En cada página de un libro, detrás de las palabras –no importa lo que estas describan ni lo que ocurra en la historia–, está la blancura del papel. Raramente es advertida, más raramente aún es valorada, pero es absolutamente esencial para que las palabras puedan ser vistas.

El papel no se ve afectado por la historia que se cuenta; está ahí solamente para sostener las palabras,sin condiciones.

Puede narrarse una historia de amor o de guerra, o una comedia apacible; al papel no le importa. El papel no teme el final de la historia ni anhela regresar a un punto anterior de ella.

Las páginas centrales no necesitan saber cómo acaba la historia ni la última página llora cuando muere el protagonista. El papel ni tan siquiera sabe que la historia «se ha acabado». El papel sostiene el tiempo, pero no está limitado por este.

No se cuántas páginas le quedan al libro de mi vida. No se cómo acabará esta autobiografía.

Desde la perspectiva de la mente, «mi vida» aún no está completa, y el pensamiento está intentando constantemente averiguar cómo finalizar mi historia de la mejor manera posible.

¿Cómo resolver las cosas por completo? ¿Cómo solucionar los problemas que están sin resolver? ¿Cómo atar los cabos sueltos? ¿Cómo arreglarlo todo?

Pero desde la perspectiva del papel –es decir, desde la perspectiva de mi verdadera identidad como la consciencia misma– la vida está completa para siempre tal como es. No hay nada por resolver, y la incognoscibilidad de las cosas es su resolución. La historia no necesita ser «completada» en el futuro para que la consciencia esté plenamente presente ahora.

El papel tan solo se encuentra con las palabras exactamente tal como son.

Desde la perspectiva del papel, incluso si la historia es épica desde la primera hasta la última página, en realidad no ha ocurrido nada en absoluto. Toda la historia se ha desarrollado en una quietud perfecta, inmutable. La historia más increíble jamás contada. Perder mi religión,de acuerdo,me siento feliz y en paz, fluyendo. Estoy manifestando perfectamente y la vida está yendo según lo planeado. Me siento bien con todo lo que sucede a mi alrededor. No puedo imaginarme volver a sufrir.

Ahora bien, puedo ver la siguiente escena de la película de mi vida donde habido algún tipo de pérdida o impacto; un rayo ha caído del cielo. Estoy tendido en la cama enfermo y con dolor,y lleno de pena o desesperación. Ha ocurrido algo inesperado, que no estaba previsto en el plan. Lo he intentado todo y nada está funcionando.

Pregunto: ¿Adónde fue mi despertar? ¿No se suponía que me sentía bien con todo, que afrontaba cualquier experiencia con ecuanimidad y con un «sí sin esfuerzo»? ¿Dónde está ahora todo mi progreso espiritual?

El «yo» espiritual se siente humillado y apaleado. ¿Eras una farsa, un fraude, un embustero? ¿Te estuviste engañando todo el tiempo? ¿Cómo puedes regresar adonde te encontrabas?

Me contesto: No regreses. Permanece con ello. Me estoy despertando de otro sueño: el sueño de que la experiencia presente podría o debería adecuarse a cualquier imagen o expectativa. Estoy descubriendo mi propia autoridad interior.

Esta escena no es un error. La película de mi vida no se ha roto. Estoy re descubriendo lo vasto que soy, cuánto puedo contener.

No tengo que sentirme «bien» todo el tiempo. No tengo que estar libre de resistencias constantemente. Soy más grande que eso; de hecho, soy ilimitado. No hay ningún «todo el tiempo» para mi. Yo soy el espacio para lo agradable y lo no agradable, para la aceptación y la resistencia. No necesito tener una imagen fija e invariable de mi mismo. No necesito ser el gurú iluminado o el guerrero espiritual. No necesito ser la persona pacífica, el despierto, el fuerte, el muy evolucionado, el que es inmune al sufrimiento. Todo esto son limitaciones falsas de mi naturaleza ilimitada. Tan solo sé lo que soy; no el que es eso o aquello, sino tan solo El Que Es, el espacio que lo contiene todo.

Debo permitir que la vida me tire del pedestal una y otra vez, hasta que pierda todo interés en quedarte en lo alto.

Jamás alcanzare un punto en la vida en que esté todo resuelto, en que todo esté perfectamente atado con un lazo. Esta es la realidad. No hay ninguna «escena final»; tan solo una continua película de aventuras, que nunca se acaba. Aprendes a amar el caos de tu vida, su naturaleza constantemente cambiante, su impredictibilidad.

Y yo permanezco como el silencio inmutable en medio de la tormenta, como el espacio abierto en que la alegría y el dolor, la agonía y el éxtasis, el aburrimiento y la dicha pueden levantarse y hundirse, como las olas del océano. No hay problemas cuando te conoces a ti mismo como el espacio que lo contiene todo ello.

Un saludo de corazón a corazón

Patricio Varsariah.