Se dice que “El sentido de las cosas no está en las cosas mismas, sino en nuestra actitud hacia ellas.” y que es la actitud..Básicamente se trata de la manera en la que enfocamos las diferentes situaciones que tenemos que afrontar. Podría decirse que la actitud son los hábitos que nos caracterizan y que todo el mundo conoce de nosotros. Por ejemplo, si cuando entramos a una tienda saludamos amablemente a los vendedores o al ver a una persona en situación de necesidad no dudamos en asistirla, estamos demostrando varias actitudes: amabilidad, educación, generosidad o altruismo.

Esta palabra se suele usar en el ámbito empresarial o en las relaciones de pareja, pero no nos damos cuenta de que la actitud es aplicable a todo lo que nos sucede. ¡Esa es la actitud! Se escucha cuando alguien enfrenta los obstáculos, se levanta después de caer o va subiendo poco las dificultades de las metas que enfrenta.

Ahora bien, la actitud ¿se nace o se hace?. Partiendo de la base de que nuestra intención es hacer el bien y tenemos a nuestro alcance los recursos necesarios para avanzar con esta premisa -aptitudes-, es fácil pensar que la actitud es innata. Sin embargo, no es tan sencillo. Los mensajes que recibimos de la sociedad, en referencia a lo que está bien y lo que está mal, y la acumulación de nuestras propias experiencias también tienen mucho que decir en la configuración de nuestra disposición ante la vida y ¿Por qué? Porque nuestras actitudes son muy sensibles al refuerzo que reciben. Si cuando somos pequeños, nuestras personas de referencia premian el hecho de que cuando entremos en un sitio saludemos a las personas que están en él, probablemente pasaremos a realizar el mismo comportamiento en situaciones parecidas. Además, no solo haremos eso, sino que comportamientos parecidos, como el de quitarse el sombrero o la gorra a a la hora de entrar en un sitio cerrado, los adquiriremos con mayor facilidad.

Cada vez que decimos o hacemos, estamos comunicándonos con las personas que nos rodean. Eso puede tener consecuencias positivas o negativas. No importa realmente lo que estemos pensando porque nadie puede introducirse en nuestra cabeza. Por ello sólo valen los hechos y que nuestras palabras vayan de nuestra mano. De nada sirve pensar “ayudaré a esta persona” si en realidad no lo haces. Procediendo de esta manera, te estás mintiendo a ti y al otro, si se lo cuentas. Estás proyectando en ti y en los demás la imagen de ser alguien poco fiable, cuyas palabras solamente son una fuente de incertidumbre, ya que nadie -ni siquiera tú- apostaría demasiado porque las fueras a cumplir.

No sólo estoy hablando de nuestras relaciones con los demás, sino también de nuestros propios sueños, ideas u objetivos que tengamos. Por más de que sean los mejores del mundo, si no los llevamos a la acción, de nada nos servirá. Seguro conoces la frase “las palabras se las lleva el viento”. Hablar y hablar, pero no actuar, también es una manera de condenarnos a que tengan una impresión errónea sobre nosotros. Si deseamos transmitir algo y que nuestros dichos encierren la verdad que pretendemos, debemos acompañarlos con actitudes. Recordemos que las acciones no vuelan lejos ni quedan en el olvido. Es preciso que saquemos a relucir toda la autenticidad que tenemos dentro, que seamos fiel a nuestros valores y que no prometamos algo que no sabemos si podemos cumplir.

No importa los títulos universitarios que tengamos, cuál sea nuestro trabajo o dónde vivamos. La manera en que nos relacionamos con los demás es la que dice todo de nosotros. Así es, las actitudes que mantengamos con alguien que nos necesita, con aquellos que nos aman e incluso con aquellos que no nos caen demasiado simpáticos. La amabilidad, el altruismo y la solidaridad son palabras fáciles de pronunciar, sin embargo conseguir que sean el emblema de nuestros comportamientos es más complicado. Si lo conseguimos, ellas serán las que definan nuestra personalidad y por las que seremos recordados. No es nuestra ropa, ni nuestro peinado, ni la forma en que caminamos… lo que realmente nos diferencian del resto es nuestra actitud ante las dificultades y los logros, ante las victorias y las derrotas. Estamos acostumbrados a los productos hechos en serie y por eso nos olvidamos de los fabricados a mano, únicos e irrepetibles.

¡Tenemos que ser como esa pieza que cuesta más en la tienda por el trabajo que llevó su diseño y constricción! Para poder evitar estar dentro de la masividad y lo “idéntico al resto”, es preciso que seamos responsables, no pongamos excusas, no nos adelantemos a los hechos, seamos positivos y tengamos la habilidad para gestionar nuestras emociones. No olvidemos cumplir con nuestras promesas, pensar antes de actuar y analizar qué cosas hacemos para mejorar la impresión o la definición que tú y Yo y los demás tienen sobre todos nosotros.