La pregunta y la respuesta, el problema y la solución.
Publicado por Patricio Varsariah el martes, enero 7, 2020
Érase una vez un osito llamado Patricito que le preguntó a su madre: —¿Papá también era un oso? —Pues claro que tu padre era un oso. —Pero mamá, dime una cosa: ¿el abuelo también era un oso? —añadió Patricito al cabo de un rato. —Sí, también era un oso. Pasa otro rato y Patricito pregunta: —¿Y mi bisabuelo también era un oso? —Sí, también. ¿Por qué me lo preguntas? —Porque estoy muerto de frío.
Patricito, le dice a su tío, mi madre me ha dicho que mi padre era un oso, que mi abuelo también, pero estoy muerto de frío. ¿Cómo puedo cambiar esto?
Da la casualidad de que conozco a tu padre dice mi tío, y a tu abuelo, y también da la casualidad de que conozco a tus bisabuelos: todos se morían de frío. Y sus madres les contaron la misma historia, que tu padre era un oso, y tu abuelo, y también tu bisabuelo. Si te mueres de frío, te mueres de frío y no hay más que hablar.
Esta historia que te cuento sirve para confirmar que incluso los osos pasan frío. Hay que ver la realidad, no centrarse en las tradiciones ni volver al pasado. Si tienes frío, tienes frío y no hay más que hablar. Y el hecho de ser un oso no es ningún consuelo. Esa es la clase de consuelo que se le ha ofrecido a la humanidad. Cuando estás a punto de morir, estás a punto de morir, y a alguien se le puede ocurrir decirte: «No tengas miedo, porque el alma es inmortal». Pero tú te estás muriendo. Una persona está a punto de morir y la consolamos con la idea de la inmortalidad del alma. Ese consuelo no sirve para nada.
Alguien está sufriendo y le dices: «No sufras. Es algo puramente psicológico». ¿Cómo va a ayudar una cosa así? Lo único que conseguirás es que lo pase aún peor.
Patricito, si tienes frío, tienes frío y ya está. En lugar de preguntar si tu padre era un oso, haz ejercicio. Vete a caminar, a pegar saltos, a hacer meditación dinámica, y así no sentirás frío: te lo aseguro. Olvídate de padres, abuelos y bisabuelos y presta atención a tu realidad. Si te mueres de frío, haz algo. Y siempre se puede hacer algo. Pero si no paras de preguntar, no encontrarás el camino. Ya puedes preguntar y preguntar, que tu pobre madre siempre te ofrecerá consuelo. Y la pregunta es maravillosa, llena de significado, de una tremenda trascendencia. Así es como sufre la humanidad.
Fíjate en ese sufrimiento, observad el problema y no intentéis buscar soluciones fuera del problema. Mirad directamente el problema y siempre encontraréis la solución en él.
Fíjate en la pregunta; no pidas la respuesta, por ejemplo, puedes preguntarte, una y otra vez: «¿Quién soy yo?». Si acudes a un cristiano te dirá: «Eres hijo de Dios, y Dios te ama». Y tú te quedarás confuso porque, ¿cómo puede amarte Dios? —¿Cómo va a amarme si ni siquiera me conoce? Y posiblemente te contestara: —Por eso puede amarte. Nosotros, que te conocemos, no podemos amarte. Resulta demasiado difícil. Pero tú sigues con tu dolor de cabeza, tu migraña, preguntándote cómo puede Dios tener dolor de cabeza... y el problema queda sin resolver.
Si quieres preguntar: «¿Quién soy yo?», no recurras a nadie. Guarda silencio y profundiza en tu ser. Deja que la pregunta resuene en tu interior, no verbal, sino existencialmente. Permite que la pregunta te penetre como una flecha te atravesaría el corazón.
Hemos de preguntar a nuestro ser más íntimo. Si realmente quieres conocer la respuesta, ve a tu interior, y a partir de esa experiencia interior se producirá el cambio.
Te cuento una historia: Un periodista intentaba sacarle una historia de interés humano a un hombre viejísimo de un asilo de ancianos financiado por el Estado y le dice:
—A ver, abuelo —dijo el periodista jovialmente—. ¿Qué pensaría si de repente le llegara una carta diciendo que un familiar lejano le ha dejado en herencia cinco millones de dólares? —Mira, hijo —respondió lentamente el anciano—. Seguiría teniendo noventa y cuatro años. ¿Lo entiendes? Lo que dice el anciano es: «Tengo noventa y cuatro años. Si me veo con cinco millones de dólares, ¿qué voy a hacer con ellos? Seguiría teniendo noventa y cuatro años».
Estás muerto de frío, o tienes noventa y cuatro años. Incluso si te meten en la cabeza todos los conocimientos del mundo, no te servirá de nada; seguirás muerto de frío o tendrás noventa y cuatro años. A menos que surja cierta experiencia en tu interior, una experiencia vital que transforme tu ser y vuelva a hacerte joven, vivo, nada tendrá ningún valor. De modo que no preguntes a los demás. Esa es la primera lección que hay que aprender, que hay que preguntarse a uno mismo. Y también hay que recordar otra cosa: evitar esas respuestas, porque las respuestas ya están dadas, ya las han dado otras personas. Eres tú quien plantea la pregunta, de modo que ninguna respuesta que te dé otra persona te servirá de ayuda. Tú planteas la pregunta, y la respuesta también tiene que venir de ti.
Los consejos o mensajes que doy o nos dan otras personas son muy estupendos. Tanto si los pides como si no, te los dan.
Me han contado que un día estaban dos vagabundos sentados bajo un árbol y uno le dijo al otro: —Yo he acabado en este estado por no hacer caso a los consejos de nadie. Y el otro replicó: —Amigo, yo he acabado así por haber seguido los consejos de todo el mundo.
Tu tienes que hacer tu propio viaje. La vida es dura; también lo sé. Y no tengo ningún consuelo para ti, ni creo que yo pueda consolarte, porque todo consuelo se convierte en un aplazamiento. La madre le dice a Patricito: «Sí, tu padre era un oso», y durante un rato Patricito intenta no morirse de frío porque supuestamente los osos no pasan frío, pero no le sirve de nada. Vuelve a preguntar: «Mamá, ¿mi abuelo también era un oso?». Intenta saber lo siguiente: «¿Hay algo en mi herencia que va mal y por eso tengo tanto frío?». Y la madre contesta: «Sí, tu abuelo también era un oso». Vuelve a intentar aplazar el frío, pero no se puede. Se puede retrasar un poco, pero vuelve. No se puede rehuir la realidad. Teorizar tampoco sirve de ayuda. Olvídate de las teorías y presta atención a los hechos. ¿Te sientes deprimida o deprimido? Tienes que indagar en la depresión. ¿Estás enfadada o enfadado? Tienes que indagar en ese enfado. Pues olvídate de lo que digan los demás; indaga en tu interior. Es tu vida y tú tienes que vivirla. No pidas nada prestado, no aceptes nada de segunda mano. Dios ama a las personas de primera mano. No parece que le gusten las copias. Sé una persona original, individual, sé tú mismo e indaga en tus problemas. Y solo puedo decirte una cosa: que en tu problema está oculta la solución. El problema es simplemente una semilla. Si profundizas en él, brotará la solución.
Tu ignorancia es la semilla. Si profundizas en ella, florecerá el conocimiento. El problema consiste en el frío que sientes, en los escalofríos. Adéntrate en ellos, y surgirá el calor. En realidad, tenemos todo: la pregunta y la respuesta, el problema y la solución, la ignorancia y el conocimiento. Solo tienes que mirar en tu interior.
Patricio Varsariah.