esos impulsos primitivos...
Publicado por Patricio Varsariah el miércoles, septiembre 21, 2016

El otro día en una reunión de trabajo se me pidió mi opinión y yo, sin pensarlo se la ofrecí. No es que el tema fuese de mi entero conocimiento o que yo estuviese al tanto de lo que allí se debatía, pero abrí la boca y antes de concluir con mis conjeturas me di cuenta que el zapato ya se había atragantado en mi garganta. Podía leerlo en los rostros que me rodeaban y en sus gestos, porque es muy fácil decepcionar cuando uno intenta encaramarse en los hombros de los demás seguro de sí mismo y confiado de que no importa lo que digas, emergerás triunfador.
¿Quién no se ha sentido así alguna vez? Aplastado por su propia ineptitud. Aquellos que como yo han tenido esta experiencia, deben saber que es parte de la naturaleza humana el no poder aceptar un trago de humildad y confesar nuestras lagunas de ignorancia.
De vez en cuando sentimos ese impulso de levitar sobre la muchedumbre y desplegar nuestros colores, algo así como un Pavo Real. Todos tenemos la necesidad de brillar, de sabernos a la altura de los demás, aunque nuestra armadura necesite una capa de antioxidante y la corrosión mine nuestros sentidos.
Hay una genética que desfigura nuestras intenciones y como nunca abandonamos del todo la inocencia de la niñez actuamos en concordancia con esos impulsos primitivos. Entonces es cuando lo arruinamos. Pero aún me queda tanto por vivir -eso creo Yo- que siempre habrá oportunidad de madurar y aprender nuevos modales. La autoestima volverá a recuperarse y la próxima vez que se requiera mi opinión, reflexionare hasta agotar todos los recursos; entonces sonreiré y me encogeré de hombros.
He pensado y reflexionado sobre lo peligrosa pueden ser las palabras cuando les damos la libertad de comportarse de acuerdo a la carga de emociones que llevamos por dentro. Las palabras, como las muñecas, pueden desfilar en la pasarela de la vida proyectando modelos de dulzura o espantosas e insultantes marionetas que desfiguran nuestra razón de ser. Todo depende de cómo se desprenden de nuestro intrincado laboratorio cuando la química responde a las situaciones en que la vida nos coloca. Las palabras pueden ser nuestro mejor método de defensa o la peor proyección de nuestra torpeza.
En el momento en que les otorgamos libre albedrío, dibujan una imagen de lo que intentamos proyectar en las circunstancias en que nos encontramos en ese momento. El mundo alrededor nos percibe, no precisamente por nuestro aspecto físico, si no por las palabras que forman esa barrera invisible que en ocasiones nos defienden, nos hacen encantadores o en su disfraz de marionetas, nos obliteran.
Vas paseando por la calle y descubres que en tu dirección se acerca una persona con la cual no deseas intercambiar banalidades. Pausas por un instante y te preguntas: ¿por qué reacciono así? Casi nunca tu subconsciente te respondería que es por su aspecto o por su olor corporal. Casi siempre, como un semáforo incandescente parpadeando su luz roja, la respuesta elegiría su verbo, sus palabra y su modo de expresarlas. pensarías que su pasarela, desde que la conoces, siempre estuvo minada de marionetas absurdas arrastrando conjeturas, comentarios despectivos y rumores infundados. Suficiente información como para cruzar la calle y desaparecer sin siquiera dedicarle una autocrítica visual a su indumentaria o al color azafrán de su cabello.
Estoy convencido que todos deberíamos trabajar en un huerto interior donde cultivar las palabras. Un lugar junto a la cordura y la inteligencia que pudiésemos abonar constantemente con la nueva información de la que nos suplen las experiencias por el paso de la vida.
Finalmente, debemos cuidar de nuestras palabras, de su formación, de su estilo, de su elegancia, de su tono y de la carga que les adjudicamos cuando se desprenden de nuestro ser para formar parte de nuestro mundo exterior.
un abrazo.