Engendrando una felicidad auténtica.
Publicado por Patricio Varsariah el lunes, octubre 12, 2020
La felicidad no llega de forma automática, no es una gracia que un destino venturoso puede concedemos y un revés arrebatamos; depende exclusivamente de nosotros. No se consigue ser feliz de la noche a la mañana, sino a costa de un trabajo paciente, realizado día tras día. La felicidad se construye, con el tiempo. Para ser feliz hay que saber cambiarse a uno mismo.
¿Quién desea sufrir? quién se levanta por la mañana pensando: ¿¡Ojalá me sienta mal conmigo mismo todo el día!? Consciente o inconscientemente, con acierto o sin él, todos aspiramos a sentirnos mucho mejor que ayer, ya sea mediante el trabajo o el ocio, mediante las pasiones o la tranquilidad, mediante la aventura o la rutina diaria.
Todos los días de nuestra vida emprendemos innumerables actividades para vivir intensamente, tejer lazos de amistad y de amor, explorar, descubrir, crear, consumir, proteger a nuestros seres queridos y preservamos de los que nos perjudican. Consagramos nuestro tiempo y nuestra energía a esas tareas con la idea de obtener de ellas una satisfacción, para nosotros o para otras personas. Querer lo contrario me parece que sería absurdo no imposible porque hay gente toxica que utiliza su tiempo negativamente para satisfacer sus pulsiones egoístas.
La maldad, la ceguera, el desprecio y la arrogancia no son en ningún caso medios de acceder a la felicidad; pero, aunque se apartan radicalmente de ella, lo que persiguen los malos, los ofuscados, los orgullosos y los fatuos es precisamente la felicidad de sí mismos, el suicida que pone fin a una angustia insoportable aspira desesperadamente a la felicidad.
Por el contrario, el deseo de felicidad es esencial en el hombre; es el móvil de todos nuestros actos. Lo más venerable del mundo, lo más comprensible, lo más nítido, lo más constante no es sólo que queramos ser felices, sino que sólo queremos ser eso. Es a lo que fuerza nuestra naturaleza, ese deseo que inspira de un modo tan natural cada uno de nuestros actos, cada una de nuestras palabras y de nuestros pensamientos, que ni siquiera lo percibimos, como el oxígeno que respiramos durante toda la vida sin damos cuenta. Es una evidencia, más aún, una banalidad, porque la felicidad interesa, casi por definición, a todo el mundo.
De hecho, si no hay paz interior y sabiduría, no se tiene nada a favor para ser feliz. Si llevamos una vida en la que se alterna la esperanza y la duda, la excitación y el tedio, el deseo y la lasitud, es fácil dilapidarla poco a poco sin siquiera darnos cuenta, corriendo en todas direcciones para no llegar a ninguna parte. La felicidad es un estado de realización interior. no el cumplimiento de deseos ilimitados que apuntan hacia el exterior.
Engendrando una felicidad auténtica no hacemos sino manifestar, o despertar, un potencial que siempre hemos llevado dentro. Lo que aparece como una construcción o un desarrollo no es sino la eliminación gradual de todo lo que enmascara ese potencial y obstaculiza la difusión del conocimiento y de la alegría de vivir. El resplandor del sol nunca es oscurecido por las nubes que nos lo ocultan.
Parece ser que no es cierto que todos busquemos la felicidad, hay otros que buscan la libertad, la justicia, el amor, la amistad que pueden primar sobre la felicidad, aunque quien tiene fe en estos valores no es consciente de que son diferentes aspectos de la felicidad y diferentes caminos para alcanzarla.
Cuando la felicidad cae en el anonimato, se pierde entre una multitud de dobles llamados placer, diversión, embriaguez, voluptuosidad y otros espejismos efímeros. Cada cual es libre de buscar la felicidad con el nombre que quiera, pero no basta disparar flechas al azar en todas direcciones. Aunque es posible que algunas den en el blanco sin que se sepa muy bien por qué, la mayoría de ellas se perderán en la naturaleza dejándonos sumidos en un doloroso desasosiego.
En resumen, la finalidad de la existencia es esa plenitud de todos los instantes acompañada de un amor por todos los seres, y no ese amor individualista que la sociedad actual nos inculca permanentemente. La verdadera felicidad procede de una bondad esencial que desea de todo corazón que cada persona encuentre sentido a su existencia. Es un amor siempre disponible, sin ostentación ni cálculo. La sencillez inmutable de un corazón bueno.
Saludos.
Patricio Varsariah.