Cada 3 de junio, se cumple un año más de la muerte de mi madre. La echo mucho de menos.... Me enseño de todo, pero nunca me enseñó a vivir sin su presencia.

El día 3 de junio 2018 fue el día más desgarrador de mi vida. Fue como que la vida hubiese metido su mano dentro de mi cuerpo y me hubiese robado lo último que quedaba de esperanza dentro de mí. Ese fue el día que partió a mi madre.

No tengo muy claro si se puede explicar la intensidad de las emociones que uno siente, la pena que parece infinita, la sensación de desamparo y la soledad profunda que viene de la muerte de una madre.

Sobreviví. Y en el proceso aprendí mucho acerca de la sobre vivencia. Esto es:

1. Aprendí que el mundo no se detiene por mí.

Hay muchos días en los que aún me siento vencido, pero la vida no es una película. No puedes poner pausa cuando quieras y no puedes rebobinar para revivir alguna escena. Y claramente no tienes un infinito número de vidas. Se te ha dado una vida, y el mundo continuará siempre sin parar, a pesar de que tú sientas que todo tu mundo se detuvo. La única manera de sanar es seguir hacia adelante.

2. Aprendí que mis problemas no siempre serán la mayor preocupación de las otras personas.

Cuando estás teniendo tus propias luchas internas, se siente sur-real como nadie más se da cuenta de la tormenta que está ocurriendo justo debajo de tu piel. Puedes sentir que gritas y gritas contra las barreras que te pone la vida, pero igual, nadie te escucha.

Es a través de esta experiencia que aprendí que las personas por lo general superan las cosas más rápido que uno. La simpatía es temporal cuando no eres tú quien tiene un ala rota – pero eso está bien. Así uno también aprende a avanzar, por algo vivimos en sociedad, quizás al quedarse solo uno se quedaría congelado en la emoción del dolor… Gracias a Dios no es así.

3. Aprendí que, a pesar de que las personas no se puedan reemplazar, uno igual encuentra paz.

Buscarle una explicación a la muerte te embarca en un viaje donde solo hay una puerta giratoria. Es infinito y nunca para de dar vueltas. No importa cuánto implores, llores y grites, nada vuelve en bien lo mal que te sientes. Es por eso que decidí dejar de buscar explicaciones y comencé a buscar paz. El camino hacia la paz no es inalcanzable y no tiene puertas giratorias, va hacia adelante y sana todo lo que va tocando en su camino.

La vida nunca me engañó en decirme que mi madre estaría ahí por siempre, de hecho, siempre supe que algún día ella partiría, como lo harán todas las personas que conozco, como lo haré yo misma algún día… El día que logré aceptar eso, fue el día que di mi primer paso en el camino hacia la paz.

4. Aprendí que nunca un adiós es un verdadero adiós, es un hasta siempre.

Tengo una certeza tan clara en mi corazón que es inexplicable, mi madre nunca se habrá realmente ido, incluso cuando yo sea viejo y esté cerca de mi propio fin. Es la única persona que es verdaderamente irreemplazable en mi vida y siempre la traigo dentro de mí, es y siempre fue mi Ángel Guardian. Ella sigue viviendo dentro mío, y con eso me basta para sonreír. Entonces, no fue un adiós mamá, fue un hasta siempre…

Las punzadas de duelo empiezan a quedar atrás. Cada vez cojo menos el teléfono para llamar a mi madre olvidándome de que ya no puedo hacerlo.

Mamá no ha desaparecido de mi vida: ha vuelto a formar parte de ella.

Tu Hijo.

Patricio.