Ser una persona sensible era algo que al principio no me gustaba. Entonces no sabía lo extraordinario que podía ser; solo veía su lado más profundo y, a veces, más doloroso.

Vi cómo, siendo una persona sensible, absorbía la ira, la frustración, la disminución de la luz en las expresiones de las personas que amo. Cómo sus emociones se filtraban en mí como si mi corazón no tuviera puertas para mantener sus tormentas afuera.

Notaba todo: cada destello en sus rostros, cada cambio sutil en su voz, cada tensión no expresada. Lo hacía mío sin querer. Sentía lo que ellos sentían antes incluso de que pronunciaran una palabra.

Y me preguntaba constantemente: ¿Por qué? ¿Por qué soy así? ¿Por qué siento todo tan profunda y completamente?

Pero ahora, ahora veo la otra cara de ser una persona sensible, y la aprecio. Amo esta parte de mí que antes malinterpreté. Porque ser sensible significa que mi corazón no se limita a mi propio dolor. Significa que puedo percibir el dolor de los demás, de las personas que amo, incluso cuando lo ocultan bien.

Algunas personas pasan junto a otras sin darse cuenta de que están agotadas, rotas, dolidas. Pero si yo puedo sentirlo, puedo marcar la diferencia con mis pequeñas acciones.
Puedo preguntar.
Puedo escuchar.
Puedo estar presente.
Puedo intentar animarlas, recordarles que no están solas.
¿Y no es eso algo bueno?

Y hay más. También siento las pequeñas cosas, cada momento delicado en el que estoy. No disfruto hacer varias cosas a la vez ni vivir con prisas y la mente abarrotada. Cuando hacemos eso, dejamos pasar momentos sin vivirlos. Y no quiero eso.
Esos pequeños instantes… no sabemos si volverán. Entonces, ¿por qué desperdiciarlos?

Quiero sentir cada momento tal como llega. Y ser una persona con sentimientos profundos me permite hacerlo: pleno, total, honestamente.

Colecciono y extraño mucho estos momentos y los guardo como tesoros en el tarro de los recuerdos que llevo dentro: como, tomar una taza de café con canela, caminar junto a a los canales, descansar en los brazos de la naturaleza y sentir cómo la calidez se instala en mis huesos. Todas estas pequeñas cosas eran suficientes para alegrarme el día.

Por eso a menudo me quedo en silencio. No porque no tenga nada que decir, sino porque estoy ocupado sintiendo el momento, absorbiéndolo, dejándolo vivir dentro de mí. Necesito tiempo para procesar el nuevo mundo en el que vivo ahora y comprenderlo con delicadeza. Más tarde llegarán las palabras. Pero en el momento presente, intento vivirlo con todo mi corazón. 

Y cuando me voy a la cama, siento esa tranquila satisfacción de haber vivido el día, aunque me cansara, aunque sintiera demasiado, aunque la pesadez se instalara en mi pecho. Porque, incluso con todo eso, todavía hay mucho que quienes sentimos profundamente podemos disfrutar.

Soy una persona sensible, y he llegado a apreciar verdaderamente esa parte de mí.
Y a ustedes, mis lectores sensibles, quiero decirles esto:

Los veo, y valoro la forma en que se mueven por el mundo con tanta profundidad.
Permítanse vivir sus días, sus semanas y sus años con el corazón abierto. Abracen la dulzura que hay en ustedes, la sensibilidad que los hace ser quienes son. Y permítanse saborear la belleza de ser así.

Que tus días estén llenos de paz, gratas sorpresas y momentos de felicidad que nunca imaginaste.

De verdad te lo mereces.

¡Gracias por leer!

Patricio Varsariah.