Suena cuando pisas con ímpetu, cuando aplaudes con ganas y cuando respiras hondo… Si no se oye, si pisas, aplaudes y respiras sin que se escuche, es que no lo estás haciendo con suficientes ganas. No es cuestión de llamar la atención, ni de decir aquí estoy yo, es recuperar un entusiasmo que no puedas ni quieras disimular, y entonces compartir y contagiar…

Un día pisaste y te tropezaste, no contenta con eso, seguiste caminando sin cambiar el rumbo cuando te aconsejaban que te desviaras… Y te equivocaste. Todos lo veían menos tú, ese fue, es y siempre será el problema del ser humano, que no aprende en cabeza ajena, que tiene que fallar por sí mismo para ser consciente del error y enmendarlo. Pero tuviste el coraje suficiente para sacudirte y continuar, lamentándote el tiempo justo -que también es necesario- y prometiéndote a ti misma que no volverías a hacerlo, pero sabiendo que a la vuelta de la esquina puedes volver a caer: Voluntad y realismo a partes iguales… 

Cuando recuperes el paso, cabeza bien alta, pisa firme, ve de frente y con decisión, en definitiva, que se te vea y se te escuche venir.

 Un día aplaudiste sin ganas, porque todos lo hacían, sin creer en aquello ante lo que, de algún modo, mostrabas admiración. Estabas rodeado de gente que no reprimía su entusiasmo y pensaste por un momento que lo compartían, pero tus palmas eran parte de un todo y con razón pasaron desapercibidas… 

No te dejes de llevar, no te montes en cualquier tren por aquello que hemos oído tantas veces de que sólo pasan una vez, créeme que a veces es mejor que no paren en tu estación, incluso es deseable que justo en ese momento coja velocidad. No te apuntes al “todo vale” porque sencillamente es una de las afirmaciones más falsas que he escuchado. Sé selectiva porque lo serán contigo, calibra si te compensa ser de una u otra forma, estar allí o aquí, con éste o con aquél… Y aplaude con fuerza cuando la ocasión lo merezca, cuando te dejen sin palabras, cuando te emociones por algo o con alguien, pero nunca por inercia.

Un día respiraste sin pasión, sin dar gracias por estar viva un día más, sin tener muy presente aquello de que veinticuatro horas por delante suponen una nueva oportunidad, para rectificar lo que hiciste mal ayer y encaminarte hacia donde quieres estar mañana. Respiraste con dificultad porque te agobiabas y dabas más importancia a lo que no salía que a tus pequeños logros, te preocupaste por los problemas propios y ajenos y fuiste incapaz de pensar más allá. Pero no hay mal que cien años dure, supiste tomar aire y recuperar el pulso y mientras hay pulso, hay esperanza, no lo olvides.

Después de todo, quizá sea bueno hacer ruido y que se escuchen tus pasos, tus palmas y tu respiración… Señal de entusiasmo, alegría e ilusión a partes iguales, casi nada.

Saludos.
Patricio Varsariah.