hablemos del amor...
Publicado por Patricio Varsariah el viernes, septiembre 15, 2017

La pareja es uno más de los tantos vínculos que alguien puede entablar con otra persona y, como la amistad, las relaciones familiares o laborales, tiene ciertos modos de funcionamiento que la caracterizan. Pero lo que nadie parece discutir es que este vínculo en particular se construye sobre la base del amor. Pero ¿esto es realmente así? ¿Siempre hay una historia de amor detrás de una pareja?
La primera respuesta que surge es que sería al menos deseable que así fuera, ya que cuando alguien piensa en dos personas que comparten proyectos, que tienen sexo, hijos, cosas en común, pareciera imponerse la necesidad de que allí haya algo del orden del amor. Pero, para comenzar a hablar de la relación que puede existir entre el concepto de pareja y el de amor, primero deberíamos convenir qué decimos cuando hablamos de amor. Porque a esa palabra se la utiliza de muchísimas maneras.
Constantemente oímos : «Bueno, está bien, él me quiere; pero yo lo amo», que parece ser que, para ella, era más. Y alguno podrá estar de acuerdo con esto y decir que sí, que amar es más que querer, aunque en lo personal no estoy tan seguro de eso. Porque esas palabras pueden querer decir lo mismo o algo diferente según sea el caso.
Otras veces escuchamos : «Tengo miedo de casarme, porque, yo sé que estoy enamorado de ella, pero no la amo». Y a mí no me quedaba claro cómo las personas que dicen esto manejan esos conceptos y me pregunto cuál es, la diferencia.
No es fácil definir claramente qué cosa es el amor. Pero, al menos, voy hace el intento y digamos, aunque sea una obviedad, que el amor es una emoción. Pero, al decir esto, tampoco estoy diciendo demasiado, porque ¿qué es una emoción? Podría empezar diciendo, aunque suene un poco caprichoso, que una emoción es una idea, un pensamiento, que carece de palabras. Por supuesto que hablo desde el punto de vista psicológico,porque una persona creyente, por ejemplo, puede pensar que el alma existe y decir que es algo que se siente en el alma; otro dirá que lo siente en el corazón. Bueno, a estos últimos tengo que desilusionarlos. Las emociones encuentran su lugar en el cerebro y no en el corazón. Pero nuestra cultura y su poesía han logrado que, cuando alguien se emociona, localice ese sentimiento en el corazón. Pero eso no es más que una caprichosa metáfora cultural.
Los griegos de la época clásica, por ejemplo, localizaban el amor en otra parte del cuerpo. Para ellos, el órgano importante era el hígado. De allí el mito de Prometeo; ya saben ustedes como es la historia. Prometeo, que era una especie de gigante, tuvo la idea de engañar a los dioses en favor de los humanos. ¿Qué hizo? Fue hasta el Monte Olimpo, les robó una pequeña brasa de fuego, la escondió dentro de una caña hueca, salió disimuladamente y se la regaló a los hombres, que hasta ese entonces no conocían el fuego. A los dioses no les gustó esto y decidieron castigarlo dándole un regalo. Ustedes se preguntaran : ¿Cómo es esto de castigar a alguien dándole un regalo?
De eso, aquel pueblo sabía bastante y era común que cuando los griegos le daban un regalo a alguien lo metieran en un problema. Acuérdense, si no, del Caballo de Troya. De hecho, hay un dicho popular que dice: «esto es un regalo griego», previniéndonos de que el asunto, aunque parezca maravilloso, esconde algún problema, que algo va a salir mal.
Los dioses, entonces, le regalan a Prometeo, y esto ya tiene que ver con algo del orden de la seducción y el amor, una mujer con una caja llena de obsequios. Seguramente la conocen; el nombre de esa mujer era Pandora y todos hemos oído hablar de la famosa caja de Pandora. Pues bien, Pandora, que era muy pero muy bella, después de todo la habían creado los dioses, se presenta ante Prometeo y le entrega la caja que le obsequiaban los habitantes del Olimpo.
Pero éste, que no les había robado el fuego justamente por ser un ingenuo, les agradeció mucho pero dejó la caja cerrada en un rincón. La complicación surgió cuando su hermano, Epimeteo, que no era tan lucido como él, abrió la caja por curiosidad. ¿Y con qué se encontró? Con que los dioses habían encerrado dentro de esa caja todas las desgracias del mundo, las que salieron no bien Epimeteo la hubo abierto. Y por culpa de ese acto, de ese descuido, y podríamos pensarlo en el sentido de un acto fallido, es que hoy existen todas las desgracias y sufrimos. y «¿Todo por culpa de un tonto?», podría preguntar alguien. Sí, y quien no haya sufrido nunca por culpa de un tonto que arroje la primera piedra.
La historia suena endeble para justificar los males del mundo, pero, después de todo, no es más absurdo que pensar que los padecimientos existen porque a una mujer se le ocurrió morder un fruto.
Pero, volviendo a la historia, Prometeo, viendo que al abrir la caja escapaban la desdicha, el desamor y el sufrimiento, se abalanzó rápidamente sobre ella y logró cerrarla, dejando atrapada, al menos una cosa: la esperanza. De donde se deduce que para los griegos, la esperanza era un castigo más.
Piensen si no en lo que ocurre cuando alguien es abandonado por su pareja. Les aseguro que una de las peores cosas que le puede pasar a esa persona es quedar esperanzada.
Una vez me escribió una persona que lee mis escritos, que estaba muy enojada, aunque sería mejor decir que en realidad se sentía humillada y dolida, y que su novio, que acababa de dejarla, era un ser despreciable y cruel. Le pregunté por qué decía eso, y ella me contó que, en el momento de despedirse, ella lo había abrazado y le había dicho que a lo mejor, dentro de un tiempo, la vida volvería a juntarlos. Y él, sin responder al abrazo, con total frialdad, la miro y le dijo: «No. Eso no va a pasar».
Ella sostenía que lo que el hombre había hecho era un acto de maldad, y yo le escribí diciéndole que quizá con ese gesto la estaba ayudando. Porque le estaba diciendo que no tenía que tener esperanzas, que empezara a elaborar el duelo ya mismo, que no esperara a que él la llamara o tomara contacto de alguna manera. Es decir: no más. Se acabó.Y esto es importante. yo se que para que alguien pueda empezar el trabajo de duelo es fundamental que admita primero que hay algo que se ha perdido. Es en ese sentido que la esperanza suele ser una dificultad extra para realizar ese trabajo.
Pero terminemos la anécdota de Prometeo. Ustedes saben que los griegos, antes de comer, debían ofrendar una parte del alimento a los dioses. Entonces, se preguntaron qué parte de los animales les iban a dar, y Prometeo dijo: «bueno dejemos que elijan ellos, que para algo son los dioses», e introdujo en una bolsa lo peor: las viseras, la grasa, los huesos y arriba un hermoso pedazo de carne.
A continuación, puso en otra bolsa todo lo más sabroso y lo cubrió con unos huesos impresentables y le dijo a los dioses que tomaran la bolsa que quisieran; y ellos cayeron en la trampa. Eligieron la bolsa que tenía los deshechos y, a partir de entonces, quedó establecido que todo lo que se les ofrendaría a los dioses era lo que ellos mismos habían elegido. Es decir, lo peor.
A continuación, puso en otra bolsa todo lo más sabroso y lo cubrió con unos huesos impresentables y le dijo a los dioses que tomaran la bolsa que quisieran; y ellos cayeron en la trampa. Eligieron la bolsa que tenía los deshechos y, a partir de entonces, quedó establecido que todo lo que se les ofrendaría a los dioses era lo que ellos mismos habían elegido. Es decir, lo peor.
Imaginen ustedes que a Zeus y los suyos no les hizo mucha gracia esta nueva treta de Prometeo y, ya cansados del gigante, le impusieron un castigo. Lo condenaron a estar estaqueado sobre un monte, y a que un cuervo se depositara sobre él todos los días y le comiera el hígado, el cual se regeneraba durante la noche para que al otro día el ave pudiera volver a hacer lo mismo, reanudar el ciclo, y así por toda la eternidad. ¿Y por qué el hígado? Porque, como dije antes, para los griegos era el órgano más importante, más que el corazón.
No es difícil encontrar en este mito algunos elementos que nos remiten a la religión judeocristiana ¿no? Este Prometeo que roba el fuego sagrado (metáfora del conocimiento) para darle a los hombres lo que hasta ese momento era sólo patrimonio de los dioses, nos recuerda a Eva y la manzana de la ciencia, cuya mordida desató los males del mundo, aunque sin la necesidad de la caja de Pandora. Y a qué negar que este gigante que luego carga, ya no sobre sus hombros sino sobre su hígado, con la culpa por sus actos de amor tiene algo del Cristo.
Pero, más allá de estos juegos metafóricos, lo cierto es que el amor tampoco es generado en el hígado, por mucho que se enojen los dioses del Olimpo ya que, repito, los sentimientos no son más que pensamientos silenciosos. Por eso, cuando hablamos del amor, se dificulta tanto, porque estamos hablando de algo a lo cual es muy difícil ponerle palabras.
De allí que muchos, si pudieran, inventarían algún aparato que les permitiera medir con exactitud el grado del amor, para saber con certeza cuánto lo quieren. Pero, ante la falta de tan preciado instrumento, nos conformamos con metáforas más bien geográficas, y así alguien le dice a su pareja que la quiere hasta el cielo. Pero ella, que quiere marcar que su amor es más grande, le responde que ella también lo quiere hasta el cielo, pero ida y vuelta.
Feliz fin de semana.