.

Mi eterna compañera en el camino de mi vida: la diabetes.

Hay días buenos y días malos… y hoy es uno de esos días malos. Siempre hay una señal que lo anuncia: despiertas sin ganas de despertar; te incorporas y el aire pesa como agua; el cuerpo se siente lento, el corazón cansado, la mente renuente, como si estuviera un paso detrás de ti.

Ah… uno de esos días.

A veces intento negociar con todo esto. Dicen que los pequeños triunfos crean impulso, así que los busco. Agradezco el nuevo día, me preparo, me inyecto insulina para empezar, me sirvo un café, escribo un poco. Hecho. Hecho. Hecho. Hecho.

¿Me siento mejor?
No.

Porque hay días en los que no hay truco posible, ni voluntad que baste para escapar. Hay un zumbido inquieto en la cabeza, una presencia terca que reclama su lugar en mi cuerpo, recordándome que está aquí, que ha estado siempre aquí.

Y en esos días, a veces, solo queda aceptar. Aceptar que no puedo con todo. Aceptar que no estoy bien. Preguntarme por qué soy así, por qué no puedo simplemente “estar bien”. Pero con el tiempo he aprendido que estar bien no es un estado fijo, sino una visita que llega cuando quiere. Y en días como este, incluso respirar cuenta como una victoria.

Los diabéticos vivimos esforzándonos por ser nuestra mejor versión. Soñamos con días luminosos, pero también habitamos los grises. No podemos evitar la lluvia; solo podemos dejar que caiga. Hacer lo que podamos. Conformarnos con que eso sea suficiente.

Lo que más me asusta de estos días es lo convincentes que son. Te hacen creer que esta pesadez es tu verdadera esencia: la lluvia, el cansancio, la mente nublada. Como si tus partes más brillantes fueran un error fugaz, y esta sombra fuera lo que realmente eres, aquello con lo que deberás convivir para siempre.

Pero también he vivido lo suficiente para saber que ningún sentimiento permanece.
Todo es pasajero. Todo se transforma. Y qué maravilloso es entender que no estamos destinados a ser una sola cosa: cambiamos, evolucionamos, nos renovamos… incluso cuando sentimos que estamos estancados.

He sobrevivido a todos estos días hasta ahora. Superaré este. Y el siguiente. Y todos los que vengan.

Me abrazo en esta sombra sabiendo que no será eterna. Dejo que el día sea lo que tenga que ser. La vida, al final, siempre vuelve a abrirse como una flor cansada que insiste en renacer.

Gracias por leer.

Patricio Varsariah.