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La agricultura es la columna vertebral de toda civilización. Sin agricultores, no hay alimento, ni economía, ni sociedad. Sin embargo, curiosamente, la agricultura ha sido sistemáticamente relegada a un rincón donde nadie quiere intervenir. La misma profesión que sustenta la vida se ha vuelto poco atractiva, no rentable e indeseable.

¿Por qué? Porque el sistema está diseñado así. Y alguien se beneficia de mantener a los agricultores pobres.

Nunca se permitió que la agricultura prosperara

Si la agricultura fuera realmente rentable, millones de personas regresarían felices a sus raíces. Las ciudades no habrían estado superpobladas y las industrias habrían carecido de mano de obra barata.

Esta es la trampa oculta: la agricultura fallida crea personas desesperadas, y la desesperación impulsa la migración a las ciudades. Esa es la regla silenciosa que impulsa la economía moderna. "Mantén al agricultor pobre y nunca te quedarás sin trabajadores". Una estrategia global, no solo en Colombia.

Esta no es solo una historia de Colombia. El mismo modelo se repite en todos los grandes países, ya sea Estados Unidos, Brasil, China o África. Los agricultores de todo el mundo se ven aplastados por la misma estrategia: bajos precios de los cultivos, altos costos de los insumos, ciclos de deuda y políticas que favorecen a las corporaciones sobre los agricultores.

Si la agricultura prospera, la mitad del país prospera. Entonces, ¿por qué nunca se ha logrado la prosperidad? ¿Por qué los beneficios siempre están diseñados para el 5% más rico de industriales y corporaciones, mientras que la mayoría que nos alimenta permanece en la pobreza?

La respuesta es simple: cuando la riqueza se concentra en la cima, el control se vuelve más fácil.

La trampa de las materias primas baratas. La agricultura no solo produce alimentos, sino que también suministra materias primas a las grandes corporaciones: algodón para textiles, caña de azúcar para molinos, trigo y arroz para las empresas alimentarias. Cuanto más baratas sean estas materias primas, mayores serán las ganancias corporativas.

Por eso, los agricultores se ven deliberadamente presionados con bajos precios de adquisición, altos costos de los insumos y políticas comerciales injustas. En nombre de las reformas de mercado, el agricultor se ve obligado a luchar contra gigantes multinacionales que siempre ganan. “Cuando el agricultor pierde, la corporación gana”.

Gobiernos y corporaciones trabajan de la mano. Los políticos necesitan industrias para aumentar el PIB; las corporaciones necesitan insumos baratos. La agricultura se mantiene en un nivel de supervivencia: no muerta, pero nunca lo suficientemente viva como para prosperar.

Los subsidios se utilizan como una máscara, no como un empoderamiento. Los agricultores obtienen lo justo para sobrevivir, pero nunca lo suficiente para prosperar.

Un agricultor rico es una amenaza para el sistema. Porque la riqueza en la agricultura significa autosuficiencia. Y las comunidades autosuficientes no migran, no proporcionan mano de obra barata ni dependen de las corporaciones para sobrevivir.

El día que la agricultura se vuelva verdaderamente rentable, la ciudad perderá a sus esclavos.

Cuando las inundaciones azotan cualquier estado, no solo se inundan los campos, sino también las vidas de los agricultores. Aldeas enteras pierden hogares, ganado, cosechas y ahorros en cuestión de días, mientras que las enfermedades transmitidas por el agua se propagan como la pólvora. Familias que alimentan a la nación se quedan con cocinas vacías y paredes derruidas.

Sin embargo, en esta tragedia, los bancos refuerzan su control con nuevos préstamos y las corporaciones ven un mercado floreciente de semillas, fertilizantes, medicamentos y contratos de reconstrucción. El sufrimiento de los agricultores se convierte en el beneficio de otros. Muchos desastres fueron provocados por el hombre y pueden controlarse, pero ellos lo permiten porque quieren que los agricultores sigan siendo pobres o endeudados. Un ciclo donde los vulnerables lo pierden todo mientras los poderosos ganan. El resultado: Nadie quiere cultivar.

A generaciones enteras se les dice: "No seas agricultor. No hay futuro en ello". Y no es porque la agricultura sea inherentemente poco rentable, sino porque el sistema garantiza que siga siendo así. La tierra se vende, las aldeas se vacían y el campo se convierte en proveedor de materias primas y mano de obra para impulsar el crecimiento industrial.

La tragedia es evidente: el mundo come en la mesa del agricultor, pero este come último.

Pero hay esperanza. El sistema puede estar diseñado para explotar a los agricultores, pero no tiene por qué seguir así. Existen soluciones:

Agroforestería y diversificación: Mezclar árboles, cultivos, peces y ganado para garantizar ingresos durante todo el año.
Mercados orgánicos y directos: Vender directamente a consumidores conscientes que valoran los alimentos de calidad y están dispuestos a pagar por ellos.
Tecnología e intercambio de conocimientos: Plataformas digitales que conectan a los agricultores con los mercados sin intermediarios.

El día que los agricultores dejen de mendigar precios justos y empiecen a crear sus propios mercados, el sistema se tambaleará.

Conclusión. La agricultura no es un fracaso; se ha forzado al fracaso. Y hasta que no lo reconozcamos, los agricultores seguirán atrapados en la pobreza mientras otros se lucran con su esfuerzo. Pero el futuro no está perdido. Si los agricultores recuperan su dignidad, su tierra y su unidad, la agricultura puede volver a ser la profesión más respetada y gratificante del planeta.

Si controlas los alimentos, controlas a la gente. Pero si los agricultores controlan los alimentos, la gente controla la libertad.

La sociedad se derrumba no cuando las personas se rebelan, sino cuando dejan de pensar.

¡Gracias por leer!

Patricio Varsariah.
www.patriciovarsariah.com