotos contra la adicción ideológica. La tarea no es fácil, pero es imprescindible si queremos preservar la salud moral y racional de nuestras sociedades.
Al reflexionar sobre lo que se lee, se desarrolla la empatía, la creatividad y el pensamiento crítico.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 12, 2025

Cuando estés atrapada o atrapado en un círculo vicioso, aplica esto. A lo que me resisto persiste hasta que lo reconozco. Y aplico la sabiduría que se supone que debe enseñarme. El dolor, la pena, la decepción, el resentimiento o la angustia que sientes no están ahí para torturarte. Sino para enseñarte. Y hasta que prestes atención, hasta que reconozcas por qué aún los sientes, no se irán.
Nada desaparece hasta que nos ha enseñado lo que necesitamos saber. Las lecciones de la vida se repetirán hasta que se aprendan. La angustia no irá a ninguna parte hasta que te sientes con la lección y la apliques correctamente.
Crees que lo has superado. Te dices a ti mismo: «Ya terminé». Pero entonces suena una canción que ambos disfrutaban, o peor aún, los ves disfrutar de la vida en las redes sociales, e inmediatamente el dolor del arrepentimiento y la confusión vuelve a agudizarse. Sucede porque hay límites y patrones que has estado ignorando.
Y no se trata solo de los sentimientos fuertes. Incluso las pequeñas molestias repetitivas tienen un mensaje. Ese compañero de trabajo que siempre te interrumpe. Ese hábito de comprometerte demasiado y agotarte. Esa constante sensación de insatisfacción. No se irán hasta que realmente prestes atención. Hasta que descubras por qué sucede y qué intenta enseñarte.
El crecimiento es incómodo y, a veces, paradójico. Crees haber aprendido una lección. Pero luego regresa de una manera ligeramente diferente. Sucede porque aún no lo has internalizado ni procesado. Hasta que el dolor se transforma en sabiduría. O si trasciendes tus frustraciones, siempre se convertirá en una pesadilla repetitiva. Una lección se repite hasta que se aprende. La vida primero te la envía en forma de piedra; si ignoras la piedra, te envía un ladrillo; si ignoras el ladrillo, te envía un muro; si ignoras el muro, te envía un camión de demolición.
La vida no te debe comodidad. Te debe crecimiento. Y si eres lo suficientemente inteligente como para verlo así, incluso los sentimientos más duros se convierten en herramientas que realmente puedes usar. Seguirás conociendo al mismo tipo de persona, atascado en la misma discusión, repitiendo el mismo error, hasta que finalmente te detengas y digas: espera, ya he pasado por esto antes. Ya he pasado por algo así antes. Ese es el universo presentándote la experiencia a simple vista.
Si estás listo para aprender o ver cómo siempre termina, encontrarás la sabiduría para hacer las cosas de manera diferente. La mayoría de la gente no lo hace. No puedes seguir haciendo lo mismo ciegamente ni repetir un patrón recurrente y esperar un resultado diferente.
Tienes que mirarlo de frente y pensar: "¿Qué demonios intenta enseñarme esto?". Una vez que aprendes, el problema deja de ser un obstáculo. Porque cambiaste. Reconoces el camino y encuentras una mejor manera de avanzar. Superas la lección. La prueba desaparece cuando la superas. Pero nadie te dice que la prueba puede parecer interminable.
Pensarás: "¿Por qué me sigue pasando esto?". Porque sigues desempeñando tu papel. Sigues reaccionando de la misma manera. Sigues buscando la misma validación. Sigues intentando ganar el mismo juego que nunca estuvo destinado a ti. En el momento en que te detienes y eliges de otra manera, la realidad cambia.
El crecimiento se parece mucho a perder cosas que creías necesitar. Es dejar de reaccionar ante la vida y responder con intención. Es alejarte de la gente, decepcionar a otros o enfrentarte a ti mismo. Eres tú, viendo a través de los patrones invisibles y trascendiéndolos. Nada desaparece jamás. No la lección de la que huyes. Simplemente cambia de forma hasta que la enfrentas.
Hasta que hagas consciente lo inconsciente, dirigirá tu vida y lo llamarás destino.
La vida quiere que lo entiendas. Pero hasta que lo hagas, las viejas heridas seguirán atormentándote y lo llamarás destino. Nada desaparece jamás. No hasta que termine de enseñarte. La lección siempre es práctica. Se trata de sobrevivir mejor, vivir con más inteligencia, amar con más sabiduría o construir una mejor relación contigo mismo. No puedes saltártela.
No puedes adelantar la lección. No escapas de tus patrones eludiéndolos. Escapas superándolos. El dolor no desaparece cuando la vida se vuelve más fácil. Desaparece cuando te vuelves más sabio.
Prefiero aprender. Prefiero recibir el golpe, aprender la lección y ser libre. Lo único peor que el dolor es repetirlo. Cuando estés atrapado en un bucle, vuelve a lo que te falta. Porque una vez que aprendes, el bucle se rompe. La carga se vuelve más ligera. Y de repente, te das cuenta de que nunca intentó hacerte daño. Intentaba despertarte. Ese es el secreto que nadie quiere oír.
Las lecciones de la vida no se van. Pero sí evolucionan, una vez que tú lo haces.
Con los años y con los golpes que me ha dado la vida, he aprendido a las malas que la vida no avanza solo porque estés cansado de ella. No superas tu dolor fingiendo que no existe. Lo trasciendes aprendiendo lo que vino a enseñarte.
Puedes cambiar de ciudad, bloquear números o borrar fotos. No importa. El mismo patrón te encontrará con un nuevo nombre, una nueva cara, un nuevo trabajo. Porque puedes cambiar de entorno, pero si no cambias tu patrón, es solo una repetición.
Pero eso no significa que estés condenado. No estás maldito. La vida no te ha fallado. Solo quiere que aprendas la lección de autoconciencia a la que pareces no prestar atención. Trascender cualquier dolor comienza con la honestidad.
Una vez que empiezas a ser honesto contigo mismo, las lecciones no duelen tanto. Empiezan a sentirse como el camino que has estado ignorando. No como un castigo. Pasas de "¿Por qué me pasa esto?" a "Muy bien, ¿qué necesito ver aquí?" Ahí es cuando empiezas a sentir que la vida está sucediendo para ti.
Al reflexionar sobre lo que se lee, se desarrolla la empatía, la creatividad y el pensamiento crítico. Es un diálogo silencioso con con uno mismo.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 12, 2025

¿Alguna vez has visto a un niño pequeño siendo lanzado al aire por su padre, en un juego lleno de risas? Observa cómo se ríe, cómo disfruta ese instante con pura alegría, sin rastro alguno de miedo.¿Por qué sucede eso?Porque el miedo aún no ha entrado en su mente.
No piensa:¿Y si me caigo?¿Y si me lastimo?¿Y si no me agarra?
El niño simplemente confía. Vive el momento con total entrega. Cree, con todo su corazón: “Estaré a salvo.”
Ahora imagina si el miedo ya se hubiera arraigado en su mente:¿Y si me deja caer?¿Y si esto es peligroso?¿Y si algo sale mal?
Las risas se desvanecerían. La confianza despreocupada desaparecería. Ese instante mágico se transformaría en tensión, duda y ansiedad. Así actúa el miedo en nuestra mente a medida que crecemos.
De niños nacemos con una fe natural: en nuestros padres, en la vida, incluso en lo desconocido. Pero poco a poco, la experiencia y las heridas nos enseñan a temer. Ese rasgo del miedo se instala dentro de nosotros y nos hace dudar: de nuestras capacidades, de nuestras decisiones, de nuestro propio valor. Y sin darnos cuenta, la fe comienza a desvanecerse. A veces, hasta dejamos de disfrutar las pequeñas alegrías de la vida.
¿Lo más triste? Que también dejamos de confiar en nosotros mismos.
Y, muchas veces, perdemos la fe en un poder superior: Dios, lo Divino, el Poder Universal.
Cuando los desafíos nos golpean, nuestro primer impulso no es la confianza, sino el miedo. Nos preguntamos:¿Y si algo sale mal?¿Y si la vida no resulta como espero?
Pero… ¿y si esas etapas difíciles no son castigos, sino pruebas temporales? ¿Y si están ahí solo para que nuestra alma crezca y evolucione?
El miedo no es tu verdadero problema. La falta de fe sí lo es. Miedo = Ausencia de fe.
En lugar de buscar mil maneras de controlar el miedo, tal vez lo que necesites es reintroducir la fe en tu vida. Recordar que existe un poder superior que sabe más que tú. Que nada verdaderamente malo o sin propósito te sucederá. Que cada etapa, incluso la más dura, tiene un sentido, aunque no lo veas todavía.
Hay un dicho que lo resume bien: Si las cosas suceden como deseas, es bueno. Si no suceden como deseas, es aún mejor, porque la vida tiene un plan más hermoso para ti.
Reflexión final:La próxima vez que el miedo te visite, haz una pausa y recuerda a ese niño que reía en el aire.Recupera la fe.Confía en ti mismo.Y confía en la vida.
Gracias por leer.
Patricio Varsariah.No dejemos que se pierda el valor de la lectura: es lo que nos impulsa a seguir adelante, aun cuando todo a nuestro alrededor cambia.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 12, 2025

¿Alguna vez te has preguntado por qué intentamos controlar tanto en la vida?
Intentamos controlarlo todo: los resultados, el comportamiento de los demás, nuestras expectativas e incluso aquello que realmente no podemos cambiar. Pero cuanto más tratamos de controlar, más se nos escapa la vida.
Piénsalo: ¿puedes contener el viento en tus manos? ¿O atrapar el agua en un puño? Cuanto más lo intentas, más se escurre. La vida funciona igual. En el momento en que intentamos controlarla por completo, perdemos la alegría de vivir.
A menudo creemos que los resultados dependen de nosotros. ¿Pero la realidad? Cargamos con el peso de los resultados mucho más de lo que deberíamos. Ese peso se transforma en ansiedad, estrés y miedo. Tu tarea es sencilla: enfócate en tu trabajo, da lo mejor de ti, pon tu corazón en cada acción. ¿El resultado? Nunca ha estado realmente en tus manos, y nunca lo estará.
Cuanto más nos apegamos a un sueño, una relación o un resultado, más poder les damos sobre nuestra mente. Aunque sigamos trabajando, el miedo y la preocupación se instalan: “¿Y si no sucede? ¿Qué pensarán los demás si fracaso?” Ese pensamiento constante consume nuestra energía como un veneno lento.
Cuando aliviamos la mente y aprendemos a soltar el control, la paz surge de forma natural. Nos sentimos libres. Trabajamos sin miedo y disfrutamos plenamente de cada momento. Trabaja con el corazón, pero no dejes que los resultados te roben la paz. Tu deber es actuar, no preocuparte por los frutos de tus acciones.
Haz tu parte con entrega, pero sin agotarte por lo que aún no ha ocurrido. Podemos controlar nuestras acciones, pero no los resultados. El tiempo, las circunstancias y los demás están fuera de nuestro alcance.
Comprender esto nos permite vivir mejor, entregándonos al 100% a nuestro trabajo, sin el peso del estrés.
Piensa en un agricultor: siembra sus semillas y trabaja duro en el campo. ¿Puede controlar la lluvia o el sol? No. Aun así, se esfuerza al máximo. Así deberíamos vivir también nosotros: enfocados en lo que podemos hacer, sin temer por lo que no podemos controlar.
Dar lo mejor de ti está en tus manos. Lo que venga —y cuándo venga— es tarea de la vida. Soltar el control no es debilidad. Es verdadera fortaleza.
Cuando sentimos luz interior, nos volvemos imparables: el estrés desaparece, el miedo se desvanece y solo quedan energía pura y paz. Esa energía nos acerca a nuestros sueños.
Reflexión final:Deja de intentar controlarlo todo. Concéntrate en vivir, no en controlar. Da lo mejor de ti en cada acción. Confía en que la vida te traerá lo mejor. Suelta. Vive plenamente. La paz llegará, y la vida se volverá naturalmente hermosa. Si está destinado a ser, será.
Gracias por acompañarme en esta lectura. Espero que tu día esté lleno de luz y buenas ideas.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 10, 2025

La paciencia no siempre se ve como progreso. A veces se siente como quietud, y esa quietud es fuerza. La paciencia no es esperar a que la vida suceda, sino confiar en el ritmo del desarrollo.
Este escrito es para quienes se sienten atrasados, inquietos o tentados a apresurarse. La paciencia no es demora; es fuerza en movimiento. Vivimos en un mundo que celebra la velocidad —victorias rápidas, crecimiento rápido, resultados rápidos—, pero la fuerza más valiosa que tendrás es aquella que nadie aplaude: la paciencia.
La paciencia no siempre se ve como avance. Se ve como silencio, como pausa, como espera. Y, sin embargo, bajo la superficie, algo se está formando.
La paciencia no es debilidad. Cuando escuchamos “paciencia”, solemos imaginar inacción. Pero no es eso. La paciencia es activa: es mantenerte firme cuando todo en ti quiere avanzar a toda prisa. Es elegir las raíces antes que las ramas. Es creer en el tiempo, incluso cuando el tiempo parece injusto.
La paciencia es entrenar tu fuerza en silencio, como los músculos que crecen entre entrenamientos, no durante ellos.
Lo que la paciencia me enseñó:
Antes pensaba que lo opuesto a la paciencia era el movimiento. Ahora sé que lo opuesto a la paciencia es el pánico. Porque cuando entramos en pánico, nos apresuramos, forzamos, intentamos abrir puertas que aún no están listas para nosotros. Y al hacerlo, nos perdemos el trabajo silencioso que se realiza dentro.
La paciencia me ha enseñado que las estaciones invisibles importan. Que nada se desperdicia, incluso cuando parece retrasado. Que cada pausa me prepara para el peso de lo que pedí.
Un sinuoso sendero otoñal cubierto de hojas doradas: la caída del follaje simboliza el viaje tranquilo y constante de la paciencia y la fuerza oculta. Podrías ser más fuerte de lo que crees.
Si estás en una época de espera, escucha esto: tu paciencia no es debilidad, es fuerza disfrazada. Cada día que decides no rendirte, eso es fuerza. Cada vez que mantienes la fe en silencio, eso es fuerza. Cada momento que resistes la comparación con el ritmo de otros, eso también es fuerza. Puede que el mundo no lo vea. Pero un día, tu paciencia florecerá en algo innegable.
Nota final:
Un recordatorio para el camino por delante: la paciencia no se trata de quedarse quieto, sino de mantenerse fuerte. Los días de espera no son en vano; te están moldeando con resistencia, sabiduría y con una clase de poder que no se desvanece.
Así que, si sientes la tentación de apresurarte esta temporada, recuerda: el futuro pertenece a quienes confían en el ritmo de su propio desarrollo.
La paciencia no es pasiva. Es el poder lento que convierte la espera en crecimiento. Sigamos caminando con paciencia, paso a paso, con fuerza. La paciencia no se trata solo de esperar; se trata de lo que sucede mientras esperas… y de lo que llegará después.
Si mis palabras te dieron un poco de consuelo o te invitaron a reflexionar, guárdalas contigo. Y si quieres, compártelas con alguien que también esté esperando encontrar su propio consuelo.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 10, 2025

La mayoría de las cosas que nos obsesionan no nos sobreviven. Los correos electrónicos, las reuniones, los pequeños juegos de poder, las cosas que fingimos que nos hacen felices. Todo tiene poco impacto en lo que nos sobrevive. Pero cómo hiciste sentir a los demás.
Las creencias y valores a los que te aferraste. Los estándares que te negaste a rebajar. Eso es lo que sobrevive. Nos definimos no por lo que tenemos, sino por lo que perdura cuando terminamos.
He visto a gente vivir como si intentara ganar un premio por existir. Se te recuerda por lo que hiciste o destruiste. O por lo que te atreviste a cuestionar. Las ideas sobre las que se construyó toda tu vida. Quienes sobreviven son quienes hicieron algo que hizo que la gente se detuviera a pensar, aunque al principio les molestara.
¿Quién sobrevive en ti? Para mí, sobrevive el amor sereno, la calma y la paz que mi madre siempre supo regalarme. Esa parte de ella que se negó a morir, que aún respira en mis palabras, en mis gestos, en la manera en que intento seguir su camino, aunque a veces todo parezca desvanecerse. Su luz sigue ahí, tenue pero constante, recordándome de dónde vengo y quién soy.
Lo que sobrevive de ti son las conversaciones que iniciaste. La valentía que mostraste. Tus pequeñas rebeliones, como aquel “no” firme ante lo que todos aceptaban sin pensar. Esa es la versión de ti que la gente recuerda cuando necesita fuerza, honestidad o un simple recordatorio de que alguien, alguna vez, vivió con agallas.
Eres lo que te sobrevive, no lo que acumulas. Lo que sobrevive de ti es el coraje que tuviste cuando era más fácil callar. La amabilidad que ofreciste cuando nadie miraba.
La vida, las huellas, las obras que continúan más allá de tu nombre. Tu puesto no te sobrevivirá. Tu salario, mucho menos. Ni siquiera esa discusión que ganaste el martes pasado. Pero tu energía —esa suma de acciones, palabras y silencios— sigue actuando, para bien o para mal.
Con los años he aprendido que la gente olvidará lo que dijiste, olvidará lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo los hiciste sentir. Si enseñas a un niño a amar la lectura, ese amor te sobrevive: vive en cada libro que abra, en cada historia que lo transforme.
Si construyes un negocio que trata a las personas con dignidad, esa cultura te sobrevive: vive en la forma en que tus antiguos empleados aprenden a liderar a otros.
Si plantas un árbol bajo cuya sombra nunca te sentarás, el refugio te sobrevive. Pero también lo contrario es cierto. Tu amargura puede sobrevivirte. Una palabra dura puede quedarse grabada en la mente de alguien durante décadas. Un gesto de indiferencia puede repetirse como un eco en generaciones futuras. Querámoslo o no, estamos dejando un legado ahora mismo, en cada elección, en cada gesto, en cada silencio.
Nos obsesionamos tanto con ser alguien que olvidamos lo que dejamos. Queremos ser vistos como inteligentes, exitosos, importantes. Pero la vida, con su sabiduría silenciosa, nos recuerda: deja de centrarte tanto en el ego y presta atención a lo que verdaderamente te sobrevivirá.
Céntrate en aquello que puede florecer cuando ya no estés: la paciencia que ofreces a un compañero abrumado, la valentía con que dices una verdad incómoda, el tiempo que dedicas a escuchar, de verdad, a quien amas.
Todo eso se convierte en parte del suelo emocional de otros, mucho después de que te hayas ido. Porque no somos nuestros pensamientos. No somos nuestro dolor. No somos nuestro potencial. Somos lo que hacemos, y lo que hacemos deja una vida media que se extiende más allá de nuestros latidos.
La bondad, el conocimiento, la fuerza que impartimos… eso es lo que realmente nos sobrevive. Eso, y nada más, es lo que nos define.
Si alguna vez te preguntas cuál es tu propósito, "¿Quién soy?" es la pregunta equivocada. "¿Qué me sobrevivirá?"». Es una pregunta más significativa. Ponte a trabajar en construirla. El propósito es lo que sucede cuando dejas de intentar parecer significativo y haces algo que signifique algo. Es pequeño. Y a menudo inconveniente. Pero es lo que perdura.
"Soy lo que me sobrevive" se trata de presencia.
Es un reto. Deja atrás los pensamientos que hacen que la gente piense dos veces. Las acciones con repercusiones positivas. El amor que se siente como rebelión. Pero es una elección consciente. Eres la valentía que tu amigo encontró al verte enfrentar tu propio miedo. Eres el jardín, no el jardinero. El trabajo continúa mucho después de que hayas dejado las herramientas. Así que construye algo que perdure. No por la fama, sino por la simple verdad de que lo que dejas atrás es el único "tú" que realmente importará. Hazlo con amabilidad. Hazlo real.
¿Qué te sobrevivirá? ¿Será el miedo que te mantuvo pequeño o la valentía que te asustó primero, pero te liberó después? Eres el impacto que dejas en corazones, mentes y vidas. Construye, habla, ama, arriésgate.
Haz las cosas reales. que te sobreviven. Así es como sobrevives. Así es como te vuelves inolvidable sin siquiera intentarlo. Lo que hacemos por nosotros mismos muere con nosotros. Lo que hacemos por los demás y por el mundo permanece y es inmortal,
Tu supervivencia es la prueba de que estuviste aquí y de que importaste. No tienes que ser famoso. No tienes que caerle bien. Solo tienes que ser lo suficientemente importante para alguien, en algún lugar, de una manera que perdure después de tu partida.
Gracias por leer y por tu apoyo. ¡Me anima a seguir haciendo lo que amo!
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 8, 2025

Si te gustaría saber la razón del comportamiento diario de algunos presidentes Latinoamericanos. Te recomiendo ver in YouTube un video y te adjunto el link:
https://youtu.be/f-whQG8yfFg?si=spqX0vPqkIbYg6R9
Te comparto un resumen.
“Cuanto más limitado es el espíritu, más inquebrantable es su convicción”, escribió Schopenhauer, como si adivinara el socialismo del siglo XXI.
El poder es la forma más vistosa de esa estupidez. Cuando alguien obtiene poder —político, económico o simbólico— su ego se expande y su lucidez se contrae. Cree dominar al mundo cuando, en realidad, la voluntad lo domina a él. El poder vuelve ciego porque elimina la necesidad de dudar. Y no hay nada más peligroso que un tonto que se cree infalible.
Hay pocas cosas más inquietantes que la estupidez. No la falta de inteligencia, sino esa mezcla de ceguera, orgullo y autoengaño con la que los seres humanos seguimos tropezando en los mismos errores, convencidos de tener razón. Arthur Schopenhauer, ese gran pesimista de la filosofía, vio en esta condición no un accidente, sino la esencia misma de lo que somos.
Para él, el ser humano no está guiado por la razón, sino por una fuerza mucho más antigua y poderosa: la voluntad de vivir. Esa voluntad no piensa ni comprende; solo quiere. Quiere poseer, dominar, perpetuarse, destacarse sobre los demás. Y la razón, en lugar de gobernar, actúa como un sirviente fiel que justifica cada deseo con argumentos que suenan lógicos, pero son puras racionalizaciones.
La estupidez, en este sentido, no nace de la falta de entendimiento, sino de la sumisión de la inteligencia a la voluntad. No actuamos como pensamos; pensamos para justificar lo que ya hemos hecho. Por eso, incluso las mentes más brillantes pueden ser estúpidas: su lucidez no las libra de la ceguera interior que impone el deseo.
El ego es el rostro cotidiano de esa voluntad. Nos creemos libres, dueños de nuestras decisiones, pero somos, según Schopenhauer, marionetas de un impulso que nos trasciende. El ego nos convence de que tenemos razón, de que nuestras ideas son mejores, de que los demás no entienden. En realidad, el ego nos protege de la verdad más dolorosa: que no sabemos quiénes somos ni por qué hacemos lo que hacemos.
En el fondo, la estupidez humana es una forma de defensa. No queremos ver nuestra pequeñez, nuestra dependencia de impulsos que no controlamos. Así, preferimos el autoengaño: inventamos principios, moralidades, religiones o ideologías que nos hagan sentir coherentes, superiores, buenos.
Pero Schopenhauer advierte que la moral común no nos vuelve sabios, solo nos hace hipócritas. Actuamos “bien” por miedo al castigo, por reputación o conveniencia, raramente por compasión auténtica. La mayoría de las veces, somos moralmente estúpidos: convencidos de nuestra bondad mientras actuamos desde el egoísmo más elemental.
Pero lo más inquietante de todo es que la estupidez no siempre se ve desde fuera. Schopenhauer nos obliga a sospechar de nosotros mismos: ¿y si el estúpido soy yo? ¿Y si mis certezas, mis juicios, mis creencias, son solo la voz de la voluntad disfrazada de razón?
La verdadera sabiduría, en su pensamiento, no consiste en escapar de la estupidez, sino en reconocerla como parte inevitable de la condición humana. El sabio no es el que se cree lúcido, sino el que sabe que su lucidez es limitada.
Por eso, Schopenhauer no invita a la desesperanza, sino a una forma de humildad metafísica: mirar la vida con ironía, compasión y distancia.
Aceptar que somos seres impulsados por fuerzas que apenas comprendemos, que el ego nos engaña y que la voluntad nos mueve como el viento mueve al mar. Solo entonces, al reconocer nuestra propia ceguera, la estupidez pierde su poder más oscuro: el de pasar inadvertida.
Al reflexionar sobre lo que se lee, se desarrolla la empatía, la creatividad y el pensamiento crítico. Es un diálogo silencioso con uno mismo.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 7, 2025

La gente se incomoda cuando escribo sobre lo inevitable. No es mi intención hacerlo por provocación; lo hago para encontrar claridad. No pienso que la vida carezca de sentido. Solo me gusta recordar que he de morir. Recordar nuestra mortalidad es una idea antigua, tan persistente como la propia existencia humana.
En nuestro abrumador intento por vivir, hemos olvidado cómo hacerlo. La vida se ha vuelto inconmensurablemente mejor desde que me vi obligado a dejar de tomármela en serio.¿Acaso no muere todo al final, y demasiado pronto?
Dime: ¿qué planeas hacer con tu única y preciosa vida? O dejas que esa pregunta te devuelva a lo esencial o sigues distrayéndote.
La mayoría de la gente llama a su “cultura del ajetreo” propósito, carrera o equilibrio. Pero creo que mucho de lo que hacemos es simplemente “distracción” con una mejor imagen de marca. Todos pasamos el tiempo a toda prisa hasta que nos vemos obligados a bajar el ritmo. La diferencia está en si permaneces despierto mientras lo haces.
Con los años he aprendido a edificar, día tras día, mi propia realidad, guiado por el existencialismo. Rechazo la idea de una vida prefabricada, trazada por otros antes de ser vivida. Al final, todo converge en lo mismo: lo inevitable siempre encuentra su cauce. Solo que, a veces, nuestras distracciones son tan hábiles que logran disfrazarlo.
Nos obsesionamos con correos electrónicos sin leer. Nos obsesionamos con lo que piensan los desconocidos.
Perdemos horas “desconectándonos” de trabajos que nunca quisimos. Todo porque es más fácil que preguntarse: “¿Qué haría si realmente me tomara mi existencia en serio?”. Y no, no me refiero a serio en el sentido de solemnidad. Me refiero a serio en el sentido de estar despierto. Totalmente enganchado, “lográndolo”, pero aun así jugando con intensidad.
Crear tu propia realidad no es tan difícil. Ni siquiera es caro. Se trata de decidir a qué dedicar tu energía limitada. De reconocer cuándo estás viviendo la vida de otra persona y tener el coraje de volver a tu propio camino.
Si lo que buscas es un propósito, elige algo. No importa qué, mientras te haga sentir vivo. Luego construye alrededor de ello, aunque sea frágil, imperfecto o temporal. Y cuando deje de encajar, cámbialo. La vida no se trata de elegir bien, sino de atreverse a elegir.
¿Y el miedo a fallar? Claro que fallarás. Todos lo hacemos. Tropiezas, decepcionas, pierdes tiempo, te equivocas de camino y de personas. ¿Y qué? Nadie sale ileso de estar vivo. Lo único que realmente importa es que elijas vivir a tu manera, bajo tus propios términos. Tómate lo suficientemente en serio como para intentarlo.
El tiempo se acaba, inevitablemente. Pero la pregunta que persiste no es cuándo, sino qué estás haciendo mientras ocurre. No hablo de pesimismo. Hablo de lucidez. Recordar que vas a morir no es una obsesión mórbida: es una brújula. Te arranca del piloto automático y te devuelve al presente.
Podrías dejar la vida ahora mismo. Deja que ese pensamiento guíe lo que haces, dices y piensas. La idea no es nueva: recuerda que morirás, y sabrás cómo vivir.
Cuando te levantes por la mañana, piensa en el privilegio de estar vivo, de pensar, de disfrutar, de amar. Cada día es una vida entera, un universo que se abre y se cierra en ti. Si el final está escrito, el desarrollo sigue siendo tuyo para escribirlo. Si nada importa por defecto, entonces puedes decidir qué importa. Eso no es tristeza; es libertad disfrazada de fatalidad.
La mayoría se distrae porque mirar hacia dentro da miedo. Medir la propia vida exige valentía. Preguntarse hacia dónde vas, en qué inviertes tus días, qué historia estás construyendo... no es cómodo. Pero el enemigo no es la distracción: es la inconsciencia. Hay una gran diferencia entre perder el tiempo y usarlo con intención.
Así que crea cosas absurdas. Enamórate, aunque se acabe. Aprende, aunque olvides. Intenta, aunque falles. Tómate con menos solemnidad, pero con más propósito. La mortalidad no es la amenaza; el arrepentimiento sí lo es.
El tiempo ya corre. No se detiene para nadie.
¿Qué realidad estás moldeando mientras lo dejas pasar? El objetivo no es huir de las distracciones, sino elegir aquellas que te despierten, que te construyan, que te acerquen un poco más a ti.
No vivas como si cada día fuera el último; eso sería una carga imposible. Vive, simplemente, como si fuera tuyo. Como si algún día tuvieras que responderte con honestidad: ¿Qué hiciste con tu única y preciosa vida?
Todo termina, y más pronto de lo que creemos. Las distracciones seguirán ahí, seductoras y constantes. La cuestión es si las usas para esconderte… o para crear algo que deje huella, aunque sea solo en ti.
Tienes una sola oportunidad y ninguna garantía. Puedes adormecerte y llamarlo rutina, o puedes despertar y llamar a eso vivir. No mañana. No cuando estés listo. Ahora. Mientras todavía hay curiosidad en tu pecho y fuego en tu alma.
No le debes nada al universo.Pero te debes a ti mismo una vida que valga la pena recordar.Porque todo termina, sí…pero el medio puede ser innegable.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 7, 2025

Esperar. Qué palabra tan sencilla y, sin embargo, tan vasta. Contiene en sí una ternura silenciosa, una forma de entrega que no pide nada a cambio. En ella habita la fragilidad del tiempo y, al mismo tiempo, la fuerza de quien se atreve a sostener el vacío sin huir de él.
Muchos dicen que la espera es una pérdida, una pausa inútil entre dos acontecimientos. Pero tal vez sea justo lo contrario: un espacio sagrado, una grieta del tiempo donde el alma puede escucharse a sí misma. En la prisa, todo se confunde; en la espera, lo esencial se revela.
Esperar no siempre es dulce. A veces duele, y en ese dolor se esconde una belleza trémula. Esperamos a quienes ya no están, a voces que se desvanecieron en el eco de los años. Esperamos la repetición imposible de un instante, la promesa que el tiempo ya no puede cumplir.
Y, aun así, el corazón insiste. Se niega a clausurarse. Persiste en su esperanza, aunque conozca el final, porque amar es seguir esperando, incluso cuando ya no hay razón para hacerlo.
Quizás ahí radica nuestra naturaleza más profunda: entregarnos, y con ello quedar suspendidos entre lo que fue y lo que podría ser. La espera nos mantiene en ese territorio incierto, entre la pérdida y la fe, entre el recuerdo y la posibilidad. Pero no toda espera nace de la ausencia.
Hay una espera que se alimenta de la confianza, la que nace del afecto. Esperar a alguien no con ansiedad, sino con serenidad, sabiendo que el amor no necesita urgencia para ser verdadero. Esa espera tiene el pulso tranquilo de la certeza; es un diálogo silencioso entre dos presencias que aún se buscan en el tiempo.
Y luego está la otra espera, la que se cuela en los días comunes. Cuando la vida nos obliga a detenernos: el semáforo, la cola, el tren que no llega. En esos intermedios, si uno mira con atención, algo ocurre: una mujer lucha con sus maletas, y una mano se tiende; un anciano duda al cruzar la calle, y alguien la acompaña; un niño persigue un rayo de sol y, sin saberlo, nos recuerda la pureza de estar vivos.En esas pausas cotidianas se teje el alma del mundo.
Allí donde la impaciencia se disuelve, surge la humanidad: la bondad, la empatía, el reconocimiento silencioso del otro. Quizás esperar no sea una carga, sino una invitación: una forma de volver a mirar, de escuchar, de comprender que lo valioso rara vez ocurre de inmediato.
Así, la próxima vez que aguardes —un tren, una llamada, una señal—, no te apresures a llenar el silencio. Mira a tu alrededor, deja que la espera te hable. Porque a veces, el verdadero milagro no está en lo que llega, sino en lo que crece mientras aguardamos.
La espera nos enseña el lenguaje del corazón: un idioma hecho de paciencia, de fe y de ternura. En ella aprendemos que el tiempo no siempre es enemigo. A veces, el tiempo que parece vacío es, en realidad, el instante en que la vida se revela.
Que hoy traiga paz a sus corazones, calidez a sus días y la promesa de nuevos comienzos.
Patricio Varsariah.
www.patriciovarsariah.com
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 6, 2025

Eran parte del camino, no su desviación. El alma se ensancha cada vez que soporta lo que pensó que no podría. A veces, la vida nos conduce por senderos que no elegimos, pero que necesitamos recorrer para comprender la profundidad de nuestra fuerza.
Cada herida contiene una enseñanza, y cada caída, un propósito que sólo se revela cuando el sufrimiento se convierte en silencio. Quizá pensaste que todo se derrumbó por tu culpa. Pero ¿alguna vez te detuviste a mirar si aquello que se cayó estaba realmente construido sobre cimientos estables?
No todo lo que se rompe es pérdida. A veces, lo que cae lo hace porque ya no puede sostener el peso de tu crecimiento.
Vivimos en una era que glorifica el movimiento constante. Nos enseñaron que la plenitud está en no detenerse, en perseguir sin pausa, en lograr siempre más. Pero esa inercia disfrazada de motivación termina siendo otra forma de miedo: miedo a la quietud, miedo a escucharse, miedo a no controlar el ritmo de la vida.
Lo que es verdaderamente tuyo no te exige desangrarte para alcanzarlo. Lo que está alineado con tu esencia no se persigue, se reconoce. Seguir el propósito no es correr detrás de algo, sino aprender a caminar al compás de lo que ya te pertenece.
Fluir no es rendirse: es aceptar conscientemente el curso natural de tu existencia. Tu antigua realidad fue edificada desde la urgencia, en modo supervivencia. Sostuviste muros con las manos desnudas, con miedo a que el viento los derribara. Y cuando el viento llegó, lo hizo por coherencia, no por castigo. Nada sólido se derrumba; lo que se desmorona es lo que ya no puede acompañarte.
El camino más elevado no se elige por comodidad, sino por verdad. No hay atajos, sólo pruebas. No hay recompensas inmediatas, sólo comprensión progresiva. Cada obstáculo es una invitación al autoconocimiento, una pregunta que la vida te hace sobre ti mismo. Y mientras crees que todo se desordena, el sentido profundo comienza a ordenarse en silencio.
Llega un punto en el viaje en que puedes mirar atrás sin rencor. Entonces comprendes que cada pérdida preparó el terreno para algo más firme, más verdadero. Y descubres que las pruebas no eran obstáculos, sino etapas necesarias en la construcción de tu propio templo interior.
No hiciste nada mal. No tomaste el camino equivocado. Estás exactamente donde debías llegar para aprender lo que el alma aún no comprendía. No todo tiene una razón visible, pero todo tiene un sentido que se revela a su debido tiempo.
Cada fracaso, cada rechazo, cada pérdida fue una instrucción en un lenguaje que ahora empiezas a entender. No eras tú quien se desmoronaba: era tu antigua versión la que cedía espacio para algo más consciente, más esencial.
Y mírate ahora: aún en construcción, pero con cimientos nuevos. Tu fuerza no proviene de la ausencia de dolor, sino de la serenidad con la que aprendiste a atravesarlo. Cada ladrillo levantado con paciencia y fe es testimonio de una sabiduría que sólo la experiencia puede otorgar.
No hay regreso posible. Solo madurez. Solo expansión. Solo el movimiento natural del alma que, habiendo tocado el fondo, aprendió a sostenerse desde su centro.
Reflexión final. El dolor no viene a destruirte, sino a revelarte. A través de él aprendes a discernir lo esencial, a habitar tu fragilidad y a reconocer la fuerza que surge del vacío. Cuando dejas de resistir y comienzas a observar, descubres que cada herida fue, en silencio, un acto de enseñanza. Porque el alma no se define por lo que evita, sino por lo que logra atravesar con conciencia, humildad y quietud.
Vuelve a esta reflexión cuando lo necesites: para recordar que la calma es posible, que la fuerza está dentro de ti, y que nunca estás del todo sola o solo.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 6, 2025

No somos únicamente responsables de lo que hacemos, sino también de lo que dejamos que otros aprendan de nosotros. Con cada paso que damos, dejamos un rastro atrás. La vida es una travesía que avanza sobre territorios que el tiempo borra lentamente.
Imagina caminar sobre arena o nieve: cada paso marca una dirección, una decisión. Pero pronto el viento o el sol disuelven la huella, recordándonos que el movimiento importa más que la permanencia. Algunas huellas desaparecen sin dejar memoria; otras se transforman en caminos que otros adoptan, a veces sin saberlo. Así se transmite la herencia invisible del ser humano: ideas, valores, hábitos y gestos que viajan de una generación a otra, moldeando lo que llamamos “cultura”.
Cada decisión, por pequeña que parezca, se inscribe en ese tejido. Tu “sí” de hoy puede convertirse en el “sí” de muchos mañanas. Por eso, vivir con conciencia no es solo actuar, sino observar qué dirección estamos trazando con nuestros actos.
Todos dejamos un camino, pero pocas veces nos preguntamos hacia dónde nos conduce. Con frecuencia seguimos los pasos de quienes vinieron antes, sin cuestionar si ellos sabían realmente adónde iban. Llamamos “tradición” a lo que, quizás, nació del miedo o de la costumbre; “normalidad” a lo que, tal vez, fue una renuncia al pensamiento.
Caminar sin reflexión es delegar el rumbo. Y cuando muchos lo hacen, una sociedad entera puede perder el sentido de su trayecto. Por eso, más que elegir las palabras sabiamente, debemos elegir los pasos sabiamente. Caminar con intención, pensar en a quién seguimos y por qué.
Porque quien sigue sin conciencia termina donde otros lo llevaron, no donde quiso llegar. Y siempre hay alguien que observa. Un hermano, un amigo, un hijo o incluso un desconocido que, sin saberlo, aprende de tu manera de vivir.
Tu legado no son tus bienes, sino la dirección que tus pasos marcan en el mundo.
El verdadero extravío comienza cuando confundimos la fe con la costumbre, o lo sagrado con lo repetido. No toda tradición es verdad, ni toda religión está libre de error. A veces, pensar por uno mismo es el acto más espiritual que podemos realizar.
Camina, entonces, con atención y humildad. No para dejar huellas que duren, sino para que tus pasos tengan sentido mientras duren.
Reflexión final. Toda vida es un mapa en constante redibujo. Lo que hoy decides, traza el contorno de un futuro que otros habitarán. La pregunta no es si dejarás una huella, sino qué dirección tendrá tu camino. Porque incluso cuando el tiempo borre tus pasos, la intención que los guio seguirá viva en la conciencia de quienes aprendieron a mirar por dónde andas.
Si en mis palabras hallaste consuelo o un instante de reflexión, guárdalas contigo y deja que te sostengan en tu camino.
Publicado por Patricio Varsariah.
octubre 6, 2025

Cuando comprendes lo que verdaderamente te pertenece, descubres que nada de lo que posees es realmente “tuyo”.
Todo —absolutamente todo— te ha sido otorgado: la respiración, los encuentros, los silencios, incluso las pérdidas. Todo llega y parte sin pedir permiso, porque nada nos pertenece más allá del instante.
Durante mucho tiempo creí que la humildad consistía en disminuirme, en aceptar la derrota como una forma de resignación. Con el tiempo comprendí que la verdadera derrota no fue perder, sino aferrarme: al orgullo, al ego, a la oscuridad silenciosa que mi alma cargaba sin entender.
Confundí esa carga con ansiedad, con pensamientos desbordantes, sin detenerme a escuchar el mensaje que aquella incomodidad intentaba revelarme.
El ego, ese pequeño reino que construimos para sentirnos seguros, se vuelve más pesado cuanto más lo defendemos. Quizá la liberación no consista en alimentarlo, sino en permitir su disolución. Porque tal vez es el ego —y no la vida— quien nos ha estado desgastando todo este tiempo.
Destruimos lo que amamos en nuestro intento de conservar una identidad, una imagen de lo que creemos ser. Actuamos como si el mundo nos debiera algo, como si el “mío” tuviera algún sentido real. Pero nada nos pertenece: todo lo que tenemos no es lo que poseemos, sino lo que se nos ha confiado por un tiempo.
La persona frente a ti comparte tu misma esencia. Si somos iguales en origen y fragilidad, ¿qué sentido tiene aferrarse al orgullo? ¿De qué sirve erigir muros entre almas que comparten la misma raíz?
Así que hoy… intenta esto:
Rebájate, no ante el mundo, sino ante tu propia alma.
Inclínate, no por sometimiento, sino por gratitud.
Libérate del peso del orgullo. No te rindas: simplemente deja de resistir.
Entrégate a tu alma, y no por debilidad, sino por rendición amorosa. Porque quizás aún no sepas cuán preciosas son tus lágrimas cuando se derraman no desde el dolor, sino desde la gratitud.
Si en mis palabras hallaste consuelo o un instante de reflexión, guárdalas contigo y deja que te sostengan en tu camino.
Publicado por Patricio Varsariah.