En algún momento el ser humano tiene que descubrir su sensación de soledad,
para descubrir que no está solo nunca.
Si no asumo mi sensación de soledad,
trataré de anestesiarla relacionándome contigo y,
cuando haga eso, no podré sentir qué hay detrás de mi soledad.
¿Y saben lo que hay detrás de la soledad?
Ausencia de soledad.


Siempre menciono que las madrugadas son para mi el momento para mis reflexiones que al final se convierten es escritos,por que percibo un silencio que es un arte que alimenta la sabiduría, pero hay otros silencios que debemos adminístralos de la mejor manera y si utilizamos el silencio en ocasiones para responder con acierto, para no continuar con conversaciones y hechos que no valen la pena y respirar profundo y quedarse callados en ciertos momentos es la mejor opción que podemos tomar.

Sin embargo, ese silencio repentino, en que la persona se queda callada un instante y toma aire, marca muchas veces un instante crucial. Es cuando toma plena conciencia de sus emociones, es cuando se da cuenta de algo que hasta el momento no había percibido. Es, también, cuando la persona se encuentra más centrada que nunca al armonizar pensamientos y emociones, y el pasado, se queda a un lado para centrarse con autenticidad en el momento presente.

El silencio, en ocasiones, actúa como un despertar de la conciencia, y eso es algo excepcional. No solo nos sirve para gestionar mejor conversaciones o situaciones puntuales, es también un canal donde tomar contacto con nosotros mismos para dejar de “hacer” durante un instante y, simplemente, “ser”.

Estamos pues ante un tema con interesantes matices y curiosos aspectos que pueden servirnos de gran ayuda en el día a día. 

Vivimos en la cultura del ruido. No me refiero precisamente a la presión del sonido ambiental, al ronroneo persistente del tráfico, al ronquido perpetuo de las fábricas o al eco de las grandes ciudades que nunca duermen. Hablo del ruido mental, ese alboroto de emociones contrapuestas. Una cacofonía mental que produce no solo que dejemos de escuchar a quien tenemos enfrente, sino que a menudo provoca que dejemos de escucharnos a nosotros mismos.

Estamos influenciados por un tipo de comunicación donde la voz entusiasta, la que grita y no deja pausas es la que triunfa. La vemos en nuestros políticos, la vemos en muchas de nuestras reuniones de trabajo, ahí donde quien guarda silencio se le etiqueta al instante como a alguien poco decidido o falto de carisma. De hecho,en la cultura occidental la persona que guarda silencio antes de responder es vista con desconfianza o con sospecha.

Las conversaciones se ensamblan muchas veces a través de frases y palabras que no pasan por un adecuado filtro mental o emocional. Se nos olvida que gestionar el lenguaje y la palabra es también el arte de la inteligencia, ahí donde el silencio, es a menudo un punto de paso necesario. Detengámonos, al menos un instante, para encontrarnos. Es necesario pararnos para ver y sentir al otro. Comprendamos pues que no hay nada malo en coger aire y quedarnos callados en medio de una conversación. Tal vez lo que digamos tras esa pausa sea la solución al problema o la llave para recuperar nuestra relación.

El silencio es la expresión más perfecta del desprecio. Así, debemos tener mucho cuidado en cómo lo utilizamos, en cómo lo aplicamos en función del contexto y las personas receptoras de eses silencio. Hasta el momento, he dejado claro que el uso del silencio es una herramienta perfecta para gestionar las propias emociones, para centrarnos en el aquí y ahora y poder emitir así una respuesta o un tipo de acción más acertada.

El silencio es una pausa para nosotros mismos. Quedarnos callados es algo necesario, por ejemplo, cuando volvemos del trabajo y estamos a punto de entrar a casa. Algo tan sencillo como respirar profundo y  permanecer en silencio unos segundos puede alejar la presión y la ansiedad de ese otro contexto que no debemos proyectar en casa.

Ahora bien, algo que estaría bien tener en cuenta es que el silencio puede actuar muchas veces como un cercenador de la calidad de nuestras relaciones personales. Son las palabras las que educan, son las palabras las que sanan y ellas quienes nos ayudan a tender puentes, a crear raíces y consolidar nuestros vínculos a través de un lenguaje positivo, empático y cercano. De ahí que debamos tener muy claro que el silencio no es un castigo positivo para ningún niño, que cualquier mal acto, travesura o desatino no se soluciona con retirarle la palabra o con renegarle a la soledad de su habitación. Con ello, lo que hacemos muchas veces es alimentar la ira. En estos casos la comunicación es imprescindible, esencial para cambiar conductas, para reconocer errores y prestar ayuda hacia la mejora.

Así como en las madrugadas el silencio alimenta la sabiduría, hagamos pues un buen uso del silencio. Hagamos de él nuestro palacio de calma donde reencontrarnos, donde armonizar emociones, donde calmar la mente y para encontrar en él, la mejor respuesta, la palabra más hermosa para el momento más necesitado.