Quisiera dejar de escribir por un tiempo, dejarlo reposar, que respire y brote nuevamente en mis ganas, me confunde la idea de dejarlo, tal vez porque es parte de mi interioridad, tal vez porque es una extensión de mi yo, tal vez porque han habido atisbos en los que compartes una realidad no transable con gente valiosa…, tal vez, porque así es la vida, como una ola que te lleva en la cresta de su alma.

El tiempo pasa como un aleteo silencioso en nuestros días, y en esos días nos llenamos de sorpresa, de regocijo y algarabía, es como si la dicha cayera de sopetón en nuestra vida. Y todo es pleno y pacífico, con una armonía que desborda y subyuga. El dolor y la alegría siempre viven en un abrazo eterno donde nos envuelven con cariño.

Hoy me bajo un susto tremendo por el futuro, a veces hacemos planes por tanto tiempo de como queremos ese futuro, solos o acompañados, en una casa grande o pequeña, lleno de gente o más bien tranquilo. El mío siempre lo vi y lo quise en una cabaña perdida en algún cerro plagado de arboles, con la gente justa, esa que amo y que me es necesaria, no más.., no más. El que eso cambie me llena de terror, siento que cada día que pasa mi tarea con el mundo va finalizando y el encuentro conmigo mismo se hace más necesario y placentero.

¿Qué camino he de recorrer para salvarme de la ilusión?… no lo sé y me asusta no saberlo. Hay días en que tomo consciencia y se me olvida lo frágil de mi fragilidad, mi débil fuerza y renace ese ímpetu que ha guiado mi vida por senderos a los cuales pocas almas han transitado, y me veo y veo el hombre que no es más que la totalidad de todo mi YO, ahí, inerte e impertérrito, irrompible e inmutable, grande e intocable, ese ser que no necesita nada porque se basta a sí mismo. Hay días en que me veo y lo veo, hay días así y gracias a esos días puedo caminar todavía aquel camino  que no tiene comienzo ni final.

A medida que se avanza en el terreno de la ciencia o física, ese Dios que llevamos cocido a nuestro pecho desde que somos pequeños, comienza a mutar de alguna forma en nuestro interior. Me pasó. De alguna manera estos últimos meses me había costado encender la vela que reposa en la mesa de mi habitación, la cruz con las rosas estaban demacradas y mi silencio estaba ahogando el diálogo que tan abiertamente siempre mantuve con Él. Hoy sin embargo no pude más, necesitaba hablarle, o tal vez escucharlo, la vela se encendió sin preámbulo, el incienso corrió por las finas telas de la nada, la música tomó mi mano y todo fue fácil. Ahí estaba, como siempre, en cada átomo de este todo, en cada átomo de mi ser, latiendo con fuerza, amándome de una forma que no es cognoscible, simplemente siendo él, el amor. Recé con fuerza por los que sé, están sufriendo, seres cercanos, seres inocentes a los cuales la vida les entrega una enseñanza que no es entendible si no hay una consciencia superior. En fin, hoy, pude rezar con él alma en lugar de la mente.

Hoy, como cada día no dejo de sorprenderme por los eventos más simples que llenan de complejidad mi vida, me sorprende la fuerza que tiene los pobres para levantarse,  me sorprende el pensamiento, cómo es de voraz, cómo es de vivo. Me sorprende la valentía de los que luchan día a día por respirar el día sin tocar la noche que habita en la ilusión.

Creo que ha llegado el momento de desaparecer. Partir de lo “real” para ser en lo verdadero y dejar ya de soñar. Me he perdido, sí, llevo perdida de mi mismo por semanas, no sé en que momento o cómo ocurrió, pero me partí en mil pedazos, y quedé ahí, sumido en mi brillantez, impune y tenue, pálido de vida y pálido de pensamiento. Después de quedar inerte lentamente los pedazos comenzaron a unirse una vez más pero en una nueva forma extraña pero asombrosamente consciente. Dolorosamente consciente ante una realidad que todavía me traga. Estoy aprendiendo a caminar con este nuevo cuerpo que está dentro de mi carne. Por un momento llegué a pensar que me había perdido de las manos de mi Dios con tanto planeta orbitando en las cercanías de mis manos y eran sólo reflejos de la luna. Estaban más lejos.

A veces miro desde la cumbre, aquel lugar alto donde el horizonte se pierde, sólo para saberme, tomar consciencia que todavía existo y miro y siento como la ciudad palpita y en ella las personas, el tráfico y el mundo, con toda la inocencia y pueril sometimiento y todo el engaño y bajeza con que son (somos) manejados. Miro y me desprendo de mí mismo para perdonar, ¿qué más podría hacer?, eso y sentir que quisiera ser un haz de luz y no tener pensamiento. Creo que llega un momento en la vida en que se debe decir ¡basta!, ¿a qué?, pues a todo lo que te amarra, a todo aquello que te causa dolor, a todo lo que distrae tu mente de la libertad de ser verdaderamente en los pequeños instantes en que aparece la felicidad.

Hoy he decidido que mañana será un buen y hermoso día para un principio del ¡basta!,En mi caso, creo que dejaré de sufrir  por tratar de estar dulce y sumiso cuando quiero ser un bestia solitario, tal vez huraño pero feliz, trataré de dejar de sufrir por lo que no puedo cambiar, por ser un hombre cada vez que es necesario, por ser un santo cuando se precisa, por ser ejemplar cuando soy tan imperfecta. De no reprimirme cuando quiera mandar a todos a un lugar innombrable, por el contrario, ser capaz de cerrar la puerta y que nadie se atreva a cruzarla ni que me critique por ello.

Sí, mañana es un buen día para partir diciendo ¡basta! y tratar con toda el alma de ser feliz porque se me dio la gana de sentir el aire volándome el pelo en la cara, poner la música que me gusta y deslizarme por el tobogán de cada una de las notas que se arrancan de la radio, por tener que seguir día a día hasta que no hayan más, simplemente por tener dos piernas para correr, dos ojos para maravillarme y la palabra para que hable mi alma.  Creo que es un buen momento para dejar de ser en los demás y para los demás y para ser en mí mismo hasta que me harte de ello, Sí, sin lugar a dudas, es un maravilloso momento para partir, ¿qué mejor que el presente para dejar el pasado atrás?

Creo que de alguna manera la música ejerce en mí estados que nada ni nadie igualan, es curioso, será por la vibración?, será por que de alguna manera me dejo llevar por los acordes y las puertas se abren como si fueran puñales que desgarran una realidad rompible. Tengo una necesidad imperiosa de soledad, tal vez de irme en las escalas de esa música y alejarme de la gente, gente que amo y me son tan necesarios, pero al mismo tiempo, necesito respirarme en silencio, es como si de alguna manera esa sea la única forma en que ordene las piezas del ajedrez de mi mente. Creo que el silencio ha funcionado, de alguna manera me armo y desarmo en las líneas del tiempo y de mi vida con total consciencia, sabiéndome cuando estoy deshecho, deshecho por culpa del mundo, es bueno aclarar. Y amándome cuando me silencio y todo toma fuerza y coherencia, cuando nada me toca.

Hace unos días una compañera del trabajo me dijo, tienes la mirada triste, me quedé pensando,  muchas veces me han dicho lo mismo, la realidad es que sólo unos pocos pueden ver lo que hay verdaderamente  en mi mirada, sólo unos pocos pueden entender o ver más allá de lo que hay en la prosa de uno de mis escritos “A veces…”, en general se confunde la ausencia o profundidad con tristeza, cuando hay ausencia no hay sentimiento, ni triste ni alegre, sólo está el objeto, mis ojos, las palabras, y tras ello mucho, pero mucho más de lo aparente. Si  se ve más allá de la forma, se podrá ver la profundidad de la mirada, y la profundidad que hay tras el juego de palabras. Sólo hay que pensar que siempre tras lo aparente hay algo más, mucho más.  En resumen, creo que tendré que inventarme algunas miradas, como la ropa, deberé vestir miradas triviales, de trabajo, de coquetería, de silencio. Me pregunto, cuál he de vestir cuando esté en el medio, donde suelo estar, entre el cielo y la tierra?

A veces la profundidad de mi propia mente me traga y quedo vagando en un universo que apenas logro comprender,  ¿comprender? Dios, si no comprendo nada más que la inmensa ignorancia de la que es presa mi pensamiento. Hoy me puse a pensar en como nos movemos en los cuadrados con los que marcamos nuestra vida, me veo como una de esas pequeñas ratitas blancas, aquellas que despiertan la ternura y de tiernas dan ganas de tomarlas y acariciar sus pequeños lomos mientras se mueven perdidas entre sus jaulas doradas. Caminamos en el cuadrado que hemos trazado y llamamos vida, no vemos sobre nuestro hombros, no olemos el despertar del día y lo que es peor, pensamos que somos casi, casi el único ser viviente de este vasto universo. Hay tanto entre la cordura y la vigilia, entre el amor y la verdad, entre la palabra y el silencio. Hay tanto que de pronto quedo ciego.