Las palabras, como las flores prensadas, conservan momentos que nunca se desvanecen. Me encanta el concepto de comparación. No en el sentido de compararnos con los demás, porque ese tipo de comparación nos quita la alegría, sino en el sentido de comparar una cosa con otra para revelar una belleza oculta. Eso es lo que hacen las metáforas y las comparaciones. Con una simple frase, pueden convertir lo ordinario en extraordinario. 

Dos cosas diferentes se unen y, de alguna manera, crean un nuevo significado, una imagen que perdura. Es como abrir una ventana en la mente y dejar entrar una suave brisa. Cada vez que encuentro una comparación impactante, me detengo y la vuelvo a leer. 

Hay una chispa especial en ella, como el reflejo de la luz en el agua tranquila. Los escritores que usan estas imágenes no solo describen, sino que pintan con palabras, construyendo puentes entre mundos que no parecen tener nada en común, pero sí. Creo que estos hermosos conceptos ya existían, esperando que los notáramos. 

La naturaleza, en particular, ofrece infinitas metáforas si nos detenemos a observar. Un árbol que pierde sus hojas nos enseña sobre el desapego. La marea que vuelve a la orilla nos recuerda que la pérdida puede dar paso a la renovación. Un río que se abre paso a través de la piedra nos muestra cómo la paciencia y la perseverancia pueden moldear incluso los caminos más difíciles. 

Los escritores simplemente tomamos lo que la naturaleza ya nos ha susurrado y le damos forma en la página. 

Piensa en la poesía. Un poeta podría describir la tristeza como «una sombra que nos sigue incluso en el día más brillante» o la esperanza como «el primer pájaro que se atreve a cantar después de una tormenta». De repente, las emociones ya no son abstractas. Son compañeras vivas que nos acompañan. 

Todo en la vida tiene su propia belleza, pero la comparación la magnífica. Una flor no es solo una flor. Se convierte en «un secreto que la tierra susurra en color». Un cielo nocturno no son solo estrellas dispersas en la oscuridad. Se convierte en «un lienzo de terciopelo bordado con hilos de plata». 

La comparación toma lo que ya existe y nos enseña a verlo de una nueva manera. La esperanza, por ejemplo, puede imaginarse como una linterna en la tormenta, frágil pero aún brillante a pesar del viento. Los recuerdos son como flores prensadas, suavizadas y descoloridas por el tiempo, pero nunca desaparecen por completo. La bondad es como la lluvia que cae sobre la tierra seca: silenciosa, casi imperceptible, pero profundamente vital. La soledad, por otro lado, es como una silla vacía en una mesa llena, un recordatorio de lo que nos falta, incluso rodeados de gente. El coraje se podría comparar con una semilla que emerge con tenacidad de la tierra dura, frágil pero decidida a alcanzar la luz. 

El amor a menudo es como el fuego: cálido y reconfortante cuando se cuida con cariño, pero destructivo si se abandona. Los sueños son como estrellas lejanas, distantes pero que nos guían hacia casa. Y la sanación, quizás la más paciente de todas, es como el amanecer: no llega de golpe, sino lentamente, suavemente, con una luz que se vuelve cada vez más tenue antes de alcanzar su máxima intensidad. 

Estas comparaciones me recuerdan que escribir no se limita a poner palabras en una página. Se trata de capturar la vida de tal manera que los demás sientan algo: asombro, consuelo o reconocimiento. 

Por eso, realmente admiro a mis compañeros escritores que manejan este arte con tanta maestría. Con tan solo unas palabras, logran transformar el silencio en música, la vaciedad en significado y un momento ordinario en algo inolvidable. 

Y quizás esa sea la mayor belleza de la comparación: nos enseña a descubrir lo extraordinario que se esconde en lo cotidiano. 

¡Gracias por leer!

Patricio Varsariah.