Jamás perdamos la capacidad de hacer el bien...
Publicado por Patricio Varsariah el miércoles, noviembre 25, 2015

Todos contamos con más de una historia personal marcada por la decepción. Las hay que duelen más que otras, e incluso algunas nos han obligado a perder esa inocencia inicial con la que solemos llegar a este mundo. Dicen que hasta el corazón más enamorado se cansa de ser lastimado, pero por muchas heridas que recibamos nunca deberíamos perder nuestra capacidad de amar, de querer a quienes de verdad lo merecen. En la vida, invertimos tiempo, emociones, sueños y esperanzas en alcanzar determinados objetivos. En ocasiones, son sólo aspiraciones, otras veces es vida invertida en determinadas personas que en algún momento, nos pueden decepcionar.
Cuando queremos algo con mucha intensidad y lo perdemos, aparece la decepción y el vacío. No sólo perdemos esa relación, ese sueño, también dejamos ir una parte de nosotros mismos. El mayor peligro de las decepciones está en caer en la indefensión. Hay algo que no se ha ajustado a nuestras expectativas, que no ha salido tal y como esperábamos… Y eso duele, tanto, que podemos generar la sensación de que hagamos lo que hagamos, volverá a repetirse el mismo resultado. Son muchas las veces en que determinados fracasos y sobre todo, decepciones, generan en nosotros sentimientos negativos como la ira, la rabia, el rencor o la frustración.
Toda aquella emoción negativa mantenida de forma crónica en el tiempo, puede hacer cambiar nuestra visión sobre la vida, la gente, e incluso sobre la idea de que aún pueda existir gente buena en el mundo. Dicen que hacer el bien es olvidarse de uno mismo para darlo todo por los demás; pero no es cierto. En absoluto. Actuar de forma correcta, con integridad y favorecer a su vez el bienestar de quienes nos rodean, no supone “abandonarse”. Quien procura siempre lo mejor para el conjunto, actúa según la voz de su interior, y de acuerdo a sus propios valores. Si no lo hiciera, sería ir en contra de sus propias esencias, y entonces, sí que estaría provocándose un grave daño a su autoconcepción, a su identidad.
Dicen que hay decepciones que nos hacen abrir los ojos y cerrar el corazón. Es un dolor que nos obligará a ser más prudentes, pero que jamás debería llevarnos a perder nuestra capacidad por hacer el bien, sería una locura odiar a todas las rosas porque una te pinchó.
Así pues, no por haber sufrido una decepción vamos a odiar al resto del mundo, y aún más, tampoco vamos a cambiar nuestra filosofía de vida por haber experimentado varias, o incluso demasiadas decepciones. Puedes vestirte con la prudencia, con la armadura de la cautela, pero nunca claudiques al rencor o al odio. No vale la pena.llevar hasta estos extremos en los cuales, se quiebran por completo nuestros valores. Porque cuando perdemos nuestros valores lo perdemos todo, y si pierdes tu capacidad por hacer el bien pensando que no vale la pena, estarás dejando de ser tú mismo. Dejarás de reconocerte cada vez que te mires en el espejo.
Cada cosa que acontezca en nuestra vida, ya sea bueno o malo, debemos aceptarlo, intégralo y seguir avanzando de la forma más ligera posible. Si almacenamos rencor caminaremos despacio, si guardamos rabia buscáremos venganza, si escondemos odio quedaremos encallado y habremos perdido por completo nuestra capacidad por hacer el bien. Por generar felicidad. En esta vida no somos más que breves pasajeros en un camino donde quienes vayan ligeros de odios y rencores, serán capaces de disfrutar el trayecto con mayor sabiduría e integridad. Sabemos que no siempre es fácil afrontar una decepción, pero si hay algo que no debes permitir, es que el mal comportamiento de otros quede impregnado en nosotros hasta el punto de cambiarnos. De hacernos creer que ya no existen las buenas personas, o más aún, que las buenas personas siempre acaban heridas.
Por sobre todas las cosas debemos intentar vivir en el “aquí y ahora“, centrarnos en el presente sin generar excesivas expectativas sobre lo que debe ocurrir o lo que ocurrirá. Déjanos llevar es lo mas adecuado. Aceptar que las decepciones forman parte del trascurso vital y que debemos aprender de ellas. No debemos permitir que ellas nos cambien en algo que NO somos. Debemos comprender que no puedes controlar aquello que hacen los demás, ya sea bueno o malo. Sabemos quien somos y lo que queremos, y sabemos que hacer el bien forma parte de nuestras raíces, de nuestra esencia vital.
Finalmente creer en los demás hasta que no nos demuestren lo contrario, para permitirnos confiar, tenemos experiencia, tenemos nobleza en nuestro corazón y merecemos encontrar siempre lo mejor de las personas. Si nos acercamos a ellas con rencores pasados, encontraremos rechazos. Enfoquemos las decepciones como una renovación: es experiencia y un claro ejemplo de lo que no queremos repetir. Jamás perdamos la capacidad de hacer el bien por muchas veces que nos decepcionen, por muchas veces que caigamos.