Todo aquello que alguna vez has anhelado ya está presente, aquí y ahora –que es, por supuesto, el último lugar donde has buscado–. ¡Qué ingenioso es esto! Cada respiración. Cada sonido. Cada sensación que surge. Aquello que ya ha sido permitido. Aquello que nunca puede ser bloqueado. Incluso el dolor, el aburrimiento, la desesperación, incluso esas olas aparentemente no queridas y no deseadas de experiencia oceánica pueden por fin anegar el espacio donde «tú» no estás, y donde nunca has estado. El vacío está rebosante de vida.

La paradoja es la siguiente: ninguna de estas sensaciones puede volverte a tocar; ni tan siquiera la tristeza más grande. Eres teflón cósmico, y todo se desliza fuera. E incluso esto no es verdad, puesto que lo sientes todo con más intensidad que nunca antes, incapaz de bloquear nada de ello, incapaz de alejarte de tus propios hijos, de tu propia carne y de tu propia sangre, de estas olas de ti mismo. ¿Quién huiría, cómo y de qué? 

Esto es vida en su plenitud íntima,sin tabúes. Es la eterna crucifixión de Eso que no puede ser crucificado.

¿Qué queda sino la gratitud? Gratitud por el hecho de que lo que ha ocurrido ha tenido lugar. Gratitud por el misterio de ello. Por la aventura de ello. Y si nunca ocurre nada más, sé consciente de esto, querido lector: has estado aquí para ser testigo de todo. Lo has conocido. Lo has saboreado. Lo has sentido. Lo has olido. Lo has visto: el reflejo de una luna menguante en la ventanilla de un coche. La textura del agua calmada. La fragancia del algodón. Las profundidades silenciosas de la meditación. La rabiosa intensidad del miedo. La conmoción del dolor. El drama del romance. La dicha de la soledad. 

¡Oh, ha sido más que suficiente! Ha sido demasiado, de hecho. Demasiada gracia. Un exceso de gracia. Inmerecidas cantidades de gracia. El yo separado huyó despavorido de la inmensidad que no pudo comprender en un millón de años, de manera que buscó más, y se agarró a lo que pensó que tenía, buscando una salvación futura o una iluminación que nunca vino, y que no puede venir con el tiempo.

Pero la vida nunca dejó de cantar su canción de amor, escrita justamente para «ti». Asómbrate y maravíllate, amigo mío. Asómbrate y maravíllate.
Tan solo vivirás un día. Solamente tendrás que afrontar un día. Y este día es hoy, este día vivo, este día Único, este día eterno, el único día que de verdad importa. Nunca antes ha sido vivido y nunca volverá a serlo. No hay otro como él.

Podemos confiar todos nuestros sueños y esperanzas al mañana, podemos esperar una salvación o un salvador futuros y languidecer por una iluminación final u otra vida que puede o no venir... pero no nos olvidemos nunca de hoy, de este día que rebosa de vida.

No olvidemos este momento, esta respiración, este latir del corazón, esta vitalidad vibrante que llamamos cuerpo, la cercanía, intimidad y presencia de las cosas como son, esta gracia-misterio que se mueve en nosotros, a través de nosotros y como nosotros.

Puesto que en realidad el aquí y ahora puede ser todo lo que tenemos, y todo lo que hay de veras. Podemos estar muertos mañana sin ninguna esperanza de continuidad, y esto es lo que hace al aquí y ahora tan infinitamente valioso, gozoso y frágil en su belleza, y merecedor de nuestra más gentil atención, así como de nuestro más profundo respeto y gratitud.

Es tan solo a través de la contemplación de la posibilidad de la muerte como la vida se ve afirmada y dotada de perspectiva y significado. Es esto lo que hace que valga la pena vivir, e incluso celebrar, en este día todos los días. 
Verás, la aseveración de que «tan solo existe el Ahora» no es algún tipo de filosofía inteligente, o un juego de palabras, o una creencia que tenga que ser probada o desmentida o sobre la que se pueda discutir, sino una invitación profunda y abierta a todos los seres humanos a que degusten profundamente el sabor y la fragancia de esta preciosa vida, no «como debería ser» sino «como es», quizá por última vez, y acaso por vez primera.

Este día aún tiene que ser vivido. Está repleto de potencial.

Eres una enorme sala. Tus contenidos son los pensamientos, las imágenes, las sensaciones, los sonidos y los sentimientos. Tus contenidos están constantemente moviéndose, cambiando, reajustándose a sí mismos, pero la sala que eres permanece siempre en perfecta quietud.

Nunca estás limitado, atrapado, definido o comprendido, completado o amenazado por tus contenidos. Contienes y abrazas sin esfuerzo pensamientos, sensaciones y sentimientos, así como una madre abraza a su recién nacido, y de la misma manera que el universo abraza el nacimiento de las estrellas.

Saber quién eres –el abrazo incondicional del contenido de este momento– es auténtico contentamiento.

¿Quién eres? ¿Quién ve con tus ojos? ¿Quién oye con tus orejas? ¿Quién respira?

Debes ser tú quien está leyendo estas palabras en este momento. Debes ser tú quien es consciente de los sonidos y sensaciones presentes. Debes ser tú quien está presente en medio de cada respiración; presente, siempre, aquí y ahora, no en ningún otro lugar, ni en ningún otro tiempo. La historia de «una persona con un pasado y un futuro» no es, ni ha sido nunca, quien realmente eres. Tu verdadera identidad reside en este mismísimo momento; no en tu historia o en tus sueños.

¿Quién es consciente de los pensamientos a medida que van y vienen? ¿Quién conoce el surgimiento de los sentimientos y su paso? ¿Quién entiende el paso del tiempo? ¿Quién observa cómo envejece el cuerpo?

Tú. Tú eres quien siempre ha estado aquí. Tú eres quien ve la creación y el juego del «yo».

Tú eres aquel por quien baila el universo. Tú eres la presencia en la que los pensamientos, sentimientos e imágenes, e incluso estas palabras, surgen y se disuelven como olas en el océano. Tú no estás en el mundo; un mundo aparece para ti, en tu presencia.

Tu propia presencia es lo más íntimo, simple y obvio, lo menos cambiante y dramático, el escenario silencioso donde baila la vida. Todas las preguntas y respuestas se sumergen en ti. Todos los sueños caen en tu abrazo. Todo se origina en ti y vuelve a ti. Y aquello a lo que llamamos muerte no es más que una relajación total dentro de tu propia presencia.

Para encontrarte a ti mismo, toma cualquier respiración y pregunta: «¿Quién está respirando?». ¿Está respirando alguien del pasado? ¿Está respirando la imagen que tienes de ti mismo? ¿Está respirando tu nombre? ¿Tal vez una historia? ¿O un pensamiento? ¿Está respirando la frase «estoy respirando»? ¿Acaso lo está haciendo tu sueño de ti mismo? ¿O no hay otra cosa que respiración, teniendo lugar en Ti?

Tendemos a ver nuestra experiencia presente como una especie de barómetro cósmico para medir lo lejos que hemos llegado en el camino, lo lejos que estamos de nuestras metas. Si en nuestra experiencia presente se mueve el dolor, o el miedo, o la duda, o la tristeza, lo cual concebimos como experiencias equivocadas, concluimos que debemos de estar haciéndolo mal.

En cambio, si sentimos dicha y gozo justo ahora, juzgamos que debemos de estar haciéndolo realmente bien, que nos estamos acercando al momento perfecto que nos aguarda en el futuro.

Pero este barómetro es falso. En realidad no hay ningún indicador, puesto que no existe ninguna autoridad en experiencias correctas. No hay un destino fijo hacia el que nos estemos moviendo, ningún lugar final de descanso. La experiencia actual nunca es un signo de otra cosa, ni un escalón hacia ella. Nunca es un barómetro de nuestro éxito o fracaso, ni una advertencia sobre lo cerca o lejos que estamos del Hogar. Es el propio Hogar, no importa lo que esté sucediendo.

El amor mordisqueará y roerá tus huesos hasta que tus rodillas se doblen y te caigas al suelo, donde el amor te susurrará al oído:—Mira, no puedes sostenerte a ti mismo.—Entonces ¿qué me sostiene? –preguntarás.Tus ojos se encontrarán con los suyos y lo sabrás.

*Pasaje de mi libro "Extasis de la vida"

Patricio Varsariah.