Nuestros sentimientos.
Publicado por Patricio Varsariah el miércoles, septiembre 17, 2025

La vida me ha enseñado a luchar cada día para seguir adelante sin mirar atrás, abriéndome paso entre espinas y creer que las cosas malas pueden cambiar; me han enseñado que cada segundo no podemos detenernos, debemos seguir adelante y superar el dolor, aunque duela el corazón; si caemos, siempre debemos levantarnos.
Al inicio de todo, cuando nada existía, tampoco podía hablarse de tiempo, pues el tiempo no es más que una invención para medir lo que cambia. Sin conciencia que lo percibiera ni instrumento que lo registrara, el tiempo era un vacío sin nombre.
En ese origen silencioso, como en un mito fundacional, se reunieron los vicios y las virtudes en el centro del universo, aguardando su destino. No eran todavía humanos, pero ya anunciaban la tensión que habitaría en nosotros: contradicciones irreconciliables, fuerzas que empujan en direcciones opuestas.
De allí nace la dificultad de comprendernos. Nuestros sentimientos se entrelazan en una trama confusa de deseos, miedos y aspiraciones que rara vez coinciden en armonía. Y, sin embargo, si uno se atreve a mirar con verdadera honestidad hacia adentro, más allá de la superficie de las pasiones y de los velos del ego, descubre que en lo profundo del corazón habita una claridad.
Esa claridad no elimina la contradicción, pero la ilumina: nos muestra lo que sentimos con la transparencia de lo verdadero. Quizá allí radique la esencia de lo humano: no en eliminar el conflicto entre virtudes y vicios, sino en aprender a reconocerlos, aceptarlos y darles un lugar en nuestra vida consciente.
A veces siento que la vida se llena de momentos que pesan más de lo que imaginamos. Una sonrisa, una mirada, un abrazo, una lágrima… todo se guarda dentro, y con el tiempo esas emociones se enredan, se acumulan, y no siempre sabemos cómo manejarlas. Hay recuerdos que terminan aplastando, que no dejan pensar con claridad ni respirar en paz.
Creo que todos podemos quedarnos atrapados en esas cargas, o aprender a soltarlas poco a poco. Guardar solo lo que de verdad nos alimenta y nos hace sonreír. Lo demás, lo que solo duele o nos frena, tenemos que aprender a dejarlo ir.
Yo he intentado borrar malos momentos, pero me he dado cuenta de que no funciona. No se trata de borrarlos, sino de aceptarlos como parte de uno mismo, reconocer los errores y, cuando toca, corregirlos. Es la única manera de no vivir prisionero de lo que ya pasó.
Cuando uno se queda a solas con sus propios sentimientos, aparecen con claridad cosas que en la rutina suelen pasar desapercibidas: lo que realmente necesitas, lo que te falta, lo que no valoras y deberías. Y ahí es cuando toca actuar en consecuencia.
Sé que a veces es complicado entender lo que sentimos, porque los sentimientos son contradictorios. Pero si nos damos el espacio para detenernos y escuchar lo que llevamos dentro, al final todo se acomoda y encontramos claridad.
La convivencia, la rutina y el cansancio diario pueden hacernos descuidar los pequeños detalles que son los que, en realidad, sostienen nuestras relaciones. Y creo que es ahí donde está la clave: no perder de vista lo esencial, aunque lo cotidiano intente distraernos.
La paciencia no es pasividad ante el sufrimiento, ni una falta de reacción, ni simplemente soportarlo: es la fortaleza para aceptar con serenidad el dolor y las pruebas que la vida nos presenta para nuestro crecimiento interior.
A veces, la prisa nos impide disfrutar del presente. Disfrutar de cada momento solo es posible con paciencia, una virtud que podemos cultivar y que nos permite vivir sin prisas.
La paciencia nos permite ver con claridad la raíz de los problemas y la mejor manera de solucionarlos. Es la virtud que nos permite afrontar con serenidad las adversidades y las vicisitudes de la vida, sin perder la serenidad interior ni abandonar aquello que nos ha llevado a alcanzar algo mayor.
Es muy diferente a la mera pasividad ante el sufrimiento; no es una falta de reacción, ni simplemente soportarlo: forma parte de la virtud de la fortaleza y nos lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, sean grandes o pequeñas. Así, identificamos nuestra voluntad con la chispa divina que nos impulsa, lo que nos permite permanecer fieles en medio de las dificultades y las pruebas, y es la base de la grandeza de espíritu y la alegría que surge al seguir la voz de la conciencia.
Si este escrito te aportó consuelo o reflexión, sigue adelante, lo escrito queda, pero la vida continúa escribiéndose en ti.
Patricio Varsariah.