Es una realidad que aún me resta por caminar la incertidumbre del trayecto bifurcado en el sendero que tomamos cuando hacemos decisiones que cambian el curso de nuestras vidas. Tenemos que llevar la determinación y la alegría atada a la esquina de un pañuelo perfumado con la esperanza de que sí, nos faltan muchos acontecimientos felices por vivir.

Vamos cambiando físicamente con cierto fatalismo, pero los sueños siguen ahí, en nuestro interior y las alteraciones han sido mínimas. Nunca nos plantearemos la posibilidad de aceptar la proposición de que nuestras almas puedan envejecer. Que en algún momento dejen de ser aquellas que aprendieron a mantener el equilibrio y la autoestima desde nuestro primer amanecer. Continuamos siendo los niños de entonces, los sabios de ahora, los protagonistas del mañana.

Viviré con mis defectos en un bolsillo y mis virtudes en el otro y no me encontrarás en ningún espacio de nuestra existencia sin que te bese mi sonrisa, sin que mis palabras te honren aunque no las entiendas o sin que se apague el día si queda tiempo para compartirlo contigo. Somos tan importantes y tan necesarios para la supervivencia colectiva como la fe que germina desde nuestro interior para escudarnos del daño que producen las dudas. ¿No te has dado cuenta cuan similar es nuestro miedo y nuestra felicidad? 

Hoy me siento mucho más cerca de ti cuando pienso en el tiempo que no puedo recuperar y el que aún me queda para decirte que siempre formaré parte de este círculo de emociones.