Creo que he logrado sintetizar cómo funciona mi mecanismo del dolor, y por consiguiente, de la tristeza. Ahora que no paso momentos demasiado buenos y que el dolor me acompaña y me aletarga me había decidido a luchar contra él hasta vencerlo. En el proceso me he dado cuenta de que esto es una estupidez porque lo único que puedo hacer es lograr entender cómo funciona para mitigarlo o controlarlo hasta que desaparezca por las mismas causas naturales que lo hicieron aparecer o bien por el paso del tiempo. El dolor forma parte de nuestras vidas, es el indicador que nos dice por donde ir, para acercarnos a la felicidad.

La felicidad no es un estado del que podemos ser conscientes, no es un instante de euforia ni nada de eso. La felicidad no se tiene, se tiende hacia ella. Somos felices en el momento en que queremos serlo. En ese anhelo es como valoramos la vida y sonreímos... eso es ser feliz. Cuando nos duele algo o nos sentimos mal es porque hay algo que nos atora el corazón, que no nos deja sentir plenamente que a lo que tendemos es hacia la luz, hacia ser felices, no a la oscuridad.

El dolor emocional es similar al físico. Me di cuenta de todo cuando lo comparé con el segundo dolor que ahora me destroza; mi querido corazón. Dolor en el pecho debido a un suministro inadecuado de oxígeno al músculo del corazón. El dolor es típicamente severo, y se caracteriza por una sensación de presión y la asfixia justo detrás del esternón. Como podéis imaginar, duele mucho, más que mucho, muchísimo. Tengo que esperar unos días para que la medicación haga sus efectos. Cuento esto porque he comparado este dolor continuo y persistente con el dolor de mi alma. Veo que siempre está ahí, pero que soy consciente de él sobre todo cuando pienso en él por el motivo que sea. Si me encuentro en perfecto relajamiento puedo respirar y no me causa dolor; hasta que realizo una acción como subir la escalera es cuando aparece el dolor y dificultad para respirar, claro está. Acción = Reacción.

He visto que mi alma funciona del mismo modo. He visto que nos acostumbramos a niveles de dolor y que llega un momento en el que los “aceptamos” y entendemos hasta cierto punto una normal convivencia con ellos. A veces, el umbral de ese dolor se eleva bruscamente por algún motivo, cuando sucede, el concepto que antes tenía del dolor queda ridículo ante esa subida y nos es casi placentero tener tan poco dolor. Cuando me duele demasiado y me falta el aire me produce tal dolor que si estoy de pie debo sentarme para no caer al manearme. Comparado con ese, el otro dolor es nimio. Inmediatamente después todo dolor desaparece en unos minutos debido al los medicamentos.

Mi corazón funciona igual. A veces logro anestesiarlo, con algo que me ilusione, y cuando aparece algo más doloroso veo ridículo mi pesar anterior. Lo más maravilloso de esto es que cuando uno no le presta atención el dolor desaparece y si pasa el tiempo necesario y las circunstancias externas son favorables, el dolor puede llegar a casi desaparecer. Y si eso sucede, si podemos acostumbrarnos al dolor y anularlo, podemos lograr que nada nos duela tras este proceso de asimilación. Podría volver a ser feliz, y serlo siempre, podríamos anestesiarnos convenciéndonos de que podemos hacerlo y poco a poco eliminar el pesar. Somos capaces de todo, valoramos unas cosas u otras conforme las vamos creyendo necesarias. A veces necesitamos el dolor para marcarnos lo que no tenemos que hacer. Porque a veces el corazón te dice una cosa aunque sabes bien que te hará daño. Dolor, para crecer, pero en sus dosis justas; el resto debe aprenderse a ser eliminado o acaba con nosotros.