La vida se revela hermosa cuando se contempla con un corazón abierto y amoroso, aceptando a las personas tal como son, con sus imperfecciones y peculiaridades. Al buscar lo bueno en los demás y rodearse de quienes brindan calidez y aceptación, se cultiva una luz interior que florece en paz y bondad, invitando a valorar cada alma imperfecta en el camino y a vivir con ternura, amabilidad y autenticidad.

La vida es hermosa, pero solo cuando la ves con los ojos del amor. Con el corazón abierto, sin buscar a alguien a quien controlar, sin buscar dominar, sin intentar engañar ni apagar la luz del otro, sino simplemente ver y amar a las personas como son.

Sus hermosas peculiaridades. Su forma de ver el mundo. La magia silenciosa en sus gestos cotidianos. Cuando buscas lo bueno en ellos, cuando eliges notar lo mejor que llevan, te vuelves como un cuenco vacío, abierto, listo para aprender, para adoptar y abrazar la bondad que comparten.

Y aunque te encuentres con algunos que traen sombras en lugar de luz, no dejes que la amargura se arraigue. Sonríeles, deséales lo mejor y aléjate con calma. Porque la luz del sol en tu corazón es demasiado preciosa para ser apagada. Deja que fluya libremente hacia quienes comprenden su calidez, hacia quienes te brindan el excepcional don de sentirte plenamente en casa.

Encuentra a quienes te hagan sentir como en casa, donde no necesitas encajar ni usar una máscara, donde eres aceptado, completamente, sin disculpas, tal como eres. Quédate con tus seres queridos. Abrázalos. Atesora cada momento, porque nunca sabemos qué nos deparará el próximo aliento.

Cree en lo mejor. Observa lo bueno. Ámalos como son. Y mientras lo haces, encontrarás lo mejor de ti mismo, floreciendo silenciosamente, como una flor que gira hacia la luz.

La vida se vuelve hermosa cuando elegimos recorrerla con el corazón abierto.  Cuando buscamos descubrir lo mejor de los demás, de alguna manera sacamos lo mejor de nosotros mismos.

Es un recordatorio de que la forma en que vemos a las personas no solo moldea nuestras relaciones, sino también en quiénes nos convertimos. 

Vivir con el corazón abierto en un mundo que nos impulsa a competir y juzgar requiere de una gran valentía. Sin embargo, cuando logramos hacerlo, no solo transformamos nuestra propia vida, sino que también influimos positivamente en quienes nos rodean. Es un recordatorio poderoso de que la autenticidad y la amabilidad pueden tener un impacto profundo en nuestra sociedad. 

Nos recuerda que la verdadera belleza de la vida se encuentra en la capacidad de ver lo mejor en los demás, amar lo auténtico y apreciar cada alma imperfecta en nuestro camino. Al hacerlo, nos volvemos más tiernos sin ser débiles, más amables sin ser irrealistas y encontramos paz sin buscar la perfección.

Patricio Varsariah.
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