Mi llamado no es a rechazar ideas por su nombre, sino a evaluar con honestidad sus resultados.

A lo largo de la historia, algunas corrientes políticas que se presentan como “progresistas” o “socialistas” han prometido defender al pueblo, proteger a los más vulnerables y construir sociedades más justas. 

Sin embargo, en múltiples ocasiones esas promesas han servido como fachada para concentrar poder, limitar libertades y permitir prácticas corruptas. 

No es la etiqueta lo que define a un sistema, sino sus resultados concretos y la coherencia entre lo que se dice y lo que realmente se hace.

En este proceso, la gran víctima suele ser la verdad. Cuando la verdad se manipula o se oculta, la ciudadanía pierde la capacidad de evaluar, contrastar y decidir con libertad. 

Durante generaciones, se educó a los niños en el respeto a las instituciones, en los valores cívicos, en la responsabilidad y en el orgullo de ser buenos ciudadanos. Era un tiempo en el que la verdad, aun con sus matices, se podía reconocer con relativa claridad.

Con el paso de los años, distintos liderazgos políticos —no solo de una ideología— descubrieron que para mantenerse en el poder era útil debilitar las certezas colectivas, confundir al pueblo y erosionar los valores que sostienen una democracia sana. 

Repetir una mentira hasta que parezca verdad ha sido una estrategia conocida en diferentes regímenes del mundo, más allá de etiquetas.

Hoy vivimos en una época en la que distinguir la verdad de la manipulación se ha vuelto un desafío cotidiano. Se nos ha acostumbrado a priorizar los resultados inmediatos sobre los principios, como si todo se justificara con tal de alcanzar un objetivo. Pero cuando se sacrifica la integridad y se minimiza la importancia de los valores democráticos, el costo para la sociedad es enorme.

Los efectos de modelos políticos que concentran poder y marginan los contrapesos institucionales están a la vista: corrupción, desigualdad, abuso, deterioro moral y pérdida de confianza social. 

Cuando quienes gobiernan se blindan con discursos que parecen nobles pero que no se reflejan en sus actos, los ciudadanos quedan desprotegidos. Y una democracia sin vigilancia activa, sin controles y sin transparencia, termina debilitándose hasta el punto de ser presa fácil del autoritarismo.

Por eso es tan importante cuidar la verdad. No como un concepto abstracto, sino como un pilar indispensable para preservar la libertad, la justicia y la convivencia. 

Cuando la verdad se distorsiona, el país entero pierde su rumbo y se vuelve vulnerable a quienes ven en el poder una oportunidad de beneficio personal, no un servicio a la comunidad.

Ante este panorama, la oposición —cualquiera que sea su signo político— debe actuar con una integridad proporcional al daño que pretende corregir. Debe ser honesta, democrática, transparente y firmemente comprometida con la libertad, no solo en el discurso sino en la práctica. Porque una oposición que también sucumbe a la tentación del poder o a los discursos cómodos deja de ser una alternativa real y se convierte en parte del mismo problema.

El llamado no es a rechazar ideas por su nombre, sino a evaluar con honestidad sus resultados. Muchas propuestas que suenan atractivas en teoría han demostrado ser perjudiciales en la práctica cuando se convierten en excusa para acumular poder y debilitar la democracia. 

Una ciudadanía informada y crítica es el mejor antídoto ante cualquier intento de manipulación, venga de donde venga. Leer, pensar, cuestionar, comparar y dialogar con uno mismo son actos profundamente democráticos. Nos permiten comprender más allá de la propaganda, desarrollar empatía, fortalecer la creatividad y construir una opinión propia. 

No hay libertad sin reflexión personal, ni democracia sólida sin ciudadanos que se atrevan a preguntar:

¿Lo que me prometen coincide realmente con lo que veo? ¿A quién benefician las decisiones tomadas? ¿Se están respetando la verdad, la transparencia y la libertad?

Que cada uno, con calma y autonomía, pueda encontrar sus propias respuestas. Solo así se construye un país libre y consciente.

¡Gracias por leer!

Patricio Varsariah.