es una especie de apuesta...
Publicado por Patricio Varsariah el martes, mayo 16, 2017

Todos hemos leído que durante gran parte de la historia de la humanidad el matrimonio se daba por diferentes aspectos: ambas familias acordaban un matrimonio porque ambos interpretaban las escrituras de igual modo, por conveniencia, interés, por conservar apellidos importantes o para seguir administrando adecuadamente el gran patrimonio con el que ambos cargaban. Por lo que las razones de casarse con alguien eran bastante irrazonables. Pues los sentimientos se anulaban por completo y era un asunto que "surgiría con el tiempo"
Todo aquello llevó a diferentes generaciones revelarse y decidir que el matrimonio debía nacer de los sentimientos, una atracción física mutua y de una proyección sobre de lo que les hablara el corazón. E incluso se llegó a pensar que mientras más pronto e imprudente fuera de decisión de unirse al otro, más tiempo de felicidad garantizaría, pues no habría tiempo de conocer tantos defectos antes de decir "Sí, acepto".
Nos pasamos la vida entera soñando con encontrar a esa persona maravillosa, aquella que viene a completar nuestra vida. Con la que no habrá diferencia alguna y los días serán tan maravillosos como las películas romántica de Hollywood que tanto nos gusta ver. Y cuando por fin logramos encontrar a alguien con quien nos llevamos bien y podemos empezar a proyectarnos, nos empecinamos en mostrar lo mejor de nosotros mismos, claro no hay que estropear nada. Es así como muchos llegamos a casarnos con esa media naranja, ideal y perfecta para completar esa mitad que tanto nos faltaba.
Sin embargo el problema nace después, cuando la rutina del matrimonio nos permite ver que quizás escogimos a ese medio limón que tanto evitamos en relaciones pasadas. Ese tipo de persona del que quisimos huir tantas veces, porque los gustos de ambos no congeniaban bien o porque sus gustos eran tan diferentes que resultaba una locura pensar que podían llegar a estar de acuerdo en algo más que seguir por caminos diferentes. Muchos nos casamos con la persona "equivocada" y tardamos años incluso en darnos cuenta del peso de aquella decisión.
Nadie es perfecto, el problema es que mientras entablamos una relación rara vez dejamos ver la totalidad de quienes somos. Y cada vez que una relación amenaza con comenzar a sacar a la luz aquellos trapos sucios llamados defectos, y huimos. Damos por terminado aquel vínculo, porque lógicamente nos hace sentir incómodos.
Y seguro pensarás, en todas aquellas veces que visitaste su casa, miraste esos álbumes familiares de fotografía, estuviste en cientos de celebraciones con amigos y conociste incluso a la mascota protagonista de miles de fotos, pero déjame decirte que el matrimonio es una especia de apuesta que hacen 2 seres humanos que todavía no saben quiénes son ni en quiénes se convertirán, que son incapaces de concebir un futuro certero y que han hecho su mejor esfuerzo por evitar investigarlo.
Ahora bien, mi teoría es que el matrimonio no es sinónimo de felicidad. Sí, tal como leíste, el matrimonio no nos entrega la felicidad, por el contrario nos entrega un sentimiento de familiaridad, que nos hace sentir en una zona de confort de la que no deseamos salir. Por ello descubrir los defectos de nuestra pareja puede resultar tan devastador, pero déjame decirte que no hay nada de malo cuando descubrimos que nos casamos con la persona equivocada, no debemos salir corriendo al primer tribunal de familia para firmar un acuerdo de divorcio de manera instantánea, solo debemos abandonar nuestros prejuicios y la idea romántica que todos tenemos una persona de tus sueños dando vueltas por el mundo, que vendrá a complementarnos y a hacernos felices por toda la eternidad.
Basta con convencerse de que nadie es perfecto y que el matrimonio muchas veces es un asunto que va más allá de la pasión, la atracción. Sino que es una decisión diaria, de aceptar, perdonar y saber que ambos luchan con el mismo propósito: ser felices con quienes realmente son.