La espera.
Publicado por Patricio Varsariah el martes, octubre 7, 2025

Esperar. Qué palabra tan sencilla y, sin embargo, tan vasta. Contiene en sí una ternura silenciosa, una forma de entrega que no pide nada a cambio. En ella habita la fragilidad del tiempo y, al mismo tiempo, la fuerza de quien se atreve a sostener el vacío sin huir de él.
Muchos dicen que la espera es una pérdida, una pausa inútil entre dos acontecimientos. Pero tal vez sea justo lo contrario: un espacio sagrado, una grieta del tiempo donde el alma puede escucharse a sí misma. En la prisa, todo se confunde; en la espera, lo esencial se revela.
Esperar no siempre es dulce. A veces duele, y en ese dolor se esconde una belleza trémula. Esperamos a quienes ya no están, a voces que se desvanecieron en el eco de los años. Esperamos la repetición imposible de un instante, la promesa que el tiempo ya no puede cumplir.
Y, aun así, el corazón insiste. Se niega a clausurarse. Persiste en su esperanza, aunque conozca el final, porque amar es seguir esperando, incluso cuando ya no hay razón para hacerlo.
Quizás ahí radica nuestra naturaleza más profunda: entregarnos, y con ello quedar suspendidos entre lo que fue y lo que podría ser. La espera nos mantiene en ese territorio incierto, entre la pérdida y la fe, entre el recuerdo y la posibilidad. Pero no toda espera nace de la ausencia.
Hay una espera que se alimenta de la confianza, la que nace del afecto. Esperar a alguien no con ansiedad, sino con serenidad, sabiendo que el amor no necesita urgencia para ser verdadero. Esa espera tiene el pulso tranquilo de la certeza; es un diálogo silencioso entre dos presencias que aún se buscan en el tiempo.
Y luego está la otra espera, la que se cuela en los días comunes. Cuando la vida nos obliga a detenernos: el semáforo, la cola, el tren que no llega. En esos intermedios, si uno mira con atención, algo ocurre: una mujer lucha con sus maletas, y una mano se tiende; un anciano duda al cruzar la calle, y alguien la acompaña; un niño persigue un rayo de sol y, sin saberlo, nos recuerda la pureza de estar vivos.En esas pausas cotidianas se teje el alma del mundo.
Allí donde la impaciencia se disuelve, surge la humanidad: la bondad, la empatía, el reconocimiento silencioso del otro. Quizás esperar no sea una carga, sino una invitación: una forma de volver a mirar, de escuchar, de comprender que lo valioso rara vez ocurre de inmediato.
Así, la próxima vez que aguardes —un tren, una llamada, una señal—, no te apresures a llenar el silencio. Mira a tu alrededor, deja que la espera te hable. Porque a veces, el verdadero milagro no está en lo que llega, sino en lo que crece mientras aguardamos.
La espera nos enseña el lenguaje del corazón: un idioma hecho de paciencia, de fe y de ternura. En ella aprendemos que el tiempo no siempre es enemigo. A veces, el tiempo que parece vacío es, en realidad, el instante en que la vida se revela.
Que hoy traiga paz a sus corazones, calidez a sus días y la promesa de nuevos comienzos.
Patricio Varsariah.
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