Dicen que la comida procesada es barata. No lo es. Simplemente se factura en una moneda que no controlamos: nuestra salud. Lo que parece asequible en el mostrador se vuelve inasequible en el hospital.

El precio no está impreso en el paquete. Aparece silenciosamente: como la fatiga que aceptas como normal, como la inflamación que ignoras, como los dolores de cabeza que silencias con pastillas, como la hinchazón, el dolor articular y la debilidad constante con la que aprendes a convivir.

Hasta que, un día, ese precio toma forma de diagnóstico.

Creías que habías ahorrado dinero. Pero tu cuerpo guardó el recibo. Cada atajo en la comida se transforma, tarde o temprano, en un camino más largo y doloroso.

La comida procesada es barata porque está vacía: vacía de minerales, de enzimas, de vida. Y cuando alimentas a tu cuerpo con vacío día tras día, él no permanece en silencio para siempre.

Primero susurra a través de pequeños síntomas. Luego advierte mediante la enfermedad. Finalmente exige atención a través de la descomposición. El cuerpo es paciente, pero también es un contador honesto: toda deuda se cobra.

Vivimos en una época en la que se venera la conveniencia, se manipula el sabor y se pospone la salud. Comparamos la comida real con la artificial y la llamamos “cara”, olvidando una verdad cruda: la comida procesada es barata hoy porque se paga mañana. La comida real exige compromiso en el presente, pero libera de sufrimiento en el futuro.

La mayor tragedia no es que la gente coma mal. La tragedia es que se les convence de que no pueden permitirse comer bien, hasta que de repente pueden pagar hospitales, escáneres, medicamentos y recetas de por vida.

Lo que ahorramos en comida, lo pagamos con órganos. El cuerpo no discute. No negocia. Solo registra. Y un día, cuando llega la factura, entendemos demasiado tarde que la comida más barata fue la decisión más cara.

Así que elige con cuidado. Porque al final, cada comida es un voto: por tu supervivencia o por tu lenta rendición.

Hoy, una vez más, tienes en tus manos esa sencilla decisión que transforma destinos: qué vas a poner en tu plato. Que sea un acto de amor hacia ti, un compromiso silencioso con tu futuro y un recordatorio de que mereces alimentarte con vida, no con carencias. Porque cada bocado es una semilla. Y lo que siembras hoy, lo vivirás mañana.

Que hoy traiga paz a tu corazón, calidez a tus días y la promesa de nuevos comienzos.

¡Gracias por leer!

Patricio Varsariah.
www.patriciovarsariah.com