¿Recuerdas cuando la felicidad era sencilla?

De niños, la alegría provenía de las cosas más pequeñas. Correr descalzos por el césped. Reírnos de chistes tontos. Jugar juegos sin sentido, pero que nos llenaban el día de asombro.

Podíamos pasar horas inmersos en el juego, completamente absortos en el momento, y nuestra alegría parecía infinita. No necesitábamos mucho. Solo curiosidad, imaginación y la libertad de disfrutar el momento.

Pero a medida que crecíamos, la felicidad empezó a parecer más compleja.

De repente, se vinculó a carreras, coches y casas. Empezamos a creer que necesitábamos algo más grande para sentir alegría. E incluso cuando conseguíamos esas grandes cosas, a menudo estábamos demasiado ocupados persiguiéndolas como para detenernos y disfrutarlas.

En algún momento del camino, nos hicimos a la idea de que las pequeñas alegrías son "infantiles". Que dibujar garabatos, jugar bajo la lluvia o hacer burbujas es algo que se supone que debemos superar. Pero aquí está la verdad: la felicidad no tiene edad. No caduca.

No importa la edad que tengas, tu niño interior sigue vivo en ti, esa parte que anhela reír, jugar, disfrutar de pequeños momentos de alegría. Nutre a ese niño. Mantenlo vivo. Porque esas pequeñas cosas que una vez te hicieron feliz, todavía pueden hacerlo hoy.

La única pregunta es: ¿estás dispuesto a escucharlo?

Una de las cosas que más me encantan de mis gatos (Vito y Magdalenita) es su naturaleza juguetona. Crean su propia felicidad, sin importar dónde estén. Un trozo de cuerda, un rayo de sol o una sombra que rebota es suficiente para mantenerlos entretenidos.

No se detienen a pensar en su aspecto. No les preocupa lo que piensen los demás. Simplemente juegan. Disfrutan. Son ellos.

Y quizás esa sea la lección para nosotros también: la alegría no es algo que tengamos que ganarnos. Es algo que podemos notar, en pequeños momentos, aquí y ahora. Todavía me gusta hacer cosas que nutren a mi niño interior, y esos momentos me hacen sentir más vivo. El tuyo puede ser diferente, tal vez cantar a todo volumen, garabatear en un cuaderno o patear un balón sin motivo. Pero sea lo que sea, ya lo sabes.

Solo estoy aquí para recordártelo: no lo olvides.

Al final, no importa lo que piense la gente. No importa si tu felicidad les parece "pequeña" a los demás. Es tu vida, y solo tú puedes decidir cómo vivirla.

La felicidad no se trata de grandes gestos ni de logros constantes. A veces, se trata de hacer una pausa. Respirar. Permitirte abrazar las pequeñas chispas de alegría que solías amar. Porque la asunto de querer tener "demasiado" a veces puede agobiarnos. 

¿Pero las pequeñas cosas? Son lo suficientemente ligeras como para levantarnos.

Así que pregúntate:

¿Qué es lo pequeño que tu niño interior anhela hacer ahora mismo?

Si mis escritos te trajeron consuelo o reflexión, gracias por tu interés y tu tiempo.

Patricio Varsariah.