La sinceridad.
Publicado por Patricio Varsariah el miércoles, julio 13, 2022
Hay pocas dudas si afirmamos que la sinceridad es una virtud, en general. Es una muestra de honestidad cuando optamos por decir la verdad de aquello que pensamos y sentimos sobre una situación, una persona o algún objeto. Sin embargo, una virtud también puede convertirse en un vicio si no estamos atentos al contexto, y puede llegar a causar más daño que beneficio.
Educar a nuestra razón y a nuestras emociones, para aprender a medir el uso apropiado de la sinceridad debería ser una de las tareas principales de nuestra educación, no la de las escuelas o la de las familias, sino la propia, que tan a menudo dejamos de lado. Y aunque valoremos la sinceridad de alguien que nos da su opinión sobre lo humano o lo divino, eso no implica que esa persona tenga razón.
La sinceridad es una muestra de coherencia, pero no indica nada más allá. Un nazi o un racista pueden ser sinceros en sus despectivos comentarios sobre alguien que no posee su aberrante ideología en el primer caso, o a quien no comparte su etnia o color de piel, en el segundo, pero no dejan de ser despreciables comentarios que incitan al odio.
La sinceridad es una muestra de coherencia, pero no indica nada más allá. Un nazi o un racista pueden ser sinceros en sus despectivos comentarios sobre alguien que no posee su aberrante ideología en el primer caso, o a quien no comparte su etnia o color de piel, en el segundo, pero no dejan de ser despreciables comentarios que incitan al odio.
Desgraciadamente, en la política aparecen aquellos que alientan sinceramente el odio, porque dicen lo que piensan, merecen nuestra atención, cuando lo que debiéramos hacer es, o bien despreciarlos, o bien ignorarlos, o más probablemente ambas cosas. Poca gracia y poca virtud hay en su sincero desprecio a los derechos de los otros. Podríamos recordarles y exigirles ser sinceros, pero no imparciales, términos que a veces confunde alguien que dice ser sincero, como si eso le pusiera en una posición moral privilegiada sobre las ideologías ajenas. La imparcialidad, de existir, poco tiene que ver con la sinceridad. Más nos vale no confundir ambos términos.
La sinceridad, como la verdad, ilumina ciertamente partes de las sombras del conocimiento, de las personas o de las cosas, pero hemos de recordar que iluminar algo implica dejar en las sombras algo también. Poner el foco sobre algo, implica olvidar alguna otra cosa. Como puntuar o resaltar un texto significa que hay partes que quedan a la sombra de lo resaltado. La sinceridad y la verdad nos iluminan algunas sombras, pero a su vez arrojan sombras sobre otros aspectos que ahora quedarán en penumbra.
Es inevitable, es parte de la comprensión de la realidad. Las palabras elegantes no son sinceras, las palabras sinceras no son elegantes. La sinceridad es dura y correosa, y en más de una ocasión causa daño, de ahí que toda pretensión de adornarla retóricamente venga acompañada de una excusa implícita del tipo de “sé que te voy a hacer daño, así que trataré de adornarlo lo máximo posible”, nada implícitamente malo en querer suavizar algo que sabemos causara daño.
Lo que si debemos asegurarnos es que es un daño irremediable, que la sinceridad merece la pena porque el beneficio es mayor, no porque simplemente deseemos descargar nuestra conciencia, o porque en realidad bajo esa sinceridad pretendamos causar un daño a otra persona que podríamos haber evitado con la prudente virtud del silencio, que de vez en cuando debemos recordar. En ocasiones callar es mejor que hablar, por muy sinceros que pudiéramos ser.
Harina de otro costal e igualmente difícil de calibrar, es la sinceridad con uno mismo. Cuando estamos dispuestos a hacer examen de conciencia de nuestros actos, de nuestras virtudes, de nuestros defectos, es imprescindible. No solemos emplear mucho la sinceridad cuando no nos gusta algo que hemos hecho, y nos juzgamos con indulgencia, asociada con mentiras, que pretenden justificar lo injustificable.
Beneficio no nos causa esta alarmante falta de sinceridad. Aunque también hemos de sobrevivir, y al igual que el espejo nos miente para no herirnos con el ineludible paso del tiempo que lacera nuestro rostro, el exceso de sinceridad auto infligida no es necesariamente bueno.
Respiremos de vez en cuando y dejemos que un indulgente aliento no termine de hacernos caer en los abismos que siempre acechan tras los avatares de la vida. Norma válida para nosotros mismos y para aquellas ocasiones en las cuales es educado alterar la sinceridad y sustituirla por la educación; El “buen gusto” como norma equivale a una amonestación para que neguemos nuestro sincero gusto y lo sustituyamos por otro que no es el nuestro, pero que es “bueno”.
La prudencia es una virtud que junto a la razón contextual debe acompañar siempre al uso de la sinceridad, especialmente en el ámbito social, familiar o entre amantes. Pero debemos saber que es peligroso ser sincero sino se es también estúpido. Puede que la estupidez nos proteja en alguna que otra ocasión de nuestro afán excesivo por la sinceridad, pero en otras nos deja ineludiblemente expuestos. Y la desnudez que acompaña en ocasiones a la sinceridad en determinadas situaciones es tan estúpido como andar despojado de ropa de abrigo en el polo ártico..
Si un día nos despertamos con la misión de ser totalmente sinceros con todos aquellos con los que nos encontremos hasta volver a la cama. El resultado, si logras volver sano y a salvo a la cama al anochecer, puede ser devastador; romperías con gran parte de las amistades, a duras penas mantendrías el trabajo, romperías con tu pareja y si tienes hijos difícilmente no huirían rebotados lejos del hogar. Más nos vale dejar este ejercicio en un mero y filosófico experimento mental, por lo negativo que resulta sacralizar la sinceridad:
La sinceridad debe estar vinculada a una perspectiva sobre sus consecuencias. La insinceridad es perjudicial cuando tratamos de someter al otro, manipularle, despreciarle, aprovecharnos, pero si lo que tratamos, al no ser plenamente sinceros, es evitar causar un dolor mayor a esa persona, hemos de valorarlo antes de hablar. Es importante en este caso la honestidad de un examen de autoconciencia, pues si en realidad al que tratamos de beneficiar con la insinceridad es a nosotros mismos, por evitarnos males o dolores, es poco ético. Y suele suceder que nos inventamos excusas para la insinceridad diciéndonos que no queremos perjudicar a otros, cuando en realidad lo que deseamos es no perjudicarnos a nosotros que hemos cometido algún error o causado algún mal.
Aprender los límites difusos entre la buena sinceridad, la brutal, cuándo callarnos o cuando hablar, es una tarea hercúlea, especialmente porque la sociedad está llena de trampas que nos invitan a disimular siempre nuestros propios sentimientos para poder encajar en lo que se espera de nosotros. No hay una varita mágica para saber cuándo actuar sinceramente o no, pero sí, puede ayudarnos; trata de pensar cómo te gustarían que actuasen contigo si estuvieras en esa situación. ¿Te gustaría una sinceridad total a pesar de que te hiriesen o preferirías no saber según qué cosas?
Gracias por tu generosidad y la paciencia de leerme, espero que hayas encontrado algo útil y si deseas puedes compartirlo ya que el saber aumenta si se comparte.
Patricion Varsariah.
www.patriciovarsariah.com