En esta vida hay que ser mitad cigarra y mitad hormiga. Esta frase popular de mi pueblo, que de niño oí en boca de mi abuelo y de otros  viejos  para mi siempre ha sido una sabia enseñanza. Parece decirnos que todo exceso es pernicioso: la cigarra se dedica a cantar todo el verano y no trabaja, así llega el invierno y al no haberse proveído de alimento, muere,  lo cual es malo. Por el contrario, la hormiga es el otro extremo: está siempre trabajando, triste vida la suya, porque no disfruta nada, cosa que también es mala. Para mi suerte o desgracia, yo tengo mas de hormiga que de cigarra: es lo que me han enseñado. Aunque poco a poco, sin descuidar mi deber ni olvidar que soy un padre de familia, también estoy aprendiendo a pasar algunos ratitos como cigarra.

Que curiosa es la experiencia que dan los años. Por ello  los recuerdo con infinito cariño, como a mi abuelo,  que me decía que los años dan experiencia, pero no sabiduría, "porque nadie nace enseñado, nieto" -me decía-, "...yo ya  tengo muchos años y  aprendo todos los días cosas nuevas".  Mientras más años cumplo,  más lo admiro y lo comprendo. Tenia sus manías y sus defectos, como todo el mundo, pero era lo suficientemente humilde como para no creérselo, y nunca desterró su voluntad ni sus ganas de aprender, y esto es importantísimo.  Lo cierto es que yo lo adoraba; cuando de pequeño me preguntaban que a quién quería mas, a mi padre o a mi madre, yo siempre respondía: "a mi abuelo".

Y aunque normalmente las arrugas traen consigo la experiencia y la sabiduría, también hay alguna que otra excepción que confirma la regla,  como la de aquellos viejos/as  que por el mero hecho de serlo ya creen saberlo todo, auto-invistiéndose de una autoridad que no se han ganado, o bien presumiendo de que "están de vuelta de todo" cuando lo cierto y verdad es que nunca han ido a ninguna parte.

De nuevo me doy cuenta de que vivo en un orden muy viejo. Volviendo al tema de la cigarra y de la hormiga. Cuando pienso que la frase antes expuesta  es un invento del siglo XX, me encuentro con la sorpresa de que hace mas de dos mil años, los viejos griegos decían lo mismo. ¿Que no? Oíd a Platón:

“El hombre es un auriga que conduce un carro tirado por dos briosos caballos: el placer y el deber. El arte del auriga consiste en templar la fogosidad del corcel negro (placer) y acompasarlo con el blanco (deber) para correr sin perder el equilibrio”.

Saludos.