Siempre que escribo para mudar el dolor a las palabras. se me queda el cuerpo como si me hubiese desintoxicado de la peor de las drogas, pero sin pasar por el tan temido mono no es demasiado ético y moralmente podría rozar las cloacas, pero mirar a nuestro alrededor y egoístamente comprobar que ni estamos tan mal como creíamos ni somos los únicos que lo estamos pasando mal, viendo en la carne de los demás como la vida se ensaña a destajo, sin descanso y cobrando a precio de oro las baratijas menos selectas.

En definitiva, no creo que sea un cursillo acelerado de auto estima, basado en el mal ajeno para provocar que nuestra propias penas sean menos penas si la comparamos con las de los demás, Siento como se alumbra mi camino con llamas perecederas y no con las mejores neones de Las Vegas, pero no dudo que aun siendo de corta vida, pueden alimentarse mientras tenga la posibilidad de seguir luchando, de seguir colocando estrellas en mi cielo, de seguir viendo como gira todo a mi alrededor.

Tan solo vendo consejos robados, húmedos cigarrillos y memoria rota. Escribo sobre lo que me conmueve. También sobre lo que no entiendo o no tengo opinión formada, como una manera de investigar, de indagar, de ponerme en otra piel. Pero nunca me planteo un concepto o una moraleja previa, ni priorizo la actualidad por encima de los asuntos sobre que me pide el cuerpo que indague por muy anacrónicos que parezcan. Siempre parto de una imagen, una anécdota o una emoción que me haya impactado. 

Nada de lo que pueda decir debe ser tomado al pie de la letra, al fin y al cabo, todo lo que se, está al alcance de cualquiera con un carnet de biblioteca. Demasiados terrones de azúcar en los bolsillos, demasiada nicotina desperdiciada demasiadas ideas que dejan de ser tuyas, ni siquiera mis recuerdos me pertenecen. Alguien tuvo que inventarme una infancia a medida cerca del mar, ahora los labios apretados y la yema de mis dedos parecen fundirse en el fuego. Apago la luz y vuelve la calma, el silencio, semana tras semana. Cuando aparecen esos días en que todo parece encajar, despiertas todo gira a mi alrededor y lo único que ves es tu cuerpo desnudo reflejado en el espejo tirado en el suelo.

No sé cuántas veces al cabo del día puedo llegar a preguntarme si realmente todo lo que me rodea, todas las personas que me tratan, saben cómo soy realmente, si en realidad han intentado alguna vez saber cómo soy de puertas adentro, no suelo exteriorizar demasiado mis sentimientos, tal vez por esa timidez que me resulta demasiado difícil eludir. Posiblemente crea que es así y lo que probablemente suceda es que no doy la impresión de estar como estoy gritando por dentro, deseando, ansiando o tal vez echando en falta que me digan algo para estallar emocionalmente. Sigo a la deriva, intentando conocer mi destino, intentando con mis palabras plasmar aquello que algún día pueda darme las claves para conocer el porqué de mí mismo el porqué de todo lo que gira a mi alrededor.

No siempre nos gusta lo que refleja ese nuestro espejo, hay veces incluso que ni siquiera nos vemos reflejado. Tétrica virtualidad de la propia realidad oscurecida por esa visión no del todo clara de cuanto gira a nuestro alrededor. Mística tiranía que nos imponemos a nosotros mismos ante todo aquello que nos borra la percepción por lo que luchamos, que aun cuanto más sencillo puede parecer más se nos complica y enmaraña, encerrando en su pequeño universo las posibilidades de asomar la cabeza por encima de nuestras propias barreras auto impuestas, produciendo en nuestro arquetipo de esquema mental el desorden, sin percibir en su justa medida el problema. Al final siempre llegamos a la misma conclusión de ser nosotros mismo la causa del nuestro propio desconcierto, de no poder reflejarnos en el espejo como nos gustaría, de no atajar con la suficiente antelación lo que hace que lleguemos a esa situación. 

El brillo de una sonrisa hace milagros, desempolva todos esos recuerdos que guardamos en esos cajones sin fondo, recuerdos de cuando no nos preocupaba tener que guardar nada, porque lo teníamos todo, recuerdos de cuando los espejos no alcanzaban a poder reflejar esa niñez que perdida en el tiempo y en el espacio grita por volver a reencontrar la posibilidad de ese equilibrio perdido en alguna estación de nuestro recorrido. Quiero seguir reflejándome en el espejo, necesito seguir dibujándome la sonrisa como cada día y volver como volverá ese tiempo a mi reloj, como volverá esos motivos por los que no debo olvidar a ese niño que aun sigo teniendo dentro.

Saludos.
Patricio Varsariah.