El amor, materia psicológica por excelencia, fuente de felicidad extrema y de desdicha sin fin, fortaleza y debilidad humana sin parangón… Pero, a pesar de todo ello, un tema más propio de comedias y melodramas románticos que objeto de textos psicológicos. No lo veo justo. 

La psicología moderna, muy preocupada por ser y parecer científica, y velando siempre por la rigurosidad de su método, no le ha dedicado al asunto del amor toda la atención que a mi juicio merece: como no arrastra a sus espaldas años de investigación, como no viene avalado por un enorme campo de estudio, entonces para qué prestarle esa dedicación que lo haga meritorio de mayor atención en el futuro. Curiosa paradoja. 

Y, sin embargo, no pasa un solo día sin que no se hable del amor. 

La teoría triangular del amor define toda relación interpersonal en base a tres componentes bien definidos y diferenciados y cuyas múltiples combinaciones sirven de base para definir también distintas formas de amor. Define tanto la estructura de algo hasta el momento tan aparentemente indefinible: el amor; como el producto final, el resultado de las distintas dinámicas que se establecen entre sus componentes: las distintas expresiones del amor. 

Describo como triangular, pues se ancla en tres pilares fundamentales, tres componentes presentes en mayor o menor medida y necesarios para definir toda relación amorosa: la intimidad, la pasión y el compromiso. Los tres picos de lo que representa un triángulo. De la dinámica de relaciones posibles entre esos tres pesos pesados, de la cantidad de cada uno de ellos, depende la distancia a la cual se sitúa cada vértice del triángulo y, por tanto, cada forma de amor tiene genuina-mente asociada una forma triangular distinta. 

La pasión más desbocada es puro encapricha-miento, que multitud de formas de amor carecen de un elemento que a menudo se considera imprescindible, la atracción física y pasional. Que lo que existe en un matrimonio de conveniencia, amor vacío, también puede llamarse amor, pero a su manera. Y que lo que existe entre dos buenos amigos es, también, una sincera expresión de amor. 

El amor que nos venden en las películas, el amor que toda quinceañera (y no tan quinceañera) ansía vivir, el amor romántico, es por naturaleza breve. Nos damos cuenta entonces de que al acabarse no acaba el mundo, como muchos hemos pensado en más de una ocasión, sino todo lo contrario: se abre un mundo de posibilidades en el que activamente podemos decidir en qué queremos transformar esa agradable pero convulsa etapa de enamoramiento. 

Hay que saber comprender las contradicciones del amor, su profundidad y su futilidad, su incierto y maravilloso carácter de inestabilidad que debería empujarnos a esforzarnos día a día por cuidar a quienes nos rodean y por construir nuevas relaciones sobre la base de nuestras necesidades 

Y es que, como dicen en mi "pueblo" hablando se entiende la gente (o al menos eso nos dicta el sentido común) y solo hablando de amor se entiende el amor. Solo desgranando el amor, desmenuzarlo y analizando sus componentes se des idealiza el amor. Ojo, que con des idealizar no quiero hablar de des intensificar la experiencia amorosa, sea del tipo que sea. La intención es, una vez más, vivir etapa a etapa lo mejor de cada una, vivir el proceso, trabajar en su conservación y transformación (cuando se quiera) y protegerse frente a emociones incoherentes y expectativas infladas. 

A partir de ahí, dejemos hablar al amor. 

Un cordial Saludo.
Patricio Varsariah.