La cuestión de la dicha humana.
Publicado por Patricio Varsariah el sábado, febrero 20, 2021
Todos ansiamos la felicidad. Y, sin embargo, ésta siempre parece fuera de nuestro alcance. Numerosos filósofos abordaron la cuestión de la dicha humana. Pero creo que sus conclusiones, sin excepción, han sido incompletas. Por muchos libros que aparezcan con recetas para ser feliz, el ser humano de hoy sigue acosado, en gran medida, por los mismos problemas que sus predecesores.
El pobre quiere ser rico; el rico quiere salud; el que sufre de disputas familiares sueña con la armonía. Pero, aunque consigamos riqueza, salud y un hogar bien avenido, igualmente nos veremos sujetos a otro tipo de problemas. Además, si por ventura diéramos con circunstancias que, aparentemente, reúnen todos los requisitos de la felicidad, ¿cuánto tiempo podrían durar, antes de que cambiaran? Es obvio que no para siempre. Por otro lado, pocos de nosotros logran eludir las enfermedades y el lento deterioro del cuerpo que la vejez trae consigo; pero ninguno, de seguro, elude la muerte. Con todo, los problemas no son, de por sí, la causa fundamental de la infelicidad.
La verdadera causa no es tener problemas, sino carecer de la sabiduría y de fuerza para resolverlos. Todas las personas poseen de manera innata un ilimitado acervo de poder y de sabiduría; y revela el proceso que permite cultivar y desarrollar tales cualidades. No podemos eliminar el sufrimiento y las dificultades —que son vistos como elementos inherentes a la vida.
La fortaleza y la sabiduría, derivan de la fuerza vital. Si cultivamos esta vitalidad en cantidad suficiente, podemos sobrellevar las adversidades de la vida e, incluso, convertirlas en motivo de dicha y de realización. Sin embargo, si ésta ha de ser nuestra meta, primero debemos identificar los principales sufrimientos de la vida.
Existen a mi entender, cuatro padecimientos universales: el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte. Por mucho que nos aferremos a la juventud, el paso del tiempo nos hará envejecer. Por mucho que cuidemos nuestra salud, lo más probable es que, tarde o temprano, contraigamos alguna afección o enfermedad. Y, más fundamentalmente, aunque la sola idea de la muerte nos resulte intolerable, lo cierto es que cualquier instante podría ser el último para nosotros (aun cuando no podamos saber, por supuesto, cuándo llegará ese momento).
Los sufrimientos de la enfermedad, la vejez y la muerte remiten a diversas causas, de índole biológica, fisiológica y psicológica. Pero, en última instancia, lo que provoca todas nuestras desdichas mundanas es la vida, en sí; o, en otras palabras, el hecho de haber nacido en este mundo. El sufrimiento es un estado de conflicto y de discrepancia entre lo que deseamos y lo que nos ofrecen las cosas y personas a nuestro alrededor. Esto deriva de la naturaleza transitoria de todos los fenómenos: la juventud y la salud no duran eternamente; tampoco nuestra existencia perdura por siempre. Aquí, reside la causa última del sufrimiento humano.
He comprendido con los anos a ver claramente que la vida, de manera inevitable, entrañaba el sufrimiento de la vejez, cuando estoy enfermo entiendo que la enfermedad, asimismo, es parte inseparable de la existencia, cuando escucho las noticias sobre los muertos por la pandemia, porque todo lo que existe en este mundo conlleva alguna clase de desdicha o displacer.
Creo que la solución fundamental al sufrimiento humano en este mundo yacía en erradicar los deseos mundanos; es decir, toda suerte de pulsiones, ansias y pasiones originadas en el seno de la vida del hombre. Es imposible extinguir el fuego del deseo e interrumpir el ciclo de nacimiento y muerte, porque el deseo es inherente a la vida, porque ésta es eterna, y porque el nacimiento y la muerte constituyen fases alternas e inevitables de la vida. Tampoco es posible llegar a una Tierra Pura que, de hecho, no existe.
El hecho que hayamos nacido como seres humanos indica nuestro potencial de modificar el rumbo de nuestra vida. Por ende, cuando la influencia del destino se traduce en un obstáculo o en una adversidad, estamos ante una oportunidad espléndida de elevar nuestro estado de vida. El obstáculo actual señala que se ha consumado y neutralizado un potencial creado en el pasado; reconocerlo nos permite decidir que, en cambio, de hoy en más colmaremos nuestra vida con causas positivas. Podemos aprovechar ventajosamente cada aparente desventura y convertirla en una oportunidad de crecer. A medida que despertamos y activamos nuestra capacidad de superar obstáculos, vamos construyendo por nosotros mismos un futuro mucho mejor y, a lo largo de ese proceso, también elevamos inmensamente nuestro estado de vida.
Podemos liberar nuestro ser para descubrir el verdadero propósito con que hemos nacido y ser felices. Y también podemos contribuir al mejoramiento de la sociedad y del mundo entero. Descubrir el propósito de la vida es sumamente importante para enfrentar los sufrimientos, y la vejez.
La vida humana no cesa de cambiar, comoquiera que actuemos, todos los fenómenos, al igual que nuestro cuerpo, son transitorios. Pese a que el envejecimiento es inevitable, a menudo rehusamos aceptar que, a cada segundo, nuestra vida envejece. En el pasado, la gente mayor era tratada con reverencia, porque impartía conocimientos y tradiciones a la comunidad. En esta época, que da más importancia a la rapidez y la eficiencia que a los valores tradicionales, la población anciana se ve lamentablemente excluida del gran quehacer social. A menudo, los mayores son vistos como una carga, más que como parte del patrimonio familiar. No ha de sorprender, entonces, que la gente deplore el paso de los años y haga todo lo que esté a su alcance para retardar la vejez.
Algunos dicen que la extensión de la vida está determinada por los límites de la división celular. Otros argumentan que el envejecimiento está genéticamente establecido. Pero sean cuales fueren las causas por las cuales envejecemos, lo esencial es enfrentar la vejez sin temor, y que nos preguntemos cómo vivir y sumar años con dignidad. Un solo día de vida vale más que diez millones de euros. Si prolongar la vida una sola jornada representa semejante fortuna, cuánto más importante, entonces, es reconocer la dignidad suprema de la existencia: una vida que se pierde no se recobra jamás.
No obstante, el propósito de este reconocimiento no es aferrarse a la vida el mayor tiempo posible, sino hacer de cada día algo realmente valioso. La existencia de un ser humano es algo difícil de conservar, así como es difícil mantener el rocío sobre la hierba.
Nuestro desafío es dar sentido profundo a cada uno de nuestros días, y no preocuparnos tanto por la cantidad de tiempo, sino por la forma en que vivimos.
Saludos.
Patricio Varsariah.