¿Qué nos queda en tiempos políticos tan convulsos si no es el arma de la ironía y del humor? que des dramatice asuntos que son ciertamente vitales, sí, pero que además necesitan de una profunda reflexión en primera persona del singular, que nos ponga a todos por igual, políticos y sociedad frente al espejo de nuestros actos, y nada mejor que la sonrisa descreída para lograr ese efecto. 

Necesitamos de una buena dosis diaria de ironía somática que interrogue a los demás sobre todos esos asuntos de los que tan seguros de saber la respuesta están, que los desmenuce hasta desnudar la ignorancia y las dudas que en muchos casos esconde, pero, sobre todo, que la apliquemos a nuestras propias certezas, dogmas y argumentos irrebatibles, y que nos enseñen a pensar que puede que los demás también tengan un poco de razón. 

No cabe duda que una sana ironía podría ejercer ambas labores en el atascado mundo de la política, des dramatizarlo, para así abrir paso a un diálogo y a una honestidad mayor, y denunciar el exceso de manipulación de la realidad política y la intención de convertirnos en espectadores sin seso de la dramatización del triste espectáculo en el que se ha convertido.

El problema es que todos están, estamos, tan seguros de nuestro camino, que todos tiramos por direcciones diferentes, porque pase lo que pase, y al final se decida lo que se decida, todos los demás pensaran que es un camino equivocado y pondrán piedras en el camino, como ya se ha venido haciendo preventivamente. Se ve que eso del diálogo como medio para solucionar problemas y disensiones ha quedado obsoleto ante las pedradas, aunque sean virtuales, de unos contra otros. Quién sabe si esto durará hasta que tan sólo quede uno en pie, o hasta que todos yazcan descerebrados, más aún, en el suelo, con el considerable hastío del resto de la sociedad que asiente perpleja a este espectáculo de equivocaciones compartidas. 

Sociedad, que seamos sinceros, más allá de que hay niveles y niveles de responsabilidad, y algunos tienen mucha, y otros muy poquito, no deja de ser también responsable de lo que está pasando. Y en la que podemos encontrar adhesiones y dogmatismos en muchas de sus posiciones tan estrictos como las de los máximos responsables. 

Y qué decir de los medios de comunicación, en su mayoría, atrincherados en uno u otro lugar de la selva mediática y pretendiendo, especialmente con sus editoriales, con sus tertulianos, con noticias y titulares tan manipulados, que sus creadores no deberían haber pasado de primero de carrera al suspender la asignatura de ética periodística, si existiera, tener la solución, exigiendo a unos y otros de los políticos lo que han de hacer, como si ellos hubieran sido los votados y no los políticos, y clamando lo injusto de la situación, aunque  nos den soluciones incompatibles entre sí, a un lado u otro de la selva mediática

La ironía al convertirse en hiper-ironía, no hace sino denunciar un hecho trascendental de los tiempos contemporáneos; no existe una verdad última, ni autoridad a la que recurrir, ni método para alcanzarla. 

Los conocimientos trascendentes (cambiemos ese término por dogmas políticos) no dejan de ser una re-elaboración, a veces con trazos más delicados, a veces más gruesos, de conocimientos y estrategias del pasado, y por tanto, al emplear ese instrumento de la ironía se revela la ausencia de autoridad moral superior que decida fulminante-mente quién tiene razón (le pese lo que le pese a algún ex que anda por ahí) 

Qué nos queda entonces; la frágil, pero maravillosa mente inquieta de los seres humanos, que nos permite superar los instintos de arreglar nuestros problemas a pedradas, virtuales o reales, y sentarnos las horas que hagan falta a deliberar con medios transparentes y lo más democráticos posibles cuales son las verdades provisionales que guiarán nuestra convivencia en sociedad ( o en un partido político, que no deja de ser una micro sociedad reflejo de la que pretende representar, un poco distorsionado el reflejo, eso sí). 

Y para ello, tan sólo tenemos un instrumento válido, reciclarlo lo necesario: más democracia. Y si a eso le añadimos transparencia en motivos, intenciones, hojas de ruta, personales y colectivas, proyectos de futuro para el país, etc., quizá así nos hagan salir del bucle político y del hastío en que nos encontramos. 
Ironía y democracia, ¿quién puede oponerse a tan brillantes inventos humanos?

No prestar atención ni al mejor de los argumentos en contra de una decisión ya adoptada constituye una muestra evidente de un carácter enérgico. Ello incluye también una voluntad de llegar a la estupidez.

He dicho…

Patricio Varsariah.